DOMINGO 21 DE MAYO DE 2000

El populismo y los demonios

 

* Rolando Cordera Campos *

UN FANTASMA RECORRE LAS MENTES Y, digamos, la imaginación del gobierno que sale: el fantasma del populismo. No de otra manera puede uno explicarse las constantes arremetidas que el jefe del gobierno hace contra este espectro que muchos pensaban definitivamente exorcizado.

Si por populismo hemos de entender un gasto dispendioso y una falta total o casi de responsabilidad del gobieno para con el financiamiento de dicho gasto, nadie en su sano juicio podría hoy plantearse su resurrección. Tampoco parece estar a la vista proyecto alguno que quiera desentenderse de los equilibrios básicos, los fundamentales en que descansa una macroeconomía que funcione en condiciones como las que ya privan en México, de apertura externa creciente y de ampliación acelerada de los mercados de bienes, servicios y factores.

El recetario en que parece inspirarse esta especie de cruzada pedagógica preventiva que lleva a cabo el presidente Zedillo, es el formuladohace unos años por Rudiger Dornbusch y el entonces entusiasta del Consenso de Washington, el economista chileno Sebastián Edwards. Sin desmedro del valor que pueda tener la formulación de los economistas, que dio lugar a un interesante libro colectivo, vale la pena advertir que no es esa la única ni la más compleja versión que se pueda tener del populismo que, como lo expresaron hace unas décadas algunos de sus más profundos estudiosos es, en efecto, un fantasma que recorre el mundo, de la Rusia de los zares a las planicies de Estados Unidos, sin faltar nuestras conocidas aportaciones vernáculas.

Con todo, el vocablo se volvió equívoco y ahora es de usos múltiples. Nos refiere sobre todo a prácticas descuidadas o irresponsables de los gobiernos, más que a formas específicas de movilización de las masas, en coyunturas históricas determinadas, como lo estudiaron en su momento Germani, Cardoso o Ianni, y por estos lares Arnaldo Córdova. Tan equívoco es, que en un estudio espléndido, el reconocido historiador económico Enrique Cárdenas encontró que según la fórmula de Dornbusch no era posible adjudicarle al gobierno del presidente Cárdenas el apelativo de populista.

En cualquier caso, debería quedar claro que el populismo entendido en clave washingtoniana no puede asimilarse al término popular. Mucho menos a lo que ya constituye la gran tarea mexicana de los próximos meses y años: la de una redistribución del ingreso que abra realmente un nuevo panorama para superar la pobreza y revivir la esperanza de la mayoría. La discusión en torno a esta cuestión no debería verse alterada y distorsionada por el conjuro que del populismo se hace de modo reiterado en el gobierno y algunos círculos de la academia y la información especializada.

Lo que está ya sobre nosotros como sociedad política en movimiento, rumbo a la formación de un nuevo gobierno digno de tal nombre, es un replanteamiento a fondo del papel de la política social y de su relación con la política económica. A pesar del reflotamiento de las expectativas sobre el desempeño de la economía, de que da cuenta la encuesta del Banco de México entre las consultorías del sector privado, lo que priva entre las clases medias para abajo (por lo menos) es la inseguridad económica.

Más allá de los fantasmas redivivos, sigue viva en México y el resto del continente la sensación de angustia y desazón que ha producido el cambio global, no por abrumador menos incierto y disruptivo. Evitar que esto se vuelva una ola destructiva, debería ser una de las tareas principales de una macroeconomía que vea más allá de los equilibrios y sea capaz de volverse, a los ojos de todos, una macroeconomía con responsabilidad social. Popular por sus méritos y realizaciones, sin necesidad de recurrir a la interminable petición de principio en que ha incurrido la ruta actual, que sus sacerdotes insisten en pensar como la única. *