JUEVES 11 DE MAYO DE 2000
* Olga Harmony *
Desde el callejón
Si con La ópera de los mendigos John Gay estructuró un novedoso género teatral, mezcla de drama, ópera y opereta que satirizaba el mundo de su época, muy en particular la revolución metodista del pastor John Wesley (que descubriera para la Inglaterra del siglo XVIII la situación de los menesterosos y los presos), Bertolt Brecht reescribe el viejo texto ųa veces conservando diálogos enterosų para burlarse de los gustos burgueses en cuestión de óperas y para, conservando el espíritu del original, atacar las estructuras sociales de un capitalismo que combatiría toda su vida. Sabido es que con La ópera de tres centavos, y sobre todo con las notas que escribió acerca de esta obra, Brecht inicia el camino hacia el teatro épico. Y es también que el delicioso texto Gay-Brecht, las canciones (muchas de ellas con poemas de François Villón) y sobre todo la música de Kurt Weill encantaron a ese público burgués cuyos gustos el dramaturgo intentó parodiar, con lo que el distanciamiento y todo el aparato teórico que entonces empezaba a estructurar poco encontraron eco. Tanto así que Brecht se mostró en total desacuerdo con la famosa película de Pabst que eliminó los factores épicos.
Sin embargo, la malicia crítica de la La ópera... se sostiene hasta la fecha y se presta para muchas versiones. Hace ya bastante años José Caballero la mexicanizó (sus grandes logros fueron hacer de Makie un personaje de Juan Orol, convertir al corrupto policía Brown en Black, cuando estaban muy frescas las ''hazañas" del Negro Durazo), aunque los alumnos del CUT con los que trabajó estuvieron muy debajo de los requisitos de la música de Weill, aun convertida en guapachosa para que alcanzaran la tesitura. Es ahora Erando González quien se apropia a su manera del texto para proponer una pequeña comedia musical sobre temas musicales propios y ajenos del autor y director, Nelson Gallardo, Moisés García (que ejecutan la música en vivo junto al percusionista Juan Cisneros) y Ernesto Anaya.
Erando González concibe una síntesis en que dos actrices y un actor encarnan a los diversos personajes ųexcepto a los mendigos, grandes ausentes en escenaų cambiando de vestuario ante el público y sin salir del escenario. En algún momento, los músicos representan a la banda de El Mai el fierro ųen que se ha convertido Mackie Navajaų y en todo momento tanto ellos, como el propio González que los dirige, visten los pachucos atavíos que los identifican. El audaz experimento se sustenta, aunque podría no parecerlo, en las propias teorías brechtianas sobre todo la del distanciamiento. Para ello, el autor se sirve de tres merolicos que introducen al público en una historia reciente, uno de los cuales continuará como narrador, ubicando lugares y personajes, así como situaciones, en lugar de los famosos carteles. Y si Brecht eligió el jubileo de la reina Victoria como exacto símbolo de la burguesía a la que criticó, Erando González ubica su versión en una época de elecciones mexicanas, que muy bien puede ser el momento actual.
La mexicanización del texto es total. Ya no se parodia a una burguesía en abstracto (aunque muchos logrados momentos ironizan gustos y modos clasemedieros) sino a un sistema concreto, el nuestro, con alusiones a la narcopolítica y la amenaza de Febo, antes Peachun, ya no de estropear las fiestas del Jubileo sino de arruinar la campaña ''del candidato". Erando González escribe las letras y conserva algunas del original, aunque el volumen de la música en vivo opaque muchas veces la voz y la dicción de los cantantes, lo que es una verdadera lástima en esta ingeniosa versión de un texto, ya clásico y no por ello menos subversivo, porque efectivamente todos reconocemos este callejón en que nos encontramos.
Respetando el espacio de la obra (La casa del incesto) que ya se escenificaba, y lo hace hasta la fecha, antes de este estreno, Gabriel Pascal convierte el teatro círculo en isabelino, con una escenografía en apariencia de extrema sencillez y muy eficaz a base de cajones de los que se extraen partes del vestuario y que se convierten en cama, en un momento dado, o en otras piezas de utilería; su iluminación es, como siempre, privilegiada. Erando González dirige con mucha solvencia e intención y algunos momentos, como el de la boda, son en verdad hilarantes. Cuenta para ello con la indudable gracia de Aída López, de fuerte presencia en sus múltiples papeles; Carolina Politi, deliciosa como Julia e intencionada como la Yadira, y Enrique Arreola, casi transformista en sus tránsitos de un personaje a otro. Se apoya, también en la coreografía de Evelia Kochen, el vestuario de Cordelia Dvorak y la simpática complicidad de los músicos que parecen disfrutar sus intervenciones como banda de El Mai.