SABADO 13 DE MAYO DE 2000
La jerarquía afila su espada política
* Bernardo Barranco V. *
Los espíritus laicistas se hallan inquietos ante las reiteradas incursiones públicas y políticas de la jerarquía católica. Liberales y jacobinos aseguran que asistimos a una nueva ''embestida clerical''. La Subsecretaría de Asuntos Religiosos reacciona tardía y confusamente. ƑPor qué se han creado ansiedad, declaraciones, documentos y concentraciones? El problema de fondo es que el momento político intensifica y agrava cualquier manifestación pública de una institución religiosa que es al mismo tiempo un actor político. En el proceso electoral más reñido en la historia reciente de México, la Iglesia mexicana se convierte en un factor que si bien no es políticamente definitiva, bien puede ser determinante. Pareciera que la Iglesia católica afina hábilmente sus instrumentos de presencia y presión que tan buenos dividendos le ha dado en los últimos 15 años. Esto es, insertaba sus demandas en los momentos de mayor debilidad del viejo sistema político mexicano, que eran justamente en los procesos electorales. Ahora, en un escenario de competitividad extrema, la jerarquía ha lanzado señales suficientemente claras para ser considerada no sólo como un actor político, sino también aspira a ser garante y legitimadora de este particular proceso de transición.
En el documento Del encuentro con Jesucristo a la solidaridad con todos, los obispos expresaron su apertura a la alternancia; sin empacho alguno, sostienen que el Evangelio está íntimamente vinculado a la cuestión social y por lo tanto, política. En la toma de posesión de Felipe Arizmendi se cuestiona abiertamente a las fuerzas armadas y al EZLN, mostrando la autonomía y cuerda propia en el tratamiento indígena. La misa en el Zócalo del pasado sábado 6 de mayo, no sólo fue una demostración de convocatoria, sino de expresión de que las fuerzas sociales católicas pueden estar en proceso de reactivación. El enviado papal, el cardenal Medina Estévez, enfático expresó que los temas que más preocupan a la estructura católica son la inseguridad, la corrupción y el narcotráfico. Si bien hay riesgos de triunfalismos o de imprecisiones, como en los que incurrió el cardenal Norberto Rivera al comparar a la Iglesia católica mexicana con ''la Iglesia del silencio'', expresión utilizada por el estratega Cassaroli ante la situación extrema que padecían las iglesias bajo regímenes totalitarios de Europa del este, lo cierto es que la Iglesia se presta para un gran asalto de reivindicaciones consideradas como estratégicas, que las podemos resumir en cuatro: 1) La cuestión del aborto y política poblacional; 2) Educación religiosa en primarias públicas; 3) Acceso a la posesión de medios de comunicación electrónicos; 4) Mano dura frente al avance de nuevos movimientos religiosos y sectas.
En un estado de derecho, nada puede impedir que una institución como la Iglesia ponga sobre el tapete sus aspiraciones. Sin embargo, queda la duda si las reivindicaciones se negocian a través de la presión política, abierta o subterránea, o mediante un proceso de discusión cultural con la sociedad. Diferentes encuestas, ahora muy devaluadas, han mostrado el temor del ciudadano común en la injerencia política de la jerarquía. La fe y la política son percibidas como una mezcla explosiva y peligrosa; de manera difusa están aún presentes las confrontaciones fratricidas de los siglos XIX y principios del XX, son heridas que aún no han cicatrizado totalmente.
También se debe reconocer que esta presencia política de la Iglesia sin duda ha sido magnificada y hasta propiciada por los propios actores políticos, incluyendo en primera fila al gobierno mexicano. No es posible que ahora sectores de gobierno se rasguen las vestiduras cuando éste ha sido el principal responsable de la politización de la propia jerarquía. Con todo, aquí la delantera la lleva Vicente Fox, quien en su ''decálogo'' va más lejos y otorga mayores concesiones a las iglesias, como: deducción de impuestos, homologación académica y libre tránsito por instituciones públicas. Quizá al calor de la contienda electoral, los estrategas confundan la existencia efectiva de un voto religioso. En el caso de Fox hay una natural simpatía de los obispos, ya que más de 60 por ciento de éstos proviene del Bajío. Sin embargo, la clara identificación foxista con el factor religioso, estriba en atraer la intención del voto rural, incluso sacrifica a las minorías culturales e intelectuales urbanas por los votos rurales más identificados a lo religioso y tradicional. Dicho de otra manera, a los sectores seculares urbanos apela el voto útil, mientras que en lo rural espera Fox un apoyo de redes parroquiales.
Debemos seguir con atención el comportamiento de las campañas en relación con el factor religioso. Hasta el momento, Francisco Labastida no ha tenido una propuesta específica, sólo esporádicos encuentros. La oferta cardenista no se da en el ámbito cultural ni de los valores, sino fundamentalmente en un modelo económico diferenciado al neoliberal y del papel del Estado en favor de la justicia social y de desarrollo. En cambio, la oferta de Fox se basa en los principios morales inspirados en los valores religiosos, teniendo como foco de contradicción su modelo económico tan criticado por los obispos. Hasta ahora, hemos presenciado expresiones y posicionamientos de la élite religiosa, falta aún observar al bajo clero y a los movimientos católicos. El principio de neutralidad partidaria resulta estratégica para la Iglesia; pensando en las probables polarizaciones poselectorales, ésta podría ser un elemento de negociación, de puente y de legitimación. *