Leonardo García Tsao
Yi yi, otra cinta asiática favorita en Cannes
Cannes, Francia, 15 de mayo * Al cumplirse la mitad de la 53 edición del festival de Cannes, ha sobresalido otra película asiática -la región con mayor representación en el concurso. Se trata de Yi yi (Uno y uno), del realizador taiwanés Edward Yang, que inicia con una boda y culmina con un funeral, cerrando así un ciclo vital, pues ese es el tema de esta emotiva cinta: la vida misma y lo que cada uno espera de ella. Desconocido en México, Yang ha explorado en su obra la pérdida de identidad cultural de la sociedad taiwanesa. En este caso acepta como un hecho irreversible la presencia de elementos extranjeros, pero enfoca la ansiedad existencial desde la perspectiva de los diferentes miembros de una familia de clase media. Es como una puesta al día de los temas de Yasujiro Ozu, en versión accesible.
El cine asiático ha cobrado una presencia cada vez mayor en los festivales internacionales, al tiempo que los países del ex bloque socialista prácticamente han desaparecido del mapa cinematográfico. Tan es así que la única representante del cine ruso en la competencia fue coproducida con Francia. La noce (La boda), de Pavel Lunguin, recurre a la conocida táctica de escenificar una celebración nupcial, para hacer apuntes de sátira social. Aunque graciosa a ratos, la película se desarrolla entre personajes ebrios y/o grotescos, bufonadas, bailes, música incesante y actos de violencia ligera, sin una columna vertebral narrativa. La impresión final es comparable a ser el único sobrio en una fiesta de borrachos.
El tercer director de la jornada, también inédito en nuestro país para que vayan midiendo las carencias de la cinefilia nacional, es el israelita Amos Kollek, cuya obra se ha filmado fundamentalmente en Estados Unidos. El cineasta ha cambiado de giro en Fast Food, Fast Women, sustituyendo el tono deprimente y sórdido de sus anteriores Fiona y Sue, por una especie de comedia romántica sobre neoyorquinos neuróticos y solitarios. Aunada a la obvia influencia de Woody Allen, también hay un buscado excentricismo a lo Hal Hartley con una pizca de Cassavetes. Referencias que le quedan muy grandes a Kollek, un director limitado por su chambonería y su fijación con la limitada actriz Anna Thomson. Lo mejor de la cinta son los momentos de ternura representados por varios personajes ancianos. Quizás el festival no pudo conseguir el último Allen, Small time crooks, pero no debía haberse conformado con imitaciones.
Ayer se celebró el homenaje a Luis Buñuel, cosa que promete ser de cajón en la mayoría de los festivales del año. Por supuesto, los franceses insisten en apropiarse al cineasta aragonés. Para ellos, su carrera en México fue un detalle curioso; según colaboradores como Jean-Claude Carrière y Serge Silberman, su verdadera obra inicia a partir de su regreso a Europa. Sólo así se explica que un texto de la publicación oficial del festival anuncie que en el homenaje estará presente "la luminosa Viridiana, Catherine Deneuve". (Si Silvia Pinal no estuviera demasiado ocupada con sus líos legales, vendría a ponerlos en su lugar). Por eso, es de elogiar la puntada del actor Michel Piccoli, quien en la cena de gala pidió la palabra sólo para gritar "šLuis Buñuel era español!".
Y ya metidos a hablar de los franceses, no podemos dejar de admirar la incansable grosería e intransigencia de quienes se encargan de las puertas de acceso a las diferentes secciones del festival. Si bien la amabilidad francesa no suele relucir ante los extranjeros, esos cancerberos deben haber sido reclutados en las peores cárceles de la región.
Tal vez tengan la misión secreta de convencer a los presentes de no volver a Cannes el año próximo.