La Jornada martes 23 de mayo de 2000

Armando Cisneros Sosa
Concertar en la UNAM

El conflicto de la Universidad Nacional parece eternizarse a la luz de los últimos frustrados intentos de diálogo y de las declaraciones beligerantes de las dos partes en contienda: autoridades por un lado, paristas y sus familias por otro. En medio queda oprimida una universidad con una trayectoria fundamental para la academia latinoamericana y para el desarrollo científico y cultural del país. ƑPor qué si la llegada de Juan Ramón de la Fuente había abierto la posibilidad de una solución estamos hoy en una situación de empantanamiento en la que toda decisión de las autoridades es cuestionada con "hechos" por los paristas y toda "decisión" de los paristas es castigada por las autoridades? ƑCómo es posible el diálogo, la única posibilidad de salida, si los lenguajes son tan contrapuestos?

La designación de De la Fuente a la rectoría, a fines del año pasado, abrió la posibilidad de echar a andar un proceso de solución, habida cuenta de que su antecesor, Francisco Barnés, no mostraba visos de poder emprender alguna medida coherente. El nuevo rector venía instrumentado con antecedentes loables, como su capacidad para la gestión gubernamental y su trayectoria profesional. Sin duda, un personaje que se presentaba con capacidad de acción, algo que hacía mucha falta en la universidad.

Sin embargo, la capacidad de acción por sí misma no garantizaba, como lo demuestra la actual situación, una verdadera capacidad de diálogo y de concertación. Una cosa es saber mandar y otra saber dialogar. El nuevo rector, con toda su autoridad, abrió la posibilidad de diálogo, pero pronto la cerró. Investido con su carácter de quien sabe lo que es necesario, como todo buen profesional, lanzó una consulta desde arriba y de inmediato la determinación de un congreso. Así parecían garantizarse dos cosas al mismo tiempo: primero, la legitimidad de sus decisiones, democráticamente asentadas sobre el hartazgo de muchos; segundo, la persecución de los paristas, que automáticamente quedaban fuera de toda decisión y de la ley. ƑCómo podrían aceptar los paristas, aun siendo diez o 20, que después de meses y meses de movilizaciones llegara la autoridad a decir qué hacer y se les negara la posibilidad de participar en el proceso a la altura de sus expectativas?

Sin duda, los paristas han cometido muchos errores, pero, si los entiendo bien, tienen claro que desean hacer algo por la universidad. Se han opuesto a una serie de reformas y han levantado de manera intransigente una serie de banderas que contraponen a las decisiones de arriba. Una consulta a la comunidad universitaria hubiera sido correcta si ellos hubieran participado en su diseño; igual un congreso sería exitoso si ellos hubieran organizado algo. Si viene la autoridad y organiza una consulta sin tomarlos en cuenta y luego propone un congreso en el que los "paristas" podrán llegar a escuchar y eventualmente opinar, ellos simplemente se oponen.

No es que la consulta del rector y el congreso sean ilegítimos por sí mismos, lo que sucede es que la construcción de una salida al conflicto con decisiones desde arriba, sin concertación, sin conceder el papel de actores a los paristas, resulta una imposición. Y si para colmo, la negativa de los paristas es perseguida y son encarcelados cientos de estudiantes, entonces las posiciones se polarizan, el conflicto se agrava y entran nuevos actores: evidentemente los padres de familia.

Es verdad que el rector tiene en sus manos el mando de la universidad y además ha actuado conforme a la ley. Pero en términos políticos ha actuado con autoritarismo. Decir lo que se "debe" hacer a estudiantes universitarios y sus asesores profesores es lo mismo que llegar a aplicar un medicamento como si se tratara de un enfermo del corazón y es un error. En el caso de los conflictos políticos, y especialmente en el universitario, la autoridad necesita bajarse de su pedestal, lo cual no significa que renuncie a su carácter de autoridad, y aprender a dialogar, es decir, aprender a escuchar.

Es claro que las nuevas autoridades de la UNAM, que se hacen viejas rápidamente, no saben escuchar. Saben mandar muy bien, conocen incluso las formalidades de un proceso democrático, conocen por supuesto la ley y saben defenderla. Pero no entienden el lenguaje de los paristas. Lo toman al pie de la letra, es decir, con inocencia, y no conceden lo que pueden fácilmente ceder para dar salida al conflicto: espacios, posibilidad de acción del parismo, respeto al otro. A las autoridades corresponde un papel diferente al de directivos. Ahora hace falta que conozcan y pongan en práctica una palabra que estuvo de moda hace unos años pero que cayó en descrédito y hoy, desafortunadamente, se ha olvidado: concertar.