JUEVES 11 DE MAYO DE 2000

El falso pluralismo opositor

 

* Adolfo Sánchez Rebolledo *

PRESIONADO POR EL REPUNTE de la campaña electoral del PRD, pero también por los recientes ajustes en el equipo priísta, Vicente Fox declara ante una multitud que lo exalta, que si Cárdenas no declina a su favor será porque ''ya se vendió al PRI''. A su vez, Cárdenas contrataca, refrescándole la memoria. ''El león cree que todos son de su condición'', concluye. En horas, las dos grandes coaliciones afilan sus armas dejando en el olvido las viejas ilusiones de forjar un frente antigobiernista. A menos de dos meses de los comicios, la disputa política se traduce al idioma de los bajos fondos buscando desacreditar más que convencer. El espacio lo ocupan duras y graves acusaciones contradiciendo la imagen de tolerancia inmaculada que han querido forjarse los caudillos de la oposición. La breve guerra verbal entre ambos aspirantes nos pone como de paso ante la realidad de que el 2 de julio puede no ser una fiesta democrática sino todo lo contrario.

En la oposición que alguna vez quiso aliarse para ''sacar al PRI de Los Pinos'', las diferencias naturales entre candidatos, que son la base del juego pluralista, se entienden como parte de una conspiración al servicio del gobierno, que sólo deja correr las aguas en su provecho. Mas el argumento no es un accidente en la campaña, pues se repite y se extiende hacia otras fuerzas una y otra vez sin aportar pruebas de ninguna especie, a no ser las groseras deducciones de los plumíferos que viven de y en esa podredumbre.

Tal simplificación extrema de la contienda tampoco es el resultado de pifias imprudentes sino el corolario de una cierta concesión del cambio democrático, justo aquella que asume el 2 de julio como un momento de ruptura fundacional. En la cultura política que heredamos de esta singular democracia salvaje, como hace décadas llamaba José Revueltas al régimen de la Revolución Mexicana, la victoria se concibe únicamente como la derogación del otro, en intenso blanco y negro, de tal modo que la derrota, aun siendo transparente, se considera como un estigma inaceptable, salvo en el caso de que se imponga por medios ilícitos o inmorales que siempre, al menos, ofrecen una coartada insuperable al perdedor. En el fondo del corazón de nuestros políticos opositores sigue latiendo el impulso a convertir las elecciones en un juego de todo o nada. A la menor ocasión reverdece el viejo maximalismo de izquierda o derecha que consagra la máxima de que el que pierde arrebata. Esa actitud es la que aparece en la lógica subyacente tras la polarización que algunos mitifican como la antesala de la ''transición''.

A Fox le parece un desperdicio incomprensible que el PRD se mantenga en la liza aunque las encuestas, que vendrían a ser una especie de ''primera vuelta'' a la mexicana, según Castañeda, no le concedan la menor posibilidad de vencer. Sea por arrogancia, o por temor a no mantener el ritmo hasta el final, a Fox le parece completamente natural que los demás candidatos opositores declinen, puesto que en su visión bipartidista se identifica mecánicamente alternancia con transición. No le preocupa el futuro del régimen político ni el sistema de partidos ni, al parecer, la transformación de las instituciones en un sentido democrático. En este neopresidencialismo, todo se pospone hasta la llegada del mesías a la Presidencia, como si no fueran cambios dignos de mencionarse las posiciones ganadas en todos los niveles de gobierno y en el Congreso por la oposición y ese no fuera un camino legítimo en la transición mexicana. Se predica con denuedo la democracia cuando se trata de establecer las reglas de la competencia, mas no se usa la misma vara para aceptar la posibilidad de un resultado adverso ni la pluralidad. Ninguno de ellos desea, por supuesto, pactos que limiten su capacidad de maniobra, pues no hay compromiso por la civilidad que sea creíble cuando se privilegia el relativismo más absoluto. Sin embargo, más allá de las apariencias está la provisionalidad del tripartidismo. El juego electoral les parece muy benéfico cuando éste se reduce a tres y no a seis partidos, pero lo niegan en cuanto pueden para darle aire al bipartidismo: la moda es que Fox o Cárdenas quieran debatir sólo con Labastida, pero excluyendo a los demás. Si así tratan al pluralismo cuando son oposición, qué podemos esperar si uno de ellos se instala en la silla presidencial. *