Las modificaciones legales en Oaxaca que dieron cabida
a las elecciones municipales por fuera del sistema urnas-voto secreto-partidos
políticos desde 1995 --pese a no haber sido un reclamo generalizado,
sino el impulso de organizaciones de la Sierra Norte con el apoyo de la
Mazateca-- significaron una recuperación política importante
para la ciudadanía, que fortaleció a la asamblea, más
no su intervención en el sistema electoral de representación.
Civilizar el poder ejecutivo consistió entonces
en ganar la facultad de hacer legalmente lo que por tradición se
hacía a través del sistema de cargos civiles y religiosos,
y empezar a erradicar la "tradición" política impuesta de
encimar votos por el pri sobre las elecciones tradicionales en los municipios
rurales de Oaxaca, poniéndole freno a la división interna
que con nocivas consecuencias ha traído en muchos municipios la
fractura política de la comunidad.
El rechazo al sistema de partidos expresado por la defensa
y adopción del sistema propio, implica desconfianza en que los partidos
pueden hacer un trabajomejor
por las comunidades que sus propias asambleas. Esto se manifiesta en la
indiferencia ante las elecciones legislativas y en la defensa del sistema
de elección del poder ejecutivo local.
Los resultados de las elecciones de septiembre de 1995
mostraron que 412 municipios optaron por el sistema propio ahora legalizado,
y pese a los esfuerzos gubernamentales por dar marcha atrás a la
reforma del 30 de agosto de 1995, en las elecciones de 1998 fueron 418
los municipios que eligieron por usos y costumbres. Esto muestra un deseo
incluso creciente de no elegir a sus autoridades a través de partidos
políticos, es decir no llevar la fractura al seno de la asamblea.
Además demuestra que el carácter indio de estos usos y costumbres
es compartido por municipios ya mestizos, pues son sólo 259 los
municipios en que el INEGI registra 50 por ciento o más hablantes
de lengua indígena sobre el total de sus habitantes.
En 1998 fueron 152 los municipios que eligieron autoridades
por sistema de partidos. Un vistazo a los datos de esa votación
mostrará la pobreza de tal sistema: En 106 municipios la lucha es
sólo bipartidista. En 127 el porcentaje de votantes fue inferior
al 75 por ciento del padrón. En ningún caso la votación
fue del 90 por ciento o más de su padrón.
De 570 municipios sólo en 46 municipios la lucha
es pluripartidista y únicamente en 25 existe una votación
intensa --del 80 por ciento o más de su padrón--, pero en
ningún caso se llega a la gran mayoría, lo que frecuentemente
ocurre en las elecciones en asamblea. Observando ahora los diez municipios
en que se registró el mayor porcentaje de votación, tenemos
que los márgenes de triunfo son realmente pequeños, lo que
indica una fuerte división entre los votantes; también destaca
el hecho de que casi todos estos municipios están situados en zonas
de alto desarrollo, del que derivan los intereses faccionalistas y la lucha
partidista. Tres municipios los ganó el prd y los demás el
PRI.
Es conveniente tener en cuenta que del 100 por ciento
de los votos en los 152 municipios referidos, el 46.7 por ciento fueron
por el PRI y 46.8 por ciento para la oposición (30.4 del PRD y 16.4
del PAN), pero estas cifras, si bien representan a la mitad de los electores
de la entidad, sólo corresponden a menos de la tercera parte de
los municipios. En el resto de los municipios, las asambleas han decidido
abstraerse a este panorama lesivo al poder comunitario.
El rechazo al faccionalismo político no parece
sólo tratar de evitar la fractura comunitaria y sus consecuencias,
sino también la desconfianza en el sistema en sí: la representatividad
no es tal cuando se representa sólo a un sector (desconocido) de
votantes, y no a toda la comunidad visible en una asamblea. A través
de los usos y costumbres no se busca solamente proteger un procedimiento
electoral sino una lógica política, que no comparte el sistema
de partidos.
Es muy importante observar que prácticamente no
existe ningún municipio que elija a todas sus autoridades mediante
el sistema de partidos. En los 152 municipios de este sistema, hay un conjunto
de autoridades que ni remotamente se eligen en urnas y por planillas, como
son los mayordomos y la mayoría de las autoridades de cargos religiosos;
tampoco se elige así a los topiles. En suma, el sistema de partidos
está reducido a 152 de 570 municipios, y en esos 152 hay varias
autoridades que siguen y seguirán eligiéndose por usos y
costumbres. Las limitaciones del sistema de partidos son, en Oaxaca y gracias
a los avances logrados en la legislación, muy claras.
¿Podría avanzarse otro poco, tratando de
civilizar al Congreso a través del control ciudadano sobre los diputados
tal como se ejerce el control civil sobre sus autoridades municipales,
en la forma de elegirlos y de exigirles trabajo? ¿Podría
transformarse el aparato legislativo de manera que pueda haber diputados
por partidos políticos y también por usos y costumbres?
Para lograrlo basta dividir cada uno de los 25 distritos
electorales digamos en seis diputaciones, de manera que en promedio haya
un diputado por cada cuatro municipios. Los cuatro municipios que se juntaran
para tener un diputado, tendrían que buscar la manera de que el
cargo fuera rotativo; que uno de los municipios eligiera al diputado entre
sus ciudadanos y en su asamblea, y al año siguiente o en el periodo
siguiente fuera otro el municipio que lo hiciera, y así hasta volver
a dar la vuelta. Esto permitiría tener diputados por usos y costumbres,
electos por una asamblea comunitaria --la suya-- directamente, sin urnas,
boletas ni partidos (y sus compromisos asociados), y por tanto esa misma
asamblea podría destituirlos.
Un sistema así tendría varios valores positivos,
coherentes con los valores comunales de los pueblos indios oaxaqueños:
* Al dividir el sueldo de un diputado en seis, ya no sería un botín la diputación ni la diferencia de ingresos los separaría de los intereses de la gente común.
* La atención de un diputado a las demandas de sólo cuatro municipios y no de veinte o más, permitiría una atención más cercana y responsable, y la vigilancia ciudadana sobre sus actividades sería más intensa.
* Tener un diputado rotativo por cada cuatro municipios, llevaría a que las autoridades municipales y las asambleas de los tres municipios que no les tocó el diputado esa vez, asistieran frecuentemente a las asambleas de la comunidad sede a exponer necesidades y proponer acuerdos y trabajos para el diputado. Esto fomentaría la unión a través de los máximos órganos de gobierno comunitario, permitiendo una unión más sólida y compartida.
* Los diputados tendrían un mandato concreto y no plataforma propia, o más bien tendrían que hacer coincidir su plataforma propia con el mandato comunitario, porque al ser electos por una asamblea, ese soberano máximo que los eligió pedirá a su representante ante el Congreso que atienda los asuntos urgentes para la comunidad, no los que él, sin considerar la voluntad comunal, decida atender.
* La elección por usos y costumbres obligaría al diputado a informar constantemente a la asamblea sobre sus avances y tropiezos, así como sus propuestas, para atender al consenso comunitario, aún cuando fuera diferente a lo que el mismo diputado propusiera. Se trata que la diputación no siga transfiriendo poder que el diputado enajena a sus electores, sino que canalice los designios del poder, expresado fundamentalmente por los acuerdos de asamblea.
* Las organizaciones pequeñas podrían promover la unión municipal y generar espacios de poder regional en los que pudiera ser más efectiva y equitativa su participación.
* Al haber más de cien diputados los debates y comisiones podrían articular esfuerzos constructivos más allá de las cuotas de poder que se buscan.
En principio, habría que exigir que todos los municipios
que optaron por elegir a sus autoridades municipales a través del
sistema de usos y costumbres, lo pudieran hacer también para elegir
diputados, haciendo con ello congruente el tipo de ejercicio del poder
entre sus representantes en ambos poderes.
Esta podría ser una forma de seguir avanzando
pacíficamente hacia la reconformación política de
la nación no sólo en base a las demandas de sus habitantes
originarios, los indios, sino también del resto de la población.
Foto: Marco Antonio Cruz.Marcha campesina a la ciudad de México, 1983.