ƑHACIA EL PASADO, A TODA MAQUINA?
El obispo de la diócesis de Nuevo Casas Grandes, Hilario Chávez Joya, eligió el 5 de mayo para desempolvar la Iglesia de los conservadores, del Imperio, de la construcción de un Estado dentro del Estado. En una revisión de la historia que equivale a una verdadera incitación a delinquir, alabó la guerra cristera diciendo que la misma había sido justa porque el Estado nacido de la Revolución había ''atentado contra la libertad de creencia'' del pueblo de México y, al mismo tiempo, declaró que la rebelión indígena en Chiapas era ''injusta'' y que la misión de las fuerzas encargadas de reprimir a sus hermanos y compatriotas era, por el contrario, ''pacificadora''.
Sin duda en la rebelión cristera coexistieron con los intentos subversivos antirevolucionarios y antiestatales apoyados por el Vaticano, elementos legítimos de protesta campesina contra la arbitrariedad de los ''favorecidos por la Revolución'' y el primitivismo del ataque a los sentimientos religiosos de buena parte del pueblo mexicano, pero la cuestión no es esa. La reivindicación cristera, que recientemente apareció también en boca de un candidato presidencial, es en realidad el intento de reescribir la historia en clave antijuarista, antilaica, conservadora, para dar nuevo peso y nuevos privilegios a la Iglesia preconciliar y cavernícola, para que la misma pueda servir de sustento a un bloque conservador al servicio, como siempre, de los poderosos locales y extranjeros.
El hecho de que el obispo Chávez haya hablado durante la 69 Asamblea del Episcopado Mexicano, y haya sido encargado por éste hace nada menos que tres lustros, desde 1985, de estrechar los lazos con los militares y de ''acercarse y trabajar'' con ellos, le atribuye un significado especial a sus atrevimientos políticos. En efecto, la Iglesia católica busca desde hace rato lograr la aceptación de un Capellán de las Fuerzas Armadas, lo cual no sólo es inconstitucional, dada la separación entre ella y el Estado, sino que también es peligroso, por las divisiones que introduciría en el sector castrense al tratar de adoctrinarlo y por los lazos que se establecerían entre los sectores menos democráticos de ambas instituciones guardianas del orden.
Recordemos, en efecto, el papel de los capellanes castrenses en el Cono Sur, cuando el argentino, por ejemplo, decía que ''el ejército debía purificarse bañándose en un Jordán de sangre'' (la de sus decenas de miles de víctimas civiles). En esta fusión de poderes, el capellán no representa la introducción del mensaje cristiano de paz y tolerancia en la institución que, por funciones, se prepara para la violencia bélica, sino que traslada blasfemamente los peores extremismos al seno de la institución religiosa y se convierte en sacerdote-guerrero.
Si el obispo Chávez es quien debe crear las condiciones para que haya capellanes militares en el ejército nacido de la Revolución, sus declaraciones y el apoyo que ellas recibieron de sus pares, muestran a la vez la peligrosidad del revisionismo histórico, tan necesario para el neoliberalismo, y del proyecto de transformación política y social del sector castrense, en el que desde hace tiempo trabajan paralelamente el Pentágono y un ala mayoritaria e importante de la jerarquía de la Iglesia católica. Al anular a Juárez y a la Revolución Mexicana, en efecto, se pretende cambiar las bases de la nación misma.
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