Luis Hernández Navarro
El hijo del Ratón Loco
Vives en el pánico. Es la hora de la incertidumbre. Por primera vez, en tu la larga carrera de funcionario público y representante popular, has perdido la confianza en las posibilidades de triunfo de tu candidato. El futuro ya no es lo que era. La derrota está allí. La hueles. La temes.
Eres hijo del Ratón Loco y de Doña Urna Embarazada. Hermano del Taqueo, del Padrón Rasurado y de la Caída del Sistema. Viste la luz de la política dentro de las filas del invencible. Creciste sin el error de vivir fuera del presupuesto. Con paciencia te formaste en la fila que lleva a la ventanilla de las gratificaciones de la Rueda de la Fortuna de la nómina tricolor. A veces estuviste arriba y a veces abajo, pero siempre adentro. Defendiste hasta la ignominia lo que había que defender. Guardaste lealtad a tus superiores convencido de su generosa recompensa.
Pero, a pesar de ello, durante meses no hiciste sino recibir insultos y desdenes. En su afán por vestirse con un nuevo traje, tu candidato la emprendió contra los corruptos y contra el viejo PRI. O sea, contra ti y los tuyos; contra los que han hecho posible que el partido sea lo que es; contra los que mantienen funcionando la maquinaria. De repente, tus virtudes de ayer son tus defectos de hoy. Ya antes habías tenido que soportar el ver cómo esos yuppies provenientes de la Ivy League caían en paracaídas sobre los mejores puestos de la administración pública, a costa de tu esfuerzo, sin haberse siquiera empolvado los zapatos. Pero esperabas que la pelota regresara a tu cancha; la plomería electoral es lo tuyo. Pero en lugar de eso, tu candidato te ataca y te ofende. Y, tú, indignado, te preguntas: Ƒacaso Labastida no le debe al partido todo lo que es? ƑCómo le hizo para llegar hasta donde está? ƑDe verdad cree que puede prescindir de nosotros?
Se respira un clima de naufragio. Tu candidato se hunde. Así los indican las encuestas, pero no sólo las encuestas. Esas siempre se pueden mandar a hacer a la medida. Después de todo hay otras señales que tú conoces bien. Por ejemplo, el costo de los votos. Tú, mejor que nadie, lo sabes. Las elecciones se ganan con dinero. Y el importe de los votos ha crecido endemoniadamente. Las internas del PRI los encarecieron, y el anuncio de la derrota ha elevado su precio aún más. No parece haber dinero suficiente para comprar el triunfo. Y, de haberlo, prefieres no imaginar lo que vale la hipoteca.
Están, también, los pleitos internos. Esos de por sí se dan, pero no como ahora. Si el coordinador de la campaña tiene que insistir en la prensa nacional que él es el coordinador, la cosa está canija. Y te basta leer las columnas periodísticas para ver que el golpeteo en su contra viene del interior del partido y no fuera. Y conste que no es santo de tu devoción. Cuando recién fue nombrado secretario de Gobernación tú repetías en los desayunaderos políticos a quien quisiera escucharlo: Ƒsabes dónde estaba Esteban Moctezuma antes de ir a Bucareli? Y respondías entre carcajadas; en el kínder. Pero ahora no está en las listas de diputados o senadores a diferencia de Emilio Gamboa y Dulce María Sauri. Y eso, tú lo sabes, es señal de que el barco se hunde. No que Moctezuma no esté, sino que los otros se hayan colocado allí. Eso no sucedió en el PRD ni en el PAN; ninguno puso a sus dirigentes principales como candidatos. Es como si los capitanes del barco se hubieran subido ya en los botes salvavidas.
Desconfiado como eres, no puedes creer que la popularidad de Fox provenga sólo de sus méritos o de las limitaciones de tu partido. Sabes que los tecnócratas han ayudado a cavar la tumba del régimen con sospechosa constancia: aumentaron el IVA, disminuyeron los subsidios a los pobres, quisieron privatizar la electricidad, manejaron con las patas el asunto de Fobaproa. Estás seguro de que a ellos no les importa cambiar de camiseta con tal de poder seguir practicando su fe neoliberal; que les da lo mismo vestirse de tricolor que de blanquiazul. Pero tu desconfianza sobre el éxito del señor de las botas no se detiene allí. Te huele que viene de los mismísimos Pinos. Que, con tal de pasar a la historia como el hombre que permitió la alternancia, el Primer Mandatario es capaz de hacer ganar a un partido que, sin ser el suyo, defiende su mismo programa de gobierno.
Tú, hijo del Ratón Loco, no puedes permitir que tu partido pierda. Está en juego tu pasado y tu futuro. Con derrota, el Oscar Espinosa Villarreal que traes dentro, saldrá a la luz pública; no habrá impunidad. Con derrota no habrán bufetes de abogados suficientes para dar empleo a los perdedores. Quedan, apenas, poco más de cincuenta días. Por eso has convocado a la guerra santa. Tienes de tu lado el arsenal de la alquimia y la invocación al miedo. La consigna es: tu partido o el caos. La señal ya llegó. No te engañas: después del 2 de julio no habrá después.