VIERNES 19 DE MAYO DE 2000

Otra vez sobre el derecho a la autodeterminación

 

* Gilberto López y Rivas *

Es lamentable que en polémicas con la derecha ilustrada (Ricardo Cayuela Gally, Letras Libres de abril y mayo) se responda principalmente con delaciones y denuestos propios del macartismo criollo, y sólo superficialmente con argumentos sobre el tema a debate. Así, es pertinente dejar que lo primero se exhiba en toda su miseria persecutoria y, eso sí, volver a responder a lo segundo.

Es un error considerar que el derecho de autodeterminación de los pueblos se expresa única y exclusivamente a través de procesos electorales, aun cuando éstos pueden realizarse bajo condiciones democráticas más o menos confiables. Precisamente esta fue la connotación limitada que le diera el presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson, en 1917, para quien el principio de autodeterminación se hacía realidad en la variante del ''self-goverment'', esto es, en el derecho de los gobernados a elegir un gobierno mediante el voto universal, directo y secreto.

Autodeterminación, en la interpretación de Wilson, es un sinónimo de soberanía popular, que en el contexto de la tradición estadunidense tenía un sentido totalmente distinto al que le otorgarían millones de personas en Africa, Asia y en la propia Europa, para quienes después de la Primera Guerra Mundial significaba mas que nada independencia nacional.

Precisamente la perspectiva marxista, y la que deriva de las grandes luchas anticoloniales del siglo pasado, van elaborando teórica y políticamente en torno a la autodeterminación como el derecho de pueblos y naciones a la independencia, a la separación estatal, a la formación de Estados propios, o a la asociación voluntaria con otros Estados por la vía de federación con una formación estatal multinacional, o incluso por medio de diversas modalidades de autonomía o soberanía limitada.

Por ejemplo, en Canadá, país en el que nadie duda que se hacen elecciones para elegir gobiernos federales y provinciales, se han llevado a cabo dos referendos en Quebec para determinar la eventual independencia de esa provincia, lo que demuestra que las connotaciones de la autodeterminación van más allá de las ''elecciones libres''.

Una comprensión integral e histórica de la autodeterminación debiera de extender ese derecho desde el autogobierno elegido democráticamente por los ciudadanos, o autodeterminación interna, hasta la posibilidad de separación estatal de un pueblo nación determinado respecto de otro Estado de naturaleza multinacional, o autodeterminación externa.

No es extraño que quienes están a favor de una visión reduccionista de este derecho en su acepción interna, son quienes se declaran partidarios de la no-secesión de los actuales Estados; y a la inversa, quienes enfatizan sólo la interpretación externa, son favorables a procesos independentistas en sus condiciones respectivas. En todo caso, sólo una posición integral que conjugue ambas perspectivas puede ser aceptable para una visión dinámica de la llamada cuestión nacional.

La separación de la antigua Checoslovaquia, para conformar dos repúblicas independientes, demuestra que hay opciones alternativas democráticas y pacíficas a la tragedia genocida y racista que significó la desintegración de la antigua Yugoslavia. Lo importante es considerar que no son inmutables las actuales divisiones político administrativas de algunos Estados multinacionales con conflictos nacionalitarios en su seno: ahí está el caso de la antigua Unión Soviética, que también de manera pacífica (y algo tuvo que ver en esto la interpretación marxista del derecho a la autodeterminación) se separó en varias repúblicas independientes, sin mencionar el conflicto en Chechenia, que ha seguido una lógica diferente de guerra y represión. Irlanda del Norte y el Estado español son significativos en lo referente al derecho a la autodeterminación. En ambas situaciones, el debate sobre la autodeterminación ha sido subsumido por las prácticas de terrorismo de las dos organizaciones (IRA y ETA) que en sus respectivas situaciones han buscado la independencia y por las políticas de terrorismo de Estado y violación de los derechos humanos de los gobiernos que se les han enfrentado.

Es obvio que sólo el diálogo y la negociación podrían crear las condiciones para dar paso a procesos pacíficos que busquen solucionar estos conflictos. Existen aspiraciones nacionales independentistas que aun cuando fueran planteadas por una minoría, deberán canalizarse por vías que permitan una salida democrática. El terrorismo no es la forma para discutir sobre autodeterminación de un pueblo dividido en dos Estados y varios ordenamientos políticos administrativos, pero tampoco la es la represión y la violencia del Estado que nuestro acusador parece soslayar e incluso justificar. *