La Jornada miércoles 10 de mayo de 2000

José Steinsleger
Madre hay una sola

A los 15 años, cuando quedó embarazada, le anunciaron que su novio sería su esposo. Antes de los 17 nació la segunda hija, a los 20 un varón, a los 22 y 26 dos niñas más, a los 35 obtuvo la licenciatura en letras (el parto más doloroso), y a los 38 se cortó las venas en una posada de media estrella.

Con el ojo entrenado, el gerente del hotelucho intuyó que algo encajaba mal. Como no hubo respuesta, forzó la puerta del cuarto mientras ella se desangraba en la tina. "Me pareció raro que una mujer 'tan encantadora' buscase alojamiento en este lugar", declaró.

A la clínica llegaron papá, mamá, hijas, hijo, tíos, abuelos, amigos, el sacerdote de la familia y el esposo. En los pasillos se cruzaron miradas de espanto y de interrogación. Cuando volvió en sí, el médico comunicó su deseo de estar sola. Con tono desafiante, una voz dijo: "soy el esposo".

--No, usted no --atajó el médico.

--ƑY yo? --susurró el cura.

--Usted tampoco.

Rodeada de atenciones, regresó al seno del hogar. Hogar perfecto de una familia casi perfecta que en los días siguientes a la tragedia fue visitado por gente perfecta que se despedía diciéndole "cualquier cosa que necesites...".

El esposo intentó la comunicación aunque también, con suavidad, le regañaba el haber hecho "eso" a la familia ("a mí y a mis hijos", aclaró).

Ella empezó a cambiar. A veces, era la de siempre: solícita, alegre, entregada a los hijos y amigos. El esposo aceptó que durmiese sola, en una habitación acompañada de sus libros.

Recuperada, manifestó a la familia que necesitaba tomar vacaciones. La familia omitió comentarios. Brindó las coordenadas de los sitios que pensaba visitar y se marchó. Pero en realidad, no recorrió sitio alguno y se refugió en una cabaña del campo.

Por las mañanas contemplaba el paisaje o buscaba palabras que por las tardes vertía en un cuaderno. Discurrió acerca de la necesidad de depender lo menos tiránicamente posible del medio natural y del social, de renunciar a las comodidades incómodas, del enjambre de tareas, compromisos, diversiones, negocios y de los éxitos que cultivan la "falaz inercia de espíritu".

A su regreso, las hijas adivinaron que cierto despertar animaba su espíritu. Condescendiente, el esposo sonrió, le acercó la cabeza a su pecho y ella se dejó abrazar. Pero del libro que cargaba se deslizó la fotografía de un joven:

--ƑY esto? ƑQué es esto? --balbuceó el esposo.

Ella tomó la foto, la miró detenidamente y clavándole los ojos dijo temblando que eso era el sol.