MIERCOLES 24 DE MAYO DE 2000
Ť Medellín Ť
Renato Ravelo Ť El pintor Fernando Botero frecuentaba en el centro de la ciudad de Medellín, Colombia, los bares de putas que le servían de modelo en su apuesta por el arte figurativo cuando en los años sesenta la abstracción se perfilaba como la forma de hacer las cosas.
Ahora, otra apuesta corroe al artista colombiano: en momentos en que todo apunta a dejar el centro de la ciudad por su inseguridad, Botero dona obra cuyo valor se calcula en 60 millones de dólares, con el taimado propósito de ''hacer de Medellín el Centro Cultural de América Latina".
En la calle Carabobo, del centro de esa urbe, nada hay de gracioso. Lugar de peluqueros y de suerte, porque en esta ciudad como en todo Colombia se apuesta diario en loterías con extraordinarias historias. Con los vendedores de plumas y lentes conviven algunas prostitutas.
Una ''peladita", esquelética, parada junto a la puerta de la iglesia de la Veracruz se lleva la mano a la boca, en el gesto de felicidad absurda de quienes inhalan solventes. Pilar Velilla, la directora del Museo de Antioquia, ha hecho un recorrido extenso e intenso por lo que será el centro de este proyecto, y la imagen de la niña se pega a la retina, como un mentís.
Ambicioso proyecto
Proyecto ambicioso. Implica ocupar tres cuadras. La mitad de un edificio art decó con tres pisos. Comprar los comercios que se ubican enfrente y derrumbar todos los inmuebles para construir un parque de esculturas. Comprar la cuadra de atrás para hacerla estacionamiento. Tan sólo para los trabajos de obra física dentro del edificio se dispuso el año pasado de cerca de 3 millones de pesos colombianos. El proyecto asciende a unos 20 millones de dólares.
Afuera de la oficina de Pilar Velilla, mientras se ajustan algunos datos, esperan dos personas. Se trata de dueños de franquicias de las casas de apuestas. Están interesados en integrarse al proyecto, como patrocinadores, sólo piden poder portar el logo del museo que es el edificio decó que ocupara desde hace años Empresas Públicas de Medellín, entidad que permanecerá con la mitad, ya que era incosteable el traslado de ciertas instalaciones.
''Seremos muy malos vecinos", bromea Pilar, ''porque nuestro trabajo consistirá en traer mucha gente al edificio".
Fernando Botero, desde algún sitio de su casa en la 2 Rue Honore en Mónaco, le acaba de escribir a Velilla: ''Cada vez que voy a Medellín me sale carísimo. Con el entusiasmo y el afecto que encuentro allá me motivo más y mando más obras. No vuelvo por allá. Con un abrazo de Fernando".
Formación de una civilidad
El artista ha donado hasta ahora 70 pinturas y dibujos de su autoría: ''Primero dijo que nos iba a dar una obra de arte latinoamericano, después que diez. Anteayer llegó una lista con 20 obras que donará", entre las que se encuentran dos piezas de Robert Rauschenberg y dos de Roberto Matta.
La historia, a punto de cumplirse en septiembre próximo, es como la de tres ríos que se cruzarán: Botero, el Museo de Antioquia y la Alcaldía de Medellín, que preside Juan Gómez.
Y como enlace extraño un banco. ''Desde que hace ocho años impulsamos el proyecto de concientización con el Metro de Medellín, en el banco se ha buscado apoyar aquello que permita el sentido de pertenencia. Ahora es como otra fase de esa cultura ciudadana", dice José Manuel Villada, encargado de comunicación de Bancolombia.
Y el discurso que parecería retórico no lo es. En Bogotá circula un chiste: ''ƑPor qué en Medellín todo mundo trae un pañuelo?". Y la respuesta es: ''Para limpiar el Metro".
Envidia, dicen los antioqueños, pero ciertamente el Metro elevado vino a ser motivo de orgullo para los habitantes de esa ciudad y su comportamiento adentro es muy diferente al del exterior. No falta quien exagera: ''Hay dos Medellín, el del Metro y el de afuera".
En términos concretos se habla de un proyecto de cultura viva con un objetivo: ''La formación de una civilidad a partir del reordenamiento del centro de Medellín y del Museo de Antioquia como su mayor símbolo cultural y artístico".
Por ahora, las personas caminan de prisa por la zona urbana. Es la segunda semana de mayo y ciertamente algo en el ambiente sugiere un posible cambio: por instruccciones de la alcaldía las ''busetas" han dejado de circular por Carabobo. El ruido de antes con gritos, bocinazos y arrancones desapareció, pero quedan los vendedores ambulantes, los automóviles que ganan el paso, queda esa parte de la población que busca sus maneras de sobrevivir a una ciudad que hace década y media, con el narcotráfico, iniciara una borrachera de lujos y ahora sufre la crisis económica.
Velilla explica: ''En América Latina tenemos la costumbre de hacer proyectos y no solucionar el problema social de la gente que habita esos espacios. Aquí sucedió eso con el paso de la alcaldía y la gobernación de Antioquia a la Alpujarra, a un área que era deprimida, muy vital, de zona roja, de vicio, de puñal. Lo que hicieron fue limpiar el sitio y esa gente, en buena parte, se trasladó a esta zona, lo que aisló aún más al museo. La prostitución, la delincuencia, el desempleo, los seres que viven en la calle, alejaron a las personas del museo".
Intervención urbana global
El proyecto de la alcaldía de Medellín implica recuperar las calles. En un futuro no sólo no podrán pasar las ''busetas", sino que se harán calles peatonales de acuerdo con la tendencia mundial encaminada a recuperar los centros de las ciudades.
Anuncia Bancolombia: ''El proyecto Museo de Antioquia será el punto de partida de una intervención urbana global de estructuración del Sistema Cultural Metropolitano, en torno del eje conformado por la avenida Playa (una antigua cañada que fue sellada)".
Sobre esta se formó de manera casi espontánea un corredor de teatros, librerías, centros culturales. Esta vialidad desciende hasta el museo y donde estará la Plazoleta de las Esculturas.
De ahí que el proyecto es acercar ese corredor hacia la zona de las universidades y del Museo de Arte Moderno.