La Jornada lunes 22 de mayo de 2000

Elba Esther Gordillo
La frontera norte, Ƒcicatriz o herida abierta?

Alguien dijo una vez que las fronteras eran "las cicatrices de la historia". Pero con el paso del tiempo y con sensibilidad e inteligencia políticas, las fronteras pueden llegar a ser más que un límite que separa: el sitio de confluencia de dos culturas, de dos pueblos.

La historia de las relaciones entre México y Estados Unidos ha estado marcada por momentos muy duros, sobre todo la guerra injusta que en el siglo pasado impuso la cercenación de la mayor parte del territorio nacional y, después, las intromisiones de su ejército en el primer tramo de este siglo.

Hoy, la compleja e intensa relación entre México y Estados Unidos busca mirar hacia delante. La agenda incluye, cada vez más, asuntos de interés y beneficio mutuos, relaciones comerciales, diplomáticas y de cooperación en la defensa del medio ambiente y en el combate al narcotráfico (amenaza para la seguridad nacional de ambas naciones), entre otros. Sin embargo, con lamentable frecuencia la frontera se convierte en una herida abierta.

En días recientes se han hecho públicos nuevos actos aberrantes de rancheros y autoridades policiacas de Arizona que constituyen agresiones inadmisibles en contra de mexicanos que emigran sin documentos a Estados Unidos.

Nadie sensato puede cuestionar el derecho que asiste a todo país, en este caso a la Unión Americana, de defender sus fronteras. Pero nadie puede permanecer callado ante la violación más agresiva de los derechos humanos.

La persecución que se ha desatado en las últimas semanas en Arizona en contra de indocumentados mexicanos, una verdadera cacería en el sentido más literal de la palabra, rebasa todo límite, sacude, perturba.

El problema de los migrantes mexicanos a Estados Unidos se agudizó cuando programas de control migratorio, como la Operación Guardián en California, obligó a nuestros connacionales a cruzar por zonas de alto riesgo como es la frontera entre Sonora y Arizona.

Debido a las condiciones geográficas de la zona, los indocumentados que entran por ese estado se ven obligados a internarse a través de los ranchos, provocando el temor y la iracunda respuesta de los propietarios estadunidenses, que han llegado al exceso de utilizar armas de fuego para ahuyentar e, incluso, herir a los migrantes.

El conocimiento de estos graves hechos ha ocasionado la intervención de la Comisión Nacional de Derechos Humanos de México, que ha solicitado la intervención de la titular del Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Mary Robinson, a fin de detener las graves violaciones a los derechos humanos y a las libertades fundamentales a que se han visto sometidos los indocumentados mexicanos: tratos inhumanos y degradantes posteriores a la aprehensión, amenazas con armas de fuego, negación de agua o alimentos a los detenidos, golpes e insultos raciales por parte de las agrupaciones policiacas estadunidenses ubicadas en la frontera.

Para contribuir a encontrar soluciones a este añejo, complejo y dramático problema, el jueves 18 comenzó en la ciudad de Washington, DC, la decimoséptima reunión de la Comisión Binacional México-Estados Unidos --la última de las administraciones actuales en ambos países-- en la que el gobierno mexicano lleva la denuncia de los excesos cometidos por rancheros de Arizona y autoridades policiacas y de migración en contra de los indocumentados.

Es imperativo que ambos pueblos y gobiernos encuentren maneras de encarar este problema cíclico y estructural de manera más constructiva, ágil y efectiva, superando la xenofobia, la desinformación y la manipulación que se cultiva en distintos circuitos de aquel país.

En esta materia, como en la lucha contra el narcotráfico, la mejor solución es la cooperación, no medidas unilaterales que, además de ineficaces, generan desarreglos en la relación de dos países que nunca dejarán de compartir fronteras.

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