Luis Linares Zapata
Cambios maltrechos
El diagnóstico no pudo ser menos alarmante ante las evidencias que mostraban las encuestas de preferencias electorales para el PRI: si se sigue por la misma ruta lo seguro es la derrota. Se partía de un hecho probado: la consistente declinación que hizo naufragar el cómodo e imbatible 48 por ciento que le había acarreado su intento de apertura y el cambio reconocido de rituales y también de personajes. La incógnita entonces abrió dos posibilidades. Una era intentar el regreso a las maneras y llamar a los actores ya probados; y, la otra, llevar a cabo los ajustes que permitieran absorber los defectos o ausencias y dar así la pelea hasta el final. Se optó, aun de forma un tanto confusa y en mucho precipitada, por la primera ruta enunciada.
Se desató así el alud crítico en amplios segmentos ciudadanos y por todos los confines del país. Pero, sobre todo, se captó una clara señal que fue decodificada como de alarma desde la perspectiva del electorado. Se asentó, con ribetes incontrastables, la inminencia de una vuelta a los antiguos temores por el uso de recursos sin límite, a las caras certezas del manipuleo del voto, la imposición de verdades oficiales y de gobiernos que han carecido de base de sustentación, de legitimidad. El uso y prevalencia de la fuerza de un sistema que se reproduce a su imagen y semejanza, y que poco tiene que ver con la voluntad y el mandato popular. Un horrendo mensaje cifrado dentro de un paquete de apretujadas novedades de campaña que los ciudadanos contemplamos con ansiosa perplejidad fue lanzado por ese viejo PRI que se creyó sepultado. Y lo estaba hasta que fue desenterrado. Sin embargo, la ironía parece indicar que, de perseverar por ese camino, el desenlace está más que anunciado: la derrota es doblemente segura.
Y lo es, porque se abandona, no sólo a la mitad del río todo el cargamento y a los portadores de las nuevas versiones inauguradas hace ya más de medio año, sino que quiebra confianzas e interrumpe la credibilidad en el candidato y en su discurso para lo que sigue de aquí al cercano final. Con ello se permite la estampida del voto útil que el PRI, todavía, lleva atado a sus seguridades de triunfo. Y, como si ello no fuera suficiente, confundirá a las atentas miradas y juicios de la comunidad internacional de hoy. Una comunidad que ya se acomodó con la posibilidad de la alternancia y las aceptaciones de las reglas de un juego aceptablemente limpio.
La predisposición de voto que revelan las encuestas por el PRI y su abanderado (FLO) no es, para nada, despreciable. El 35 o 40 por ciento que los sondeos arrojan hasta abril contiene un fuerte componente de voto no comprometido si se acepta, con bases confiables, que el segmento de voto duro de este partido anda por los 20 o 25 por ciento. El hecho de haber mantenido durante los últimos años niveles del 40 por ciento de votación confirma que se está ante un techo y, que tal rango contiene distintos componentes de apoyadores. Esperar alzarse después de julio 2 con porcentajes de 45 por ciento o más equivaldría al carro completo de otros tiempos y no deja de ser un objetivo óptimo pero, a la vez, una esperanza infundada. El apelar, a estas alturas de la pelea, al viejo PRI para asegurar, como un piso, el rango que actualmente se tiene lleva implícito un riesgo enorme, perder la franja de adherentes sin compromisos reales que han venido acompañando a los militantes y a los leales apoyadores del PRI bajo la condición de contribuir al éxito, de coronar un triunfo que se quiere sea propio. Se tiene que suponer, por consiguiente, que ese segmento puede emigrar hacia otros partidos y beneficiar a distintos candidatos con similar consistencia con la que lo están haciendo en el DF miles de electores. Las posibles pérdidas pueden, entonces, ser catastróficas si se confunden estos dos conjuntos de actuales simpatizantes.
La avalancha de críticas, reclamos y premoniciones estuvo, por estos aciagos días, cargada, también, de denostaciones paralelas. Muchas de ellas se arremolinaron ante la figura del coordinador priísta Esteban Moctezuma. El parece haber catalizado la representación de un PRI que pretendía competir en la arena pública en igualdad de condiciones respecto del que, se sospecha, pretende desbalancear ese paquete de señales, personas y prácticas chapadas a la antigua usanza y que se creían ya desterradas. Los afanes de una competencia equitativa para consolidar una apertura democrática tan cara como los 10 mil millones anuales que cuesta el IFE están en entredicho. El mismo Labastida propició esa injusta y torpe cargada contra su indisoluble pareja de aventura con sus confusas declaraciones que tiene que reparar de inmediato. Las suertes de FLO y de EMB ya están hermanadas en la arena del combate electoral y político. Si uno cae bajo el influjo de la andanada actual de medios y desatada por los rencores, las envidias, la revancha o las prevenciones a futuro, el otro sufrirá las consecuencias.
El retorno de media docena de personajes secundarios que no estaban en el reparto y con sobradas razones a juzgar por los efectos. Los desplantes escénicos ante Hank y Madrazo así hayan sido involuntarios u obligados por las circunstancias. El llamado a los gobernadores y a los servidores públicos para que abandonen su solicitada asepsia así como la significativa voltereta en la imparcialidad de los medios electrónicos conforman el paquete inaceptable que se presentó ante el público y para la intranquilidad de la ciudadanía. Las correcciones son, a todas luces, urgentes para la continuidad de la competencia normal. Los pasos atrás sólo traerán desequilibrios, intranquilidad y, finalmente, la derrota del PRI.