La Jornada martes 23 de mayo de 2000

Teresa del Conde
Constelación de noches
(Primera parte)

A finales de 1998 en la Casa de las Artes de Munich, gracias al pintor Max Kaminski -quien actualmente (hasta septiembre) trabaja en México- pude ver una casi abrumadora, por nutrida, exposición bajo el rubro de Die Nacht (Las noches) coordinada por Christopher Vitali y Erika Billeter. Había pinturas y objetos procedentes de los principales museos y galerías de Europa y de Estados Unidos, pero a pesar de los frecuentes contactos que tanto Vitali como Billeter han tenido con nuestro país, no hubo una sola obra mexicana o latinoamericana incluida en esa magna muestra dividida en rubros. Eso se explica, en parte, porque el abanico propuesto partía del siglo XV y terminaba con el expresionismo. No obstante, por los apartados en que la exposición se dividía y la presencia de obras estadunidenses de los siglos XIX y XX, se antoja que los pintores virreinales de la dinastía Echave (de Ibía, Orio y Rioja) o, por ejemplo, López de Arteaga y otros anteriores al XVIII hubieran hecho buen papel e incluso provocado sorpresa, eso sin hablar de los finiseculares como Julio Ruelas, que se hubiera visto allí acompañado por sus colegas simbolistas lo mismo de Munich que de otras ciudades.

José Clemente Orozco pudo haber hecho pendant con Max Beckmann, de quien pronto veremos en México una individual. Viendo esa muestra, se me ocurrió que en el país había muchas ''noches" desde lo prehispánico hasta la actualidad y que ese tema podía reciclarse aquí de manera perfecta. Pero de allí no pasó debido a que fue precisamente entonces que irrumpió el proyecto de México eterno, arte y permanencia que como se sabe no fue muy bien recibido por la crítica. No obstante el libro de Espejo de Obsidiana que fungió, sin serlo, como catálogo, es un interesante y muy bien ilustrado texto de colección. Hoy día, sumamente modificada esa exposición se presenta en París con el título opuesto a lo que la noche supone, ya que se denomina Los soles de México. Se dice que está teniendo gran éxito de público y cuenta con consabidas obras maestras de los principales museos mexicanos.

Sin conocer absolutamente nada de mi frustrado anhelo nocturno, Ramón López Quiroga abrió su nuevo y generoso espacio galerístico (en Aristóteles 169 esquina con Horacio), con una exposición pictórica y escultórica sólo de este siglo que ahora sí está a punto de ser el siglo pasado. Se denomina Constelación de noches y ofrece obra de artistas de varias generaciones a partir de Tamayo en adelante, pasando por Gunther Gerzso, con dos esculturas y dos composiciones: Paisaje nocturno (1999), que muestra su consabida maestría aun tratándose de una pieza realizada en la etapa que vino a ser su fase postrera, y Noche indígena (1996).

Vicente Rojo está presente con un Escenario nocturno que de algún modo extraño me recordó al argentino Guillermo Kuitcka y con la escultura más atractiva y pertinente de todas las que vi: Doble escenario lunar (1999), estructurada en forma de pirámide, pero haciendo referencia a las falsas perspectivas a las que fue tan afecto Borromini; José Luis Cuevas trabajó específicamente para la exposición un Autorretrato dormido (1999), en realidad es una decapitación, pero puede ser la decapitación de una escultura que a su vez es un autorretrato, junto con otra pieza, La taberna (1991) reuniendo a varios personajes. De Rodolfo Nieto hay dos cuadros espléndidos de 1966, Agua de noche y Escritura de la sombra; Fernando González Gortázar está representado con dos esculturas entre barroquistas y posmodernas en forma de candelabro que bien podrían adaptarse a un retablo contemporáneo; de Ricardo Regazzoni hay una columna, Constelación (1999), de cedro bruñido en hoja de plata que alude en su juego geométrico a Noche estrellada (1948), de Tamayo.

Ya conocía dos de las obras de Toledo que se exhiben, pero me llevé una sorpresa con una magistral técnica mixta, Las fases de la luna (1986), que me pareció poética y cargada de humor. Muy adecuada es La piel de la noche, un piromodelaje de Marco Antonio Trovamala, algo semejante a las piezas siempre negras de Beatriz Zamora. Rodolfo Zanabria está incluido con un acrílico, Zizipariedad nocturna (1999), que me recuerda a Henry Michaux y a Wols; Naomi Siegman esta vez, a mi criterio, se dispara un poco del contexto temático pero sin dejar de aludir a las inquietudes ecológicas que le son propias con su conjunto Bosque nocturno (1999). Todos estos artistas están relacionados con los prolegómenos y con la eclosión de La Ruptura, de modo que hasta aquí la curaduría llevó un adecuado hilo conductor.