* Bárbara Jacobs *

Las tímidas

Sube y baja, sí, pero no todas las mujeres somos tímidas, algunas lo somos doblemente, por las que no lo son. Mi problema empezó cuando tuve que ocultar que lo era; todo, con tal de que mis amigas feministas no me tacharan de (desconozco el término), pues mi esposo tardó años en declarar que había dejado de ser tímido y yo, mientras tanto, no podía admitir que lo era. Mi compañera de cubículo, en los tiempos en que fui profesora de traducción, lo era sin necesidad de admitirlo. Se ruborizaba, era un poco jorobada, pero una muy buena especialista en italiano y en francés, no recuerdo el título de su tesis universitaria en literaturas romances, le envidiaba haber estudiado literatura y que, siendo tímida, no le diera importancia a serlo o a dejar de serlo.

ƑCómo le haría? En una ocasión, involuntariamente oí que discutía con su marido por teléfono. Mis inclinaciones de escritora afinaron de por sí mis sentidos para distinguir cuál era el tema; el tono, bajo, veloz, indicaba que la insistencia estaba más que justificada. "No quise decir tal cosa", se explicaba; insistía. Me intrigaba sobre todo por nuestra profesión de aquellos días. Un traductor, es evidente, no puede correr el riesgo de ser incomprendido; sobre sus hombros yace, después de todo, una responsabilidad trascendente pues, al traducir, el traducido es otro, Ƒno? "No puedes decirme eso, Fulano", reclamaba mi compañera de trabajo, su espalda encorvaba sobre la bocina, que no le temblaba en la mano tanto como la voz. No resistí la tentación y alcé la mirada. Y sí, sus mejillas, enrojecidas, delataban su timidez. ƑDe qué te preocupas, amiga? Si no te entiende, no te entiende y punto. Busca un equivalente en el diccionario de la vida.

Por compañerismo, le confié que no me gustaban las fiestas. O que me gustaban, cómo no; pero que me daba timidez hacerlas. Admití que de niña me había parecido natural que me las hicieran en casa, y había una que otra fotografía que probaba que mis amigas del colegio llegaron a asistir a las fiestas que me organizaban debido a circunstancias precisas. Le conté que, sin embargo, después había dejado de tenerlas, de quererlas y, casi, de soñarlas, y que, le confesaba, no sabía a qué se podía deber mi tránsito de la normalidad a la misantropía. ƑMisantropía? šExageras! ƑTú crees?

Le tocó el turno de las revelaciones, sonrojada antes de entrar en materia, jorobándose, sonriendo y hasta soltando una risita, característica, šno iba a saberlo yo!, de timidez nata. Habría sido en su cumpleaños número ocho o nueve. La fiesta iba a ser tan en grande que, era de suponerse, el jardín, los globos, los juegos y las mesas habían quedado listos desde temprano. La vistieron. Papá la tomó de la mano. Salieron al jardín, y lo contemplaron desierto; preparado, expectante, desierto. Pasó el tiempo y, en pocas palabras, no llegó ninguna de las invitadas. ƑNi una sola? Ni acompañada. Nadie. Punto. ƑCómo puede ser? ƑY no te has muerto de vergüenza?

Lo que me ha inquietado todos estos años es no entender cómo había sobrevivido a semejante prueba o trance (bella palabra), pues yo, con tal de no experimentar nada por el estilo, sencillamente había dejado de querer tener una fiesta. Antes del horror de verme acompañada por la soledad, tendría que enfrentar el espanto de saberme rechazada. ƑTimidez? O llámese cobardía, o vanidad; lo cierto es que resulta mejor sacarle la vuelta al asunto que tener que morirse de vergüenza.

ƑLos invitaste tú, o tu mamá? ƑEn persona, con una tarjetita, por teléfono? A veces me parece, como buena tímida, o, mejor dicho, como tímida paradójica, que mediante una tarjeta resultaría más fácil. La idea de invitar verbalmente, no digamos cara a cara, me produce una agitación intolerable, no sé a ti, querida amiga. Pero verba volant, aducirás; scripta manent. A lo que no puedo contraponer sino la frase "Ni modo", que dice cuanto hay que decir, se entienda o se malentienda. Que la lluvia caiga encima del sobre y borre tu fraseología romance, o que los colmillos de tu perro hagan trizas la tarjeta y el barrendero se lleve las trizas románticas con el resto de la basura de la ciudad.

A veces me gustaría ser una mezcladora de licores, y que una mano me diera muchas vueltas y me agitara muchas veces para que de una buena vez dejara de pensar lo que pienso y renovara las combinaciones de juicios y prejuicios que se me forman en la mente. Subo y bajo, del delirio al abismo, Ƒcuándo voy a poner los pies en la tierra? "Hasta abajo escribí en la invitación que habría un globo para cada quien", sonrió. Debió haber advertido que, para el que asistiera, habría dos, o tres, o cuatro: según.