La memoria robada
John Berger
Durante la segunda mitad del siglo xx el juicio de la
historia fue abandonado por todos excepto por los desposeídos, por
los marginados. El mundo industrializado, temeroso del pasado, ciego ante
el futuro, vive en un oportunismo que ha vaciado de toda credibilidad al
principio de justicia. Tal oportunismo vuelve todo espectáculo:
la naturaleza, la historia, el sufrimiento, las otras personas, las catástrofes,
el deporte, el sexo, la política. Y el instrumento utilizado para
hacer esto --hasta que el acto sea tan habitual que la imaginación
condicionada lo haga por sí misma-- es la cámara.
El espectáculo crea un eterno presente de expectación
inmediata: la memoria cesa de ser necesaria o deseable. Con la pérdida
de la memoria las continuidades de significado y juicio también
se nos pierden. La cámara nos alivia del peso de la memoria. Nos
recorre como Dios y recorre por nosotros. Y no obstante ningún otro
dios ha sido tan cínico, porque la cámara registra para olvidar.
Susan Sontag localiza muy claramente a este dios en la
historia. Es el dios del capitalismo monopólico. "Una sociedad capitalista
requiere una cultura basada en las imágenes. Necesita promover vastas
cantidades de entretenimiento de modo de estimular la compra y de anestesiar
las heridas de clase, raza y sexo. Y necesita reunir cantidades ilimitadas
de información, para mejor explotar los recursos naturales, aumentar
la productividad, mantener el orden, hacer la guerra, crear empleos para
los burócratas. Las capacidades gemelas de la cámara, subjetivizar
la realidad y objetivarla, sirven idealmente a estas necesidades y las
fortalecen. Las cámaras definen la realidad en dos formas esenciales
para los propósitos de una sociedad industrial avanzada: como espectáculo
(para las masas) y como objeto de vigilancia y registro (para los dominadores).
La producción de imágenes también posibilita una ideología
dominante. El cambio social se sustituye con cambios en las imágenes."
La tarea de una fotografía alternativa es incorporar
la memoria social y política, en vez de convertirse en un sustituto
que fomenta la atrofia de tal memoria. Para el fotógrafo esto significa
no pensarse como un reportero o reportera para el resto del mundo sino
alguien que registra para aquellos involucrados en los sucesos fotografiados.
Esta distinción es crucial.
Hoy no es posible una práctica fotográfica
alternativa (si se piensa en la profesión de fotógrafo).
El sistema puede acomodar cualquier foto. No obstante es posible comenzar
a usar la fotografía de acuerdo a una práctica dirigida a
un futuro alternativo. Este futuro es una esperanza, muy necesaria hoy,
si habremos de mantener una lucha, una resistencia, contra las sociedades
y la cultura del capitalismo.
Es posible que la fotografía anuncie proféticamente
una memoria humana que falta concretar social y políticamente. Una
memoria así abarcaría cualquier imagen del pasado, por más
trágica o culposa, dentro de su propia continuidad. Se trascendería
entonces la vieja distinción entre el uso privado y el uso público
de la fotografía.
Darle contexto retorna la foto al flujo temporal, no
a su propio tiempo porque esto es imposible, pero sí al tiempo narrado.
El tiempo narrado se torna histórico cuando lo asumen la memoria
y la acción sociales. El tiempo narrado, construido, necesita respetar
el proceso de la memoria que espera estimular.
No hay una única aproximación a algo recordado.
Nuestros recuerdos no están al extremo de línea alguna. Numerosas
aproximaciones o estímulos convergen en éstos o conducen
a ellos. Las palabras, las comparaciones y los signos necesitan crear un
contexto para la foto impresa, esto es, deben marcar y dejar abiertos diversos
abordajes. Tiene que construirse un sistema radial en torno a la foto para
que pueda contemplarse en términos simultáneamente personales,
políticos, económicos, dramáticos, cotidianos e históricos.
Se ha creado la impresión de que todo se desvanece
apenas sucede. La idea misma de la historia pierde foco en el presente
interminable que la cultura de consumo nos propone y nos impone como si
todo pasado hubiera quedado atrás mientras todos los esfuerzos se
tienden a un futuro que es efeméride en un instante. Berger es uno
de los pensadores que han reflexionado más sobre estos fenómenos.
Hija del positivismo, la fotografía, no una traducción
como la pintura o el dibujo, pretendió desde su nacimiento ser el
registro fiel del suceso que resguardaba. Este alarde devenía de
su naturaleza. La fotografía navega en el instante. Del flujo continuo
de sucesos elige sólo uno, atrapa los fantasmas disueltos en la
luz. El instante registrado es una huella tangible de lo ocurrido. Pese
al alarde, no es tan directa la relación que guarda el instante
fotografiado con el contexto de donde se extrajo. Primero que nada porque
hay una disociación entre el momento vivido y el momento de mirar.
Y porque el instante fotografiado, al preservarse como huella de un punto
particular en el tiempo, ya no deviene presente en sí mismo. Es
un instante descarrilado --no del tiempo, así en abstracto-- sino
del flujo temporal que le era propio. Este rasgo resalta la copia que miramos
y la problematiza, la vuelve encantadora, pero no necesariamente la hace
más cierta. Todo esto para decir que si bien la foto nos arroja
huellas de algo ocurrido, hay poca significación propia de la toma.
No es equiparable la fotografía del final de una carrera de caballos,
con la foto de una comunidad que intente mostrar las relaciones que la
mantienen en la miseria. La primera tiene su significación en el
instante mismo de la fotografía. La segunda no puede dar cuenta
de todas las relaciones que se extienden hacia el pasado, uno que no puede
registrarse. Podemos asegurar que tal comunidad existió, siendo
una huella de la luz, pero sin relación cercana con sus habitantes,
con su historia, nos dirá poco, en principio, de la significación
de su existencia.
Para alguien que tenga una relación cercana con
los sucesos de los cuales se extrae un instante, la foto trabaja para alimentar
la memoria, para resguardarla y recuperarla volviéndola herramienta
de una historia viva, y propia. Alguien sin relación alguna con
la fotografía en cuestión sólo tiene ese instante
para hacerse una idea de lo ocurrido y pocas fotos logran manifestar tal
grado de significación universal.
Lo que se pide entonces es una fotografía que
trabaje junto con el impulso de narrar de todo conglomerado, en la medida
en que tal impulso es una respuesta ante lo inmutable, cuando es vital
oponerse al curso de la historia y transformarlo, y al mismo tiempo una
respuesta de lo que permanece como refugio ante el cúmulo inasible
de cambios que nos dispersan y nos diluyen. Relatar nuestra experiencia
es un paso central hacia nuestro sentido de identidad y metamorfosis, es
nuestra vuelta a lo que construimos con otros. Volcarnos, reviviendo nuestra
propia historia, es una de las pocas formas de reafirmar que existimos.
Es la resistencia.
Berger pide entonces hacerle caso a las leyes de la memoria,
que no funciona linealmente. Nos propone un campo de convivencia muy afín
a la idea del montaje imaginado por Eisenstein en los albores del cine,
siempre y cuando la fotografía trabaje para y con los actores centrales
de los sucesos mostrados por la foto y no como un muestrario del mundo
que se desvanece.
Foto: Enrique Correa Aguilar. En la Semana Santa cora. El Nayar, Nayarit,1988.