La Jornada miércoles 17 de mayo de 2000

Ugo Pipitone
Medias verdades

Las verdades absolutas pertenecen a los dioses y, por lo tanto, podemos entregarlas tranquilamente a los territorios de los prejuicios o de los actos de fe que de humano sólo tienen la necesidad de consuelo o las perezas de la razón. Pero dejemos de lado estos filosofemas inoportunos y entremos en tema: las medias verdades que se enfrentan en los siete referéndum que el próximo doce de mayo serán objeto de votación popular en Italia. Concentrémonos solamente en dos que parecen los más importantes. El primero pone a los italianos frente a la siguiente disyuntiva: conservar o abolir los últimos residuos de un sistema electoral proporcional que tiene una virtud y un vicio. La virtud es garantizar que el Parlamento sea fiel reflejo de las muy variadas culturas políticas del país; el vicio es volver a Italia un país ingobernable con 44 partidos políticos (como ocurre en la actualidad) cada uno de los cuales con sus clientelas, sus pequeños intereses y sus igualmente pequeños líderes con ínfulas napoleónicas. El segundo referéndum concierne a la conservación o menos de algunas cláusulas legales relativas al despido de los trabajadores.

Anotemos que sobre estos referéndum izquierda y derecha están divididas en su propio interior. La derecha se divide entre el partido postfascista que considera el actual sistema proporcional un obstáculo a sus ansias crónicas de un líder providencial y el partido de Berlusconi (el magnate de la televisión) que llama al abstencionismo para hacer faltar al referéndum el quórum de 50 por ciento más uno, sin el cual la previsible mayoría antiproporcional no tendría validez legal.

La izquierda también está dividida. De una parte, los postcomunistas que favorecen un sistema mayoritario capaz de superar los tacticismos exasperados de la política italiana y de favorecer, al mismo tiempo, una mayor gobernabilidad. De la otra, Refundación Comunista (una de las mayores reservas de purismo dogmático en el escenario político italiano) que desea la conservación de un sistema proporcional que le permite subsistir al costo de condenar el país a alianzas inestables entre pequeños partidos, lo que lleva inexorablemente a la ingobernabilidad y a la parálisis proyectual.

Moraleja: de un lado un deseo de conservar identidades pequeñas y exclusivas con vago sabor medieval y del otro un deseo de proyectualidad amplia construida sobre dos grandes partidos: uno de derecha y uno de izquierda, capaces de expresar orientaciones ciudadanas hacia el cambio o hacia la conservación.

Si ganara el sistema proporcional, Italia conservaría pequeños partidos capaces de expresar la riqueza de matices de la realidad nacional y prolongaría su tradición de inestabilidad y de maquiavelismo de parroquia. Si ganara el sistema mayoritario, el país pagaría el costo de tener un sistema político menos "representativo" y obtendría, sin embargo, gobiernos con la posibilidad de gobernar. ƑCuál de estas medias verdades es preferible? ƑLa identidad (fragmentada) o la posibilidad del cambio?

Una disyuntiva similar se plantea en el caso del referéndum relativo a los despidos. Aquellos que se oponen a modificar el marco legal existente tienen de su lado un argumento fuerte: la flexibilidad laboral no puede y no debe construirse sobre una reducción progresiva de los derechos de los trabajadores. Aquellos que favorecen una mayor libertad de despido, también tienen de su lado un argumento poderoso: la excesiva difusión de vínculos legales al despido supone de parte de los inversionistas claras resistencias a generar nuevos puestos de trabajo. Dicho en síntesis: de un lado, la defensa de derechos laborales adquiridos por aquellos que tienen un empleo; por el otro, la necesidad de reducir los obstáculos legales a la creación de nuevos puestos de trabajo. Una alternativa evidentemente no fácil en la que toda la derecha italiana está del lado de la segunda opción, mientras toda la izquierda está a favor de la primera.

Señalemos de paso que, tal vez, la homogeneidad de la izquierda a favor de la defensa de los derechos adquiridos de los empleados en lugar que a favor de la generación de nuevos empleos (para decirlo burdamente) representa una resistencia cultural que podría resultar costosa para un país con índices de desempleo entre los más elevados de Europa occidental y un desempleo juvenil descomunal.

Como quiera que sea, hacer política es aceptar que las verdades absolutas existen sólo en las regiones de las purezas autoritarias. Hacer política en un sentido moderno es aceptar las medias verdades que permiten desbloquear oclusiones que traban la evolución democrática y civil de los países. Con un costo, obviamente.