La Jornada miércoles 17 de mayo de 2000

Luis Linares Zapata
Discordancias y menosprecios

LAS ESTRATEGIAS DE campaña, tal y como se anticipaba antes del intervalo de Semana Santa, han sufrido los ajustes finales y los partidos adecuan a ellas su accionar. El PRI abandonó el resguardo de su candidato con su intento de minimizar costos que lo encapsuló y lo ha lanzado a la conquista de las simpatías del electorado, sobre todo del segmento al que llaman su voto duro. Corren, entonces, los riesgos inherentes. El PAN, por su lado, pretende ser una aspiradora del voto útil y trata de abrirse a un más vasto espectro de la población. Y, como sus ofertas y programa no lo ponen en contacto y al alcance de esos segmentos de votantes, se apresta a realizar ajustes y ampliaciones tan adicionales como urgentes. El PRD ha decidido diferenciarse de eso que clasifican como el oficialismo, del PAN y el PRI, para representar así una opción distinta, la declaradamente única, la real, de izquierda.

Los tres agrupamientos parten de esa información dura que las encuestas ponen a su disposición. Las últimas de ellas siguen confirmando la reciedumbre y constancia en las preferencias ciudadanas que han sido observadas durante toda la campaña regular. Pero los datos arrojados en el caso del Distrito Federal no concuerdan con aquellos de alcance nacional y obligan, por tanto, a reflexiones adicionales.

La primera conclusión que salta al analizar de cerca los datos que emiten los sondeos es la persistente y a tramos acelerada declinación del PRI en las preferencias populares. Sus dos candidatos principales han caído, mes a mes, de manera sistemática durante todo el transcurso del 2000. Silva Herzog más que Labastida, y puede decirse que éste sufre los efectos del trabajo fallido del primero. Las pérdidas de Silva las ha capitalizado López Obrador en la local y, en la tendencia general, lo que se separa de Labastida ha ido a parar a Fox y algo a Cárdenas. La segunda conclusión habla del lento pero sólido avance de la tendencia opositora, principalmente capitalizada por el PAN, aunque también por el PRD. Como una tercera consecuencia se observa un súbito brinco perredista en el DF. En efecto, tanto López Obrador como Cárdenas han alterado las preferencias del electorado modificando así las huellas que han marcado los demás contendientes. Sin embargo, este quiebre repentino que han logrado en la capital los abanderados de la coalición por México parece no tener efectos significativos en su numerología a nivel nacional. O tal vez haya una desviación no explicada en la lectura que las encuestas hacen de su penetración real. Decir que Cárdenas sólo logra atraer a 9, 12 o hasta 14 por ciento es rebajar, de manera errónea, el lugar que le corresponde.

El vuelco repentino de simpatías y disposición de voto que está teniendo lugar en el DF y, por añadidura casi obligada en la más vasta área metropolitana, es suficiente para hacer sentir la presencia perredista con mayor fuerza en la contienda por la Presidencia. Pero si eso no es suficiente, el puebleo, ese tozudo trajinar de Cárdenas por cuanto municipio y rincón de la geografía del país se pueda dibujar, permiten ensamblar una imagen de presencias entusiastas, multitudinarias, innegables al simple ojo avizor y hasta al mismo ánimo distraído de aquellos ciudadanos indiferentes. Ninguna región apartada escapa a las dilatadas visitas del incansable promotor. Pueblo por pueblo, modestas capitales, páramos semidesérticos como La Laguna, zonas de profunda marginación y difícil acceso en Chiapas o Guerrero constatan su presencia y atractivo. Basta sumar los números de los que acuden al llamado a reuniones, placeos y mítines para darse cuenta de que algo ocurre ahí que las encuestas ignoran o de plano soslayan. Pensar en rangos entre 20 o 25 por ciento de preferencias para CCS durante este mayo crucial, no es una inferencia alocada sino una más precisa descripción del fenómeno de pinzas arriba mencionado. Todo parece indicar que el PRD acentuará, con los días, la inercia que lleva para meterse en la pelea final.

El PRI se concentra y confía en la formidable maquinaria de su militancia efectiva y la que está incrustada dentro de la burocracia pública, federal y estatal. Han calculado que su llamado voto duro les puede llevar al éxito a pesar de que hay distintas apreciaciones del número efectivo de ese segmento del electorado. El DF, sin embargo, apunta hacia una catástrofe en el voto priísta, aun entre aquellos sectores y agrupamientos que tradicionalmente le eran afines. Tal parece que el PRI viene perdiendo fondo, parece desarticulado y, lo que es peor, incapaz de corregir sus defectos y ausencias en la gran capital. La penalidad será dolorosa en extremo y no se ve manera de detener la caída. Ya van en tercer lugar.

Fox ha logrado un acuerdo con Porfirio y ello le dará algo o mucho de lo que carece: una visión comprensiva y moderna, una oferta imaginativa que lo presente como una opción de gobierno incluyente. Fox requiere de la confianza de aquellos que sospechan, y con sobrada razón, de las posturas beatíficas de la derecha, del modelo empresarial de estrecho aliento que los anima y presentar, entonces, una opción para la alternancia democrática seria, asequible a grupos clave que pueden decidir esta contienda. La actual escaramuza de Muñoz Ledo con la Segob está poniendo parte de la plataforma de lanzamiento para lograrlo. El resto de las líneas futuras dependerá de lo que los tres abanderados hagan en el inevitable debate por venir y del efecto que el cambio de talante de los defeños esparza por el país.