Carlos Bonfil
Humo sagrado
Sorprende de entrada en Humo sagrado, de la directora neozelandesa Jane Campion, su exuberancia visual, la saturación cromática de una calle de Nueva Delhi, o la descripción preciosista de algún paisaje australiano, todo ello a un paso de la tarjeta postal y de la trivialidad fotogénica. En la India, la cámara captura a jóvenes occidentales ataviadas con trajes locales, vestales de un culto exótico, en un exilio romántico que remite a imágenes de Woodstock o a las épocas de Ravi Shankar y George Harrison. La música aquí, sin embargo, es de Neil Diamond, y el comentario visual, lejos de ser nostálgico, deja traslucir un fondo de ironía.
El prólogo nos prepara un poco para la historia /parábola de Ruth (Kate Winslet), una joven australiana seducida por la filosofía hindú, fascinada con un gurú llamado Baba, con la meditación y el yoga, con una espiritualidad indisociable de la disciplina. Su familia, alertada de lo que considera un inminente naufragio mental de su hija, busca desintoxicarla de esoterismo con ayuda de PJ (Harvey Keitel), un exorcista de karmas y pachulíes, un verdadero experto en domesticar exaltaciones místicas.
El engatusamiento de la joven, los chantajes de la familia, el complot para hacerla regresar al mundo de la racionalidad y el buen sentido, se vuelven rápidamente asunto de comedia, y la sorpresa de descubrir en la autora de Un ángel en mi mesa, Sweetie y Retrato de una dama, una gran libertad y soltura en un género para ella novedoso. El encuentro de Ruth y PJ resume en pocas escenas una verdadera guerra de sexos. De La fierecilla domada shakesperiana a la dialéctica de violencia y seducción amorosa de El piano. ƑQuién educará a quién? ƑQué lógica prevalecerá, la del dominador, especialista en cuestiones religiosas, portador de una férrea moral patriarcal, o la de la joven "iluminada", dueña de un espíritu realmente libre? Hay también, por encima de todo, un desencuentro generacional: el hombre es por lo menos veinte años mayor que la joven. Esta circunstancia conduce a la directora a una evocación personal: "Humo sagrado me remite a lo que era yo a esa edad en que una joven no sabe decirle a los hombres maduros que no quiere salir con ellos porque son desagradables. Esa era mi situación. Tenía dieciocho años y los viejos me acosaban. Yo poseía aún esa disposición de espíritu proveniente de una infancia en la que te enseñan que tienes que ser amable con todo mundo".
Ruth ha roto con esa etiqueta social y su aproximación al misterio hindú es, a su modo, un intento por restablecer un equilibrio anímico amenazado por la petulancia del poder masculino. No hay sin embargo aquí una tesis feminista muy obvia, ni tampoco un retrato colectivo de doncellas emancipadas como el que inaugura, de modo original, su cinta anterior, Retrato de una dama. Jane Campion reanuda por un lado la exploración sicológica de un personaje femenino, como en Un ángel en mi mesa o en Sweetie, y por el otro, una búsqueda formal tan estimulante como la de su cortometraje Peel, premiado en Cannes.
Una vez más en el cine de Campion, un personaje femenino padece una manipulación social, esta vez desde el ámbito familiar, que pone a prueba su resistencia, siempre variada e inventiva. En la biografía de la escritora Janet Frame, el lenguaje artístico era una vía de liberación; mientras en El piano, el mutismo de la protagonista simbolizaba su resistencia. En Humo sagrado, Ruth exhibe desenfado y rebeldía en su manera de enfrentarse verbalmente a su adversario y amante, PJ. Por su parte, Harvey Keitel ofrece una vez más esa mezcla de vulnerabilidad y autodominio nervioso que el director Abel Ferrara supo explotar muy bien, y que Campion aprovecha hoy con inteligencia. Lo apreciable en el cine de la directora es su manera de insinuar su temática a partir de un desarrollo analítico y muy cuidado, sin recursos efectistas y sin un manejo melodramático. Sorprenderá sin duda la fantasía visual, el aura casi fantástica -pastiche y recreación caprichosa de la India como invención occidental-, pero paulatinamente se impondrá una manera fascinante de abordar la pasión amorosa, como una reminiscencia de lo que hace casi tres décadas presentara Bertolucci en El último tango en París, sólo que, ahora, esta historia similar de desencuentros y arrebatos amorosos se narra desde el punto de vista de una mujer. Esa mirada ha construido, en poco más de una década, una de las trayectorias más sólidas en el cine femenino de habla inglesa.