EL GUANAJUATO DE FOX

Primera provincia de Texas

Eliazar Velázquez


Bajo un cielo floreado de estrellas, don Ascención, hombre atravesado por las pasiones terrenales y las figuraciones del arcano prometido, se puso en manos de una curandera para vislumbrar su destino. Luego de los rezos, la mujer paseó por su cuerpo un huevo envuelto en albáhacar y lo vació en un vaso con agua cristalina. Al principio sólo veía niebla pero de pronto se empezó a formar un ataúd metálico y cuatro candeleros: "no sé usted qué santo tenga por milagroso porque según estas señales ya debería haber regresado a la tierra, se ve la caja y las velas prendidas como si les estuviera pegando el viento..." Ya otro curandero le había anunciado la cercanía de la muerte, aunque ofreció alejarla si clavaba en el solar de la casa unas tijeras abiertas.
Me lo contó una noche serrana, y la fuerza de su fe y el hilado minucioso de su palabra fueron construyendo en la penumbra el rostro y las manos de la mujer, el aroma de albáhacar y ese vaso de las premoniciones y clarividencias donde asomó un baile de mundos que son y no son, que están y no están, que son muchos y pocos, o quizás, sólo el fragmento de alguno. Don Ascención murió hace tres diciembres, rodeado por sus guitarras de cedro y pinoabeto y por los cuadernos de verso que le permitieron establecer un inagotable diálogo con la dimensión de los sagrado; puntual cumplió la cita que le anunció ese vaso de agua cristalina que da corporeidad a las premoniciones.
(Invoco sus ojos guardianes de los misterios de la existencia, y como en aquel viejo juego de carcamán, en una lata de refresco muevo los dados de la razón, el corazón y los sueños y los lanzo al centro.)
 

oja-bataca

Entre la tierra y el asfalto
¿Cómo reunir las múltiples esquinas de esta región del país sabiendo que sólo son una esquina?, ¿cómo hurgar en las entrañas de la cotidianidad guanajuatense, en las historias que se ven y son tan ciertas que atrapan y en las que sólo existen en el territorio de las fantasías colectivas?, ¿cómo encuadrar en la frontera del fin y principio de siglo sucesos cargados de temporalidad pero no siempre tejidos con los ritmos del calendario? ¿Con qué metal --que no sea el de la vida en abstracto-- se pueden fundir las manos rugosas de una curandera con las de la mujer de jeans que se introduce en el cajero automático?, ¿dónde se tocan y separan los cristeros y sus fantasmas del siglo diecinueve, de los campesinos con walkman y tenis Nike que con su spanglish pueblan los caminos de Guanajuato?, ¿cómo giran en la misma trama la tradición minera, los yupis, los chavos banda, las discotecas, los alaridos en el Nou Camp y los velorios con café y aguardiente?, ¿y las mujeres de enaguas y múltiples rosarios, muchas de ellas soldaderas o fuensantas, a qué divinidad pueden recurrir para reconocerse en los ejércitos de muchachas que cruzan el río Bravo, laboran en las maquiladoras y son fans de Ramón Ayala o Ricky Martin?
Si hasta Lázaro Cárdenas el olor a pólvora anduvo en el viento y los asuntos de la tierra tenían supremacía sobre las historias del asfalto, ahora los espejismos urbanos opacan las intensidades rurales, aunque el entrecruzamiento sea tan intenso que la dicotomía campo-ciudad resulta ya frágil y hasta ociosa. Lo que permanece es el sedimento común donde entroncan los impulsos sociales, las fiestas y los quebrantos que van eslabonando los días en este rumbo de México.
La "guanajuatidad" es una referencia identitaria útil para confirmar la geografía que nos arropa o para trazar las rutas emocionales de los turistas, pero escasamente revela las fuerzas interiores que son el verdadero centro de gravedad en las banquetas, las rancherías y los barrios. Si bien hay un humus histórico compartido, los sucesos actuales más significativos se definen a partir de cosmovisiones locales o microregionales, muchas veces invisibles para las otras partes que integran la entidad; el ritual de una topada de trovadores toca profundo en la Sierra Gorda, como en la capital las festividades ligadas a la tradición minera, o en La Cañada de Caracheo la veneración al Padre Nieves. Unos se acercan a las texturas de la realidad vía el cartón de máscaras y mojigangas, otros recurren al barro o al ixtle. Las rutas de las devociones y las festividades son reveladoras de la obstinación de un tiempo y un espacio no necesariamente hegemónicos pero untados en la piel y en la memoria, sobre todo en los lugares donde la comunidad sigue siendo una utopía que por periodos se renueva.
 

El baile de los mundos

Sobre las cenizas de La Gran Chichimeca devastada, sobre la tumba donde la cruz y la espada sepultaron ese corazón antiguo, sobre fuertes reminiscencias coloniales, sobre la poderosa memoria cristera y el catolicismo más conservador, sobre el sedimento casi granítico que han ido formando los estilos políticos autoritarios y cortesanos, se levanta el referente imaginario del Guanajuato actual, y se dibuja su rostro estratificado y compuesto por múltiples islotes que coexisten bajo pactos definidos subterráneamente, aunque en el teatro de las apariencias presuma ser un estado donde se respeta la legalidad a ultranza.
Lo mismo entre jueces, obispos, sacerdotes, profesionales de la política o ciudadanos de la calle, la simulación y la decencia se consideran parte del atuendo; igual la vehemencia institucional con la que se ejercen protocolos o se colocan ofrendas a héroes momificados en libros de texto y sólo vigentes en la nostalgia de los círculos del poder.
En el baile de los mundos guanajuatenses los tiempos giran traslapados: en las cantinas la sinfonola ofrece canciones de Paquita la del Barrio, la generación x cura sus naufragios en San Miguel de Allende o en las emociones cervantinas, en el bar donde desfilan zapatillas y veleidades suena Rubén González y Eliades Ochoa, los policías resguardan puntuales el búnker de palacio de gobierno, en algunas plazas del Bajío inmigrantes oaxaqueñas extienden la mano mientras sus hijos venden chicles y así completan el engranaje de la pobreza convertida en bisnes. Del Sanborn's salen los comensales y en otro rincón se cantan alabanzas a San Isidro Labrador. De noche los bulevares se pueblan de sombras anónimas, las chimeneas de la refinería de Salamanca asemejan gigantescas antorchas y en lo más alto de la sierra los coyotes y las estrellas habitan el silencio.
En los tianguis se ofrece chatarra de Taiwan junto a tunas y manojos de té, en el sur o en el norte las bardas están infestadas con anuncios de bailes gruperos, y bajo una cartelera que muestra cifras del último informe de gobierno, un coro de niños otomíes canta el himno nacional en su lengua "para beneplácito de los distinguidos visitantes" En la capital del estado las estudiantinas conducen por los callejones a los turistas mochileros y, en el palenque, Juan Gabriel y las peleas de gallos excitan al público, mientras un pianista de pueblo interpreta música sacra.
Por el rumbo de la vieja estación de autobuses aparece un hombre cargando un pequeño ataúd, completa el cortejo una mujer y una niña con flores en las manos, todos los miran pero nadie se asoma a su dolor. Los policías recogen del río un muerto anónimo y lo avientan a la patrulla como si fuera un costal de papas, alguien se empina un jarro de pulque entre los encinos. Los diarios cuentan de bodas entre miembros de la oligarquía, el gobernador vuelve a prometer efusivo que ésta será la primera provincia norteamericana en el centro de México, una procesión aparece en la cima de la montaña, cantan y rezan sin más testigos que el viento, los mojados encienden a todo volumen el estéreo y se solazan en un inventario de hazañas que disfrazan su esclavitud, un campesino ensaya frente al espejo su rostro de pobre y luego se dirige a recibir el Progresa. Un burócrata se desprende de la corbata, del celular, y revisa angustiado el saldo de su tarjeta de crédito. En un hotel de paso una prostituta se desnuda y en el siguiente pueblo el sacerdote confiesa a un trailero, el violinista describe como fue su último crimen y luego se refugia una semana en el santuario de Atotonilco.
 

oja-canoaUn punto de encuentro
 

En ese tejido intrincado y diverso suele haber desconocimientos mutuos. La realidad se fragmenta en pequeños universos y cada quien cultiva sus estereotipos: mientras la Sierra Gorda invoca la marginación y los mitos agrarios más acendrados, la vitalidad de las ciudades del Bajío serían la antítesis de lo bucólico, aunque esas quimeras duran el tiempo que cada quien tarda en tropezar con una piedra, en mirar los trágicos saldos del paternalismo y el clientelismo electoral, o en solicitar empleo en una empresa de León y comenzar el tránsito por las violencias citadinas.
Entre los micromundos guanajuatenses se intercambian clichés, tanteos y escaramuzas, pero el acceso está codificado por el abolengo, la clase, y a veces, por las identidades locales y la territorialidad. Donde más se acotan los espacios es en las élites, que sin ser monolíticas resguardan su estatus y privilegios.
En el olimpo del dinero y la política caben pocos, pero para los de abajo ("si son emprendedores y creen en la cultura del esfuerzo") los de arriba ofrecen puestos secundarios en la maquinaria partidista, plazas de profesor o policía, vacantes para sirvientas, albañiles o chalanes, bachilleratos técnicos para llegar diestros a las maquiladoras, microcréditos o trabajo eventual por honorarios en alguna dependencia de gobierno.
"La tierra de las oportunidades" que pregona el candidato presidencial de la alianza PAN-PVEM transcurre en esa lógica estructural, apoyándose, además, en un andamiaje simbólico pobre, aunque suficiente para mantener los equilibrios entre las partes del rompecabezas. Los caminos de José Alfredo dan para integrar estatalmente las emociones etílicas, y las cualidades supraterrenales que cada ciudad y poblado se otorgan, fortalecen la vigencia de un regionalismo de tarjeta postal. Ante la ausencia de mitos de convergencia más poderosos, a fuerza de reiterarse y transmitirse de generación en generación, se ha consolidado un Guanajuato sentimental que se respira en los ballets folclóricos, las declamaciones escolares, las estatuas, las procesiones al Cubilete, las homilías que santifican a obsipos y gobernantes, y en las excursiones al Pípila, al museo de las momias o a corroborar la calvicie del cura Hidalgo.
 
 

Claroscuros

No es el impulso épico lo que más se respira en estos aires. Los lances de algunos políticos hacia los escenarios nacionales sólo buscan el protagonismo personal y la hegemonía de sus grupos de interés. Los ciudadanos que gravitan fuera de los círculos de poder municipales, regionales o estatales aspiran a encontrar el mecanismo para resolver sus necesidades y vivir sus pasiones sin mayores sobresaltos.
En un juego de ida y vuelta entre los de arriba, los de abajo y los de en medio, permanentemente se legitima a los grupos conservadores que están en el gobierno, se confirma como espectáculo a la política y se exhibe sin rubor una sociedad instalada cómodamente en la autocomplacencia, el consumismo y en la inmovilidad frente a los asuntos de interés general. La izquierda política es de muy bajo perfil y carece de autoridad moral, con lo que se cancela uno de los escasos ámbitos desde donde podría estimularse una civilidad distinta.
Las redes del poder funcionan con eficacia, y aunque sin resolver la fragmentación, los niveles de desencuentro entre los micromundos y las diversidades regionales no tienen el traumatismo de otros rumbos del país (aquí, por ejemplo, lo indígena además de débil se ha vuelto una coartada explotable por algunos indios y no indios, y la marginación y la opulencia se alimentan recíprocamente en una circularidad infinita que mantiene intactas sus respectivas estructuras).
Aunque cada vez más, ese pacto sepulcral entre gobernantes y gobernados muestra su envés en la suma de indicios cotidianos que revelan la creciente descomposición social propiciada por un modelo fincado en el protagonismo provinciano, en la premisa de la gobernabilidad y la paz social y en desnudos intereses económicos disfrazados de demagogia humanista.
El alto número de suicidas, la delincuencia, las enfermedades de la pobreza y las de los ricos, el radical repliegue hacia el individualismo, los dobles lenguajes de lo público y lo privado, los desplantes del clero convertido en policía de las buenas costumbres, el racismo y la voracidad de los de arriba y los oportunismos entre los de en medio y los de abajo, ilustran que así se llene de autopistas la entidad, se masifique el internet, los ETN lleguen al caserío más remoto o Fox sea canonizado con todo y estandarte, en la intimidad guanajuatense persisten incertidumbres y claroscuros que no se avizora cuándo cierren su ciclo: la tradición y la modernidad, el capitalismo salvaje y las reminiscencias de solidaridad y mitologías enraizadas en intuiciones agrarias indias y mestizas, las nuevas generaciones desprovistas de utopías y las redes kafkianas de la burocracia y la política, el conservadurismo y la sobreinformación contemporánea, se miran las caras sin encontrar el sortilegio que abra horizontes.
 
 

En la frontera del fin y del principio

El galope de caballos, los trenes, los pueblos de calles empedradas, paredes de adobe y techo de paja, los sombreros de ala ancha, el pozo y las moliendas, el silabario, los asombros apocalípticos ante la radio y los aviones, en este principio de siglo ya son un lejano rumor inconcebible al andar entre campos de sorgo y megaparques industriales; al envolverse una madrugada en el bullicio del despertar urbano, al mirar cómo las capillas y veredas se quedan solitarias a la hora de las telenovelas de moda.
Guanajuato llega a estos días en una elegante envoltura tal y como lo dictan la mercadotecnia y el libre mercado. Sin detenerse en los matices parecería que se trata de una entidad armoniosa, embriagada en el glamour industrial, en la fiebre mercantil, sin más contingencias que las catástrofes naturales, los rezagos en infraestructura y servicios o los reacomodos en los círculos interiores del poder (pero esa maqueta virtual oculta las sombras largas, la aridez de los sueños colectivos, y el creciente deterioro del más antiguo y profundo sentido de comunidad).
El paraíso que oferta Fox no está en parte alguna. La historia de Guanajuato arriba a esta frontera del fin y del principio de siglo con abundantes inercias y escasa sabiduría pública.
  


Foto: Javier Hinojosa.México, D.F.,1980.
Foto: Rodrigo Pérez Hernández.Janitzio, Michoacán, 1992.


regresa a portada