JUEVES 18 DE MAYO DE 2000

* Algunas consideraciones acerca del dolor /II y última *

 

* Elena Poniatowska *

Perder el sentido de la vida

 

En México acaba de fundarse, como en algunos otros países, el Instituto Victor Frankl ųel doctor Frankl fue quien sistematizó el conocimiento del dolor moral relacionado con el sufrimiento físicoų. Su hallazgo central fue dar un sentido a la vida por encima del sufrimiento. Habría que mencionar que partió de sus experiencias en los campos de concentración de Terezin y de Auschwitz donde vio sufrir a todos y morir a muchos. Frankl observó que los prisioneros que regalaban sus zapatos o la mitad del cigarro que atesoraban o un cordel que podía ser útil, morían poco después. Un preso soñó que lo liberarían en enero, aguantó lo peor, pasó ese mes, no lo liberaron y entonces se aventó en contra de las alambradas y murió electrocutado. El doctor Frankl se preguntó por qué y llegó a la conclusión de que los presos que buscaban escapar habían perdido el sentido de la vida.

Una vez liberado, el doctor Frankl se dedicó al estudio del dolor sicológico hasta su muerte en 1996. Tomó una pequeña frase de Nietzsche que dice: ''Cuando se tiene un 'para qué' no importa el 'cómo'''. La esperanza es un motor formidable, el ''para qué" de toda vida, la esperanza es la que logra que el ser humano busque su salvación.

En torno del dolor, el ser humano ha desplegado una actividad variada y constante. Hay médicos pero también hay verdugos. Desde el verdugo de la Edad Media, encapuchado para que el pueblo no lo reconociera, los crímenes se castigaban haciendo sufrir. San Sebastián, soldado romano que se convirtió al cristianismo fue automáticamente considerado un traidor y se le hizo sufrir a flechazos. Los arqueros recibieron la orden de tirarle, pero que ninguna de las flechas tocara un órgano vital para que el sufrimiento durara más. A San Lorenzo lo asaron en una parrilla, a otros mártires los hervían en aceite.

Los pueblos orientales fueron especialmente crueles: el bambú entre las uñas y el desollamiento vivo de un ser humano, son métodos refinados de tortura.

Entre las policías y ejércitos de Latinoamérica los toques eléctricos en los testículos o en los nervios de los dientes son algunos de los tormentos más refinados. "ƑEn dónde quieres tu patadita?" les preguntaban, en 1968, los granaderos a los estudiantes. En México, entre las torturas a las que fueron sometidos está la del tehuacán con gas que consiste, como me lo contó un muchacho de 18 años, en que ''a la botella la sacuden con fuerza y ya cuando el agua se ve blanca, le ponen a uno la boca del casco frente a una de las aletas de la nariz y el agua sale con tanta fuerza que se siente que le vuelan a uno la tapa de los sesos". Muchos jóvenes por ello han perdido el oído, se les revienta el tímpano; otros sufren para siempre trastornos de la vista, sin hablar de tabiques desviados y sinusitis crónica provocados por la violencia del chorro de agua que llega hasta la asfixia".

En los campos de concentración, la Gestapo utilizaba la picana y violaba a las mujeres con instrumentos de tortura y palos con púas que les desgarraban la matriz. Los nazis fueron quienes comenzaron a utilizar la electricidad en los tormentos. En América Latina hemos inventado una nueva forma de tortura, la desaparición.

 

El hambre

 

Uno de los dolores más abyectos, más ignominiosos es el del hambre y lo padecen millones de seres humanos. El dolor que debería desterrarse del mundo es el del hambre. Junto con el derecho a la vida está el derecho a comer. No debería haber regiones donde hombres y mujeres tienen el dolor del hambre, que es el dolor más animal que pueda haber. Toda especie humana en peligro de extinción se apresura a procrear, engendrar. Es impresionante ver cómo los mandatos genéticos rigen en esos cuerpos encontrados en Pompeya que estaban procreando quizá para darle continuidad a la especie humana en el momento mismo del cataclismo.

Uno de los mayores castigos en la Grecia clásica era sentenciar a un ciudadano al ostracismo. El rechazo social lo hacía sufrir más que la misma muerte.

Un adulto que fue niño de la calle solicitó del público que cuando un niño de la calle pidiera limosna, aunque no se le diera, se le mirara a los ojos. En cambio, a los soldados estadunidenses en Vietnam se les aconsejó no mirar a los ojos del enemigo para poder matarlo tranquilamente sin recordarlo, porque el recuerdo puede compadecer y el olvido tranquilizar.

Sólo nos llevamos el amor que dimos

 

Mientras más íntimo el dolor, más intenso. El abandono, la incomprensión del ser amado da dolor. Hay dos dolores, uno el propio, otro el compartido. Compadecer es compartir el dolor del otro. Eso lleva a millones de hombres y mujeres de todas las religiones y tendencias a dedicar su vida al prójimo, llámese San Pedro Damián en una isla de la Polinesia quien cuidaba leprosos o la madre Teresa que se prodigó en la ciudad más densamente poblada del mundo, Calcuta, donde 300 mil personas viven de la basura.

La madre Teresa declaró: ''Lo que no se da, se pierde... Lo único que nos llevamos es el amor que dimos y el que recibimos". Eso nadie nos lo puede quitar, permanece escrito en la historia aunque no haya habido un solo testigo, el hecho queda indeleble. Otra vez, la vieja y eterna palabra ''amor", el amor que todo lo puede, el amor que mueve montañas.

Todo médico encuentra que el dolor físico no se produce en estado puro porque es algo que le sucede a un cuerpo que también tiene espíritu. Y muchas veces la curación depende más de la atención solidaria, la actitud humana que del medicamento. Un amigo cardiólogo se dio cuenta que nueve de cada diez personas que llegaban a su consultorio tenían el corazón sano, pero los sentimientos y las emociones insatisfechas. Decidió cambiar de especialidad y volverse sicólogo aunque la verdad yo no crea tanto en el sicoanálisis.

Carlos Fuentes dice que su sesión matutina de terapia es sentarse a escribir. Allí se desahoga y no hay mejor medicina. Creo, como él, que ''de amor y dolor alivia el tiempo" y que el trabajo es un poderoso remedio para nuestros males.

La sensibilidad al dolor del otro, la compasión es una fuente de enriquecimiento personal que acompaña al hombre a lo largo de su vida. El que sufre entonces sabe que no está solo porque los hombres y las mujeres hemos aprendido que una de las pruebas a la que tenemos que hacerle frente en la vida es la soledad. Decir que nacemos y morimos solos es un lugar común. Finalmente, lo importante es qué sucede entre esos dos extremos y cómo vivimos el sufrimiento, el ajeno y el propio.