La Jornada miércoles 17 de mayo de 2000

Carlos Martínez García
Politiquería y religión

EL PRESIDENTE ERNESTO ZEDILLO aboga ante representantes del Vaticano en favor de la canonización de Juan Diego. El candidato que promete resolver el conflicto de Chiapas en quince minutos, Vicente Fox, le envía su decálogo sobre la libertad religiosa a los jerarcas del Episcopado Mexicano. Simpatizantes del Consejo General de Huelga organizan una misa en la explanada de la rectoría de la UNAM. ƑEstaremos acaso ante una resurrección de la religiosidad entre muy distintos, y adversos entre sí, actores políticos?

Mi respuesta es no, lo que estamos presenciando es un uso político de lo religioso con fines de legitimación ante sectores de la sociedad para los que son importantes justificaciones que catalogamos como espirituales. Es cierto que toda religiosidad tiene expresiones políticas, que pueden incluir o no manifestaciones electorales. Incluso los muy pacíficos monjes tibetanos, dedicados mayormente a ejercicios contemplativos, tuvieron que organizarse para resistir el totalitarismo de la China comunista. Pero también es verdad que los políticos acuden a ropajes religiosos para ser mejor aceptados en determinadas coyunturas político-electorales. En los tres casos citados podemos vislumbrar que lo religioso está articulado a intereses políticos muy definidos, no estamos ante cosmovisiones religiosas que buscan en el mundo de lo político mejores cauces para influir con sus principios doctrinales al conjunto de la sociedad. Incluso actores específicamente religiosos, como se supone son los jerarcas del Episcopado Mexicano, ponen por delante sus reivindicaciones políticas contra el Estado laico que los despojó de prebendas monopolizadoras de las conciencias de los ciudadano(a)s. Muestra de esto fue la celebración eucarística del día 6 en el Zócalo capitalino, a la que por cierto asistió como la mitad de gente que el día anterior al mitin de Andrés Manuel López Obrador.

Ya nada más nos falta que algunos opositores al zedillismo organicen una marcha de desagravio a Juan Diego, por haber sido usada su canonización por un presidente emanado del PRI. O que el rector Juan Ramón de la Fuente convoque a Onésimo Cepeda para que haga un exorcismo en las instalaciones unamitas. Y que altos directivos de PRI, PRD, PDS y PCD convoquen a teólogos adversos al ultramontanismo foxista. Entonces la política nacional será cosa de confesionarios y previas bendiciones de los jerarcas católicos, que con regocijo verán el regreso de los descarriados a los brazos de la que, según recordó el obispo Felipe Arizmendi, es madre y maestra.

Ya más en serio, es necesario estar alerta ante las fuerzas que, al amparo de una mayor búsqueda de libertad religiosa, nos quieren hacer creer que vivimos en el peor de los regímenes opresivos para ejercer el culto que mejor convenza a cada quien. Al escribir esto para nada soy un apologeta del septuagenario partido que ha desgobernado a México, más bien traigo a la memoria que la lid contra el control clerical de la vida política y pública de la nación fue una gesta popular que transformó al país en uno con mayor tolerancia hacia lo heterodoxo. ƑQué autoridad tienen hoy, para hablar de libertad religiosa, quienes anteayer y ayer fueron los mayores obstáculos para que en México se implantaran otras propuestas religiosas y espirituales distintas a la impuesta y dominante? Hacer política de raíces religiosas (cristianas como dicen tener Fox, sus amigos, obispos, arzobispos y cardenales) llevaría a buscar ensanchar la igualdad de todos y todas, a la implantación del derecho como fruto de la justicia, respeto a quienes tienen referentes de identidad distintos a los mayoritarios y entender que las conciencias de las personas no pueden ser forzadas para ajustarse a una determinada moralidad.

En el otro lado de la política está la politiquería, que invoca principios eternos para favorecer proyectos muy personales y excluyentes de las ideas de los herejes. Lo que el sociólogo y teólogo francés Jaques Ellul ha llamado la subversión del cristianismo (transformarlo en algo, el constantinianismo, que es contrario a los principios originales) fue una maniobra de adulteramiento que convirtió en creencia imperial y obligatoria a la fe que desdivinizaba a los poderes. Los valdenses de los siglos XI y XII hicieron política, sus papistas perseguidores politiquería.

La política de Bartolomé de Las Casas y su defensa de los indios fue contraria a la politiquería de Juan Ginés de Sepúlveda, que consideraba animales a los naturales de nuestro continente. Politiquería fue el alineamiento de los llamados cristianos alemanes (arios) con Hitler, mientras una minoría aglutinada en la Iglesia confesante eligió la fidelidad al Evangelio y se opuso al racismo nazi. Ya lo dijo Jesús: hay que cuidarse de los lobos con piel de oveja.