VIERNES 12 DE MAYO DE 2000
Montes Azules en Tarahumara
* Ricardo Robles *
En Tarahumara éste es uno de los peores años de sequía que se recuerden. No ha venido solo. Los años áridos se han ido acumulando uno tras otro. Se muere la vida en este frágil ecosistema enclavado en la franja desértica del planeta. La nieve y la lluvia ya no son las que fueron. Se merman las grandes cuencas hidrológicas, la del Conchos hacia el Golfo y la del Yaqui, el Mayo y el Fuerte hacia el Pacífico. La oxigenación general de la región se ve ya afectada. El agua se raciona en las ciudades. Estamos rebasando ya "el punto de no retorno" hacia el desierto, la migración masiva y el etnocidio. Se nota a simple vista en el paisaje. Diariamente, cientos de camiones saquean millares de árboles.
Millones de años pasaron para que del fondo del mar emergieran estas tierras y para que se formaran, en medio de los desiertos, los bosques de esta sierra. En cosa de un siglo los estamos aniquilando ya. Nuestra cultura económica depredadora tiene caminos legales y modos políticos. Las reformas al 27 constitucional y el TLC con sus secuelas de asociaciones mercantiles, nueva ley forestal, desregulación de controles, el Procede, etcétera, abrieron las puertas a la rapiña intensiva. Las leyes han sido en buena medida justificación de despojo y dominio. Y para mantener el orden social, el control, se miente. Se afirma que en nada afectará a la ecología todo lo que se pacta, legisla y programa. Se anuncian mejorías futuras. Se monta la pantomima del llanto ante los deterioros. Y tras esas cortinas de palabras se concesiona, se acumula, se atemoriza, se militariza, se ejecuta, se siembran delitos, se encarcela o se desaparece a los sensatos.
En un taller reciente, indígenas de esta sierra lo dijeron a su modo: "El Presidente de la República nos está acabando porque no respeta nuestras costumbres y autoridades tradicionales. Las compañías madereras están acabándose el bosque. Los partidos políticos nos engañan. Los ricos se aprovechan de la gente. Los mestizos contaminan los arroyos. El gobierno manda operar a las mujeres para que se acaben 'los indios'. Los militares dividen a la comunidad porque las personas tienen miedo y ya no se juntan".
La gente ve morir la vida que se nutría del bosque, la de sus pueblos y culturas. Sin su territorio cultural cuidado por milenios, sin la biodiversidad que sostuvo su historia, no hay cultura que pueda vivir. Es la guerra económica que avanza avorazada con el ejército como guardaespaldas. Es la guerra mal llamada de baja intensidad. Es la que quiso engañar, amedrentar, achicar; la que mintiendo firmó los acuerdos de San Andrés Sakamch'én, la que dice sin empacho que ya cumplió. La que presagia masivas masacres poselectorales.
Y así, la ruta de esta guerra económica nos lleva hasta los Montes Azules chiapanecos. Desde ahí, desde la guerra en curso contra todos, se pueden descifrar los incendios forestales provocados, el ejército reforestador, los ecológicos y luctuosos estados de emergencia, el desplazamiento de las comunidades, los retenes y patrullajes militares... También desde ahí se entienden los discursos de paz, las invitaciones al diálogo, las cifras oficiales... Desde ahí pueden leerse sin pasmo los Planes de Trabajo de Semarnap para el 2000. Nos pasan la película de guerra en negativo. Para esta guerra y sus gestores, la verdad es sinónimo de conveniencia, nada tiene que ver con la realidad ni lejanamente.
Lo mismo que pasa en los Montes Azules, pasa en la Sierra Madre y en todo el país. Es el mismo desdén racista contra los indios. Es la misma discriminación contra todo mexicano que no haya sabido acumular a lo bestia. Es la misma oferta para adoptar la cultura de la rapiña, la acumulación, la deshumanización. Es la misma utopía: después de nosotros el antidiluvio, el desierto, la muerte, el fin del planeta.
En el taller que cité los indígenas terminaron escribiendo: "La gente cumplía muy bien en las fiestas pero llegaron los españoles y empezaron a extenderse por todo el país. Empezaron a hacer carreteras y robar tierras y pinos y minas y traer otras costumbres como los ejidos y cercar tierras dejando fuera a los indígenas que ya no tienen ni dónde hacer una casa". "Queremos que los nuevos no pierdan nuestro modo de cantar, de tocar, de bailar, nuestra palabra y nuestro modo de vivir".
Los seculares cuidadores de la naturaleza, los pueblos indios, siguen convocándonos a la vida, a despertar de la pesadilla, a no asfixiar al planeta. *