JUEVES 11 DE MAYO DE 2000
* Si las cosas no se hacen con premura, jamás se harían, ha dicho Manrique
La política cultural, supeditada al ejercicio del poder presidencial
* López Portillo, Salinas y Zedillo jugaron a lo grande, a diferencia de Miguel de la Madrid
* Protestas, despilfarro y cierre de instituciones, saldos de esas administraciones sexenales
Miryam Audiffred /II y última * De pensar que la historia es una cadena de coincidencias entonces los políticos mexicanos que han alcanzado la silla presidencial en el último cuarto de siglo bien podrían ser nombrados faraones, pues todos ųpertenezcan al pasado o al presenteų utilizaron a la arquitectura para dejar su ostentosa huella en la historia.
Sea temor al olvido, deseo de eternidad, justificación a seis años de política cultural, o bien considerar como expresó en su momento Jorge Alberto Manrique: ''Si las cosas no se hacen con premura en este país, jamás se harían''. Lo cierto es que José López Portillo, Carlos Salinas de Gortari y ahora Ernesto Zedillo quisieron jugar a lo grande; Miguel de la Madrid es caso aparte porque, como dicen, a él le tocó reconstruir la capital del país.
Coincidentes afanes presidenciales
''El presidente en México puede hacer todo el mal que quiera..." señaló en varias ocasiones el premio Nobel de Literatura Octavio Paz. Con estas palabras, el escritor se tornó filósofo y profeta al describir la demagogia que ha permeado los últimos 25 años de política y que en el ámbito de la cultura se ha vuelto evidente por medio de la creación de proyectos faraónicos como el Museo Nacional de Arte (Munal) y la llamada ''ciudad de las artes", recintos concluidos a pesar de todo y de todos.
Inauguraciones al vapor, oposición de la comunidad artística, gastos excesivos y desmantelamiento de instituciones culturales para consolidar el gran proyecto sexenal han sido las constantes de los últimos gobiernos. Y es que, por ejemplo, si hoy la Pinacoteca Virreinal fue sacrificada para convertir al Munal en el ''museo más importante de América Latina", en 1982 este mismo afán motivó al presidente López Portillo a disgregar las colecciones de varias instancias culturales como la Escuela de Diseño y Artesanía y los museos de San Carlos y de Arte Moderno. En aquella ocasión, por cierto, también la Pinacoteca se vio afectada con el préstamo de 34 piezas.
Un museo de museos
Epoca de despilfarro, el gobierno de José López Portillo se caracterizó por sus excesos. La abundancia del oro negro y el crecimiento acelerado de la industria petrolera llevó a pensar que México dejaría atrás el Tercer Mundo y que, por eso, era necesario construir un ''museo de museos" que diera fama internacional a la gestión lópezportillista.
Para lograrlo, el Presidente emitió el 14 de julio el decreto que sería la clave de su maniobra al establecer que la Secretaría de Gobernación dejaría el inmueble de Tacuba ųconocido como el Palacio de Comunicacionesų para quedar en manos de la Secretaría de Educación Pública que, a través del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, tendría la obligación de instalar el ''Museo Nacional de Pintura".
Si bien un año más tarde ųel 18 de junio de 1982ų el Diario Oficial de la Federación publicó el acuerdo por el que se organizó el ''Museo Nacional de Arte", los medios de comunicación de la época criticaron la premura con que se realizaron los trabajos de construcción y de traslado de obra. De hecho, el tiempo ejerció tal presión que el museo ųencabezado por Jorge Alberto Manrique y Helen Escobedoų abrió sus puertas el 23 de julio sin estar concluido. El sexenio se terminaba y como no había espacio para mostrar la pintura mexicana de los años cincuenta, el Presidente sólo inauguró las salas de obra prehispánica, colonial, del siglo XIX y de principios del XX; es decir, hasta el arranque de la Escuela Mexicana de Pintura.
''Hubiera sido deseable que este gran proyecto pudiese haber tenido más tiempo, tanto para su planificación como para su desarrollo y lo que yo llamaría su puesta en escena ųreconoció entonces la crítica de arte Teresa del Conde, quien ocupaba un puesto directivo en el INBAų. Pero las circunstancias de política cultural hacen necesario que se inaugure este mismo mes."
Y fueron estas ''circunstancias de política cultural" las que también motivaron a Carlos Salinas a inaugurar, seis años después, el Centro Nacional de las Artes (CNA) sin estar terminado y a pesar de las rotundas negativas manifestadas por personajes del mundo artístico como la bailarina y coreógrafa Guillermina Bravo, quien calificó de centralista el megaproyecto impulsado por Salinas y por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
Inquietantes contradicciones
Reunir las escuelas nacionales de música, artes plásticas, teatro y danza en un solo espacio logró que los artistas del país hablaran de ''inquietantes contradicciones".
''Me parece muy grave que se cambie de postura tan radicalmente, siendo que a lo largo de todo el sexenio se abogó por la descentralización", señaló entonces Bravo.
Las voces de oposición se dejaron escuchar, sin éxito, durante año y medio que requirieron los trabajos arquitectónicos dirigidos por Ricardo Legorreta. Al final, el Centro Nacional de las Artes ųproyecto considerado el más ambicioso desde la edificación, en los años cincuenta, de Ciudad Universitariaų fue inaugurado el 23 de noviembre de 1994 tras un desembolso de 365 millones de nuevos pesos.
Zedillo está a unos meses de inaugurar la obra que heredará a las nuevas generaciones de mexicanos, el Munal 2000, recinto que con un costo superior a 15 millones de dólares le permitirá continuar una añeja tradición que no fue seguida al pie de la letra por De la Madrid. El actual director del Fondo de Cultura Económica tuvo que superar demasiados desastres ųla explosión en San Juanico y el terremoto de 1985ų. No obstante, poco antes de concluir su mandato tuvo oportunidad de dejar su huella en la historia cultural de la capital. En 1988 permitió que Pro Vida y su dirigente, Jorge Serrano Limón, boicotearan la exposición de collages presentada por Rolando de la Rosa en el Museo de Arte Moderno. ƑLa razón de tal censura? La existencia de una Virgen María con el rostro de Madonna y la sustitución de Jesús por Pedro Infante en una obra en la que el autor ofrecía una nueva visión de La última cena.