José Cueli
Rafael de Paula
En el espacio colorido de la plaza de Jerez de la Frontera de armoniosa musicalidad y grácil transparencia, resbalaban los toques precisos, llenos de frescura, de Curro Romero y Rafael de Paula -elegante y refinado, mano temblorosa, salerosa- y recreaban el juego de la verónica en el redondel, al acariciar el aire y desmayarse con señorial abandono sobre los pliegues de sus capotes de orfebrería, en corrida que sería la última de la vida torera de Rafael, el pasado jueves.
La plaza de Jerez cerró al academicismo para dar paso a los señores del "pellizco" al rasgar el aire y tornarse sensualidad torera desnuda y sensibilidad loca a flor de piel, magia y duende de lo inesperado como lo fue la despedida del gitano. Los sonidos negros hacían su presencia en referencia a las escrituras antiguas; lo marginal.
Cumbre del arte de torear con baile, canto, rasgueo de guitarras en el coso y vibra herida por un lamento detenido dentro, muy dentro, de la piel, mientras el fuego rendía furor al aire, por el que giraban los faraones del toreo; acelerados por la boca abierta de la guitarra de la plaza, bruja que temblaba acostada entre los dedos de los toreros que soplaban la melancolía de una raza, en un pedir de palmas, que rompían el silencio para embeberse en lo negro, ese negro al que sólo se llega por el encanto del giro quebrado, preludio del arte de torear, que tiene llama en el tacto y convierte el cuerpo en ausencia y es torería pura.
La plaza de Jerez con Curro y Rafael fue velo de eternidad que bajo los libros y las fórmulas repetía, renovado, el latir de los cuerpos, "sin cuerpo", ecos de sentires toreros impregnados de magia y diabolismo, que le daban ese desdoblamiento del que surge otra cosa, esa que ve el mundo con el sentido omnipotente de la música en los nervios, marcando los compases de los lances que se transmiten al ambiente, que se vuelva queja extraña, envuelta en los círculos azules del humo de los puros.
En tanto la guitarra adquiriría una voz desdoblada con otra madera, de erótico arrullo, y predisponía a la pasión y misterio de la despedida del torero encarnación de la belleza con el lamento -sueño torero y dos toros vivos. La afición de lujo, vestida de luto, en la plaza de Jerez decía adiós al brujo tejedor de la muerte y el misterio, en el quieto seguido y despacio de su capote y muleta, sueño loco del toreo con duende, del gitano torero que desapareció, para dar paso a esa caricatura del mismo, que se repite casi domingo tras domingo. Ayer con unos becerrones de Guanamé que se presentaba en la México.