DOMINGO 21 DE MAYO DE 2000

La contrarreforma y las reformas universitarias (II y último)

 

* Guillermo Almeyra *

A ESTAS ALTURAS, UNA SEMANA DESPUÉS, si es que alguien leyó la primera parte de este artículo, seguramente la habrá olvidado. La resumiré, por consiguiente: asistimos a un ataque mundial del neoliberalismo y, en algunos países, también del Vaticano, contra la enseñanza pública gratuita y laica. Allí donde el estudiantado tiene organismos estables y representativos (federaciones universitarias) y existe pluralismo político y cultural y respeto por la democracia, es más fácil resistir esta ofensiva. Contra los pobres argumentos y personajes de la derecha, en efecto, es posible esgrimir argumentos contundentes para convencer a los confundidos, pero el insulto, la violencia física o el racismo implícito en gritos como "culero" o "Quasimodo" sólo sirven para aislar a quienes recurren a la barbarie o la justifican y para dar una aureola de mártires a personas que son indefendibles.

A la contrarreforma universitaria que en todas partes están ejecutando los gobiernos, con proyectos de ley o con seudo congresos universitarios, no cabe más que oponerle la creación de una organización sólida, pluralista y democrática de alumnos, maestros y trabajadores universitarios y, al mismo tiempo, un contraproyecto (como batalla defensiva de esos congresos, que servirán a sus organizadores para legalizar, pero no para legitimar su política, como parte de una contraofensiva políticoųcultural de largo aliento).

Los programas deben reflejar el tipo de país que se quiere; sobre todo el campo de las Ciencias Sociales, la investigación y la docencia deben servir para conocer y mejorar la vida social, y para insertar a los trabajadores en un mundo que vive un veloz proceso de cambio, rompiendo con las visiones provinciales o estáticas. Pero también en otras ciencias la realidad nacional debe guiar la investigación, ya que es evidente que la tuberculosis, por ejemplo, tiene otras causas y otras curas en Europa que en las zonas rurales de México, y que las frágiles tierras norteñas semiáridas o del sureste mexicano necesitan tractores diferentes que los diseñados para las llanuras del Middle West.

La universidad debe dar conocimientos científicos y técnicos de nivel internacional y no diplomas desvalorizados. La idea demogógica de la universidad-pueblo y del "voto político" que premia por igual a quien trabaja y a quien no y a quien aprende y a quien no se preocupa por hacerlo no sirve porque quien no sabe no hará nada en su vida profesional con un pedazo de papel ni será útil a nadie. La mejor forma de servir al país es, por el contrario, formar gente que tenga conciencia crítica y sea capaz de razonar y de fundamentar lo que piensa. Por eso ni el nocionismo ni la universidad de élite son tampoco útiles: sólo lo será una universidad viva, democrática, pluralista, que renueve constantemente sus programas y su bibliografía a la luz de las nuevas necesidades, que arme con una metodología adecuada y dé un buen nivel cultural a alumnos con inquietudes sociales y curiosidad intelectual y política. Por eso, en la reformulación de los programas, en la selección de los maestros, en la elección democrática por toda la comunidad académica del rector y de los directores, en la evaluación de la calidad de la enseñanza y de los enseñantes por la comunidad misma, debe haber un hilo conductor, o sea, el pluralismo de ideas y tendencias de la unidad en la lucha por una universidad libre y autónoma para construir un país libre e independiente y luchar por otra modernidad y otra mundialización.

La lucha por exigir que el Estado otorgue prioridad a la enseñanza y a la formación de cuadros, así como a la atribución a las universidades y escuelas de todo tipo de material moderno de enseñanza, forma parte importante del combate contra la idea de que el mercado debe asignar los recursos y de que la educación, o la salud, por ejemplo, no son inversiones para el desarrollo del país, sino meros costos, no son derechos de todos sino servicios a los que sólo podrán acceder los más ricos. Por eso se requiere, más que medidas de fuerza decretadas por pocos y que alejan a las mayorías estudiantiles y populares, una intensa y democrática discusión de propuestas concretas, alternativas a las de las autoridades y del capital, sobre la organización de los centros de estudio, la enseñanza que éstos dan, el control de la calidad de la misma. Para ganar fuerzas y contrarrestar la hegemonía cultural del capital, antes que nada hay que hacer circular ideas. *

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