JUEVES 4 DE MAYO DE 2000

 


* Jean Meyer *

Polonia

El año 2000 es un momento intenso de elecciones presidenciales por todas partes. En otoño le tocará a Polonia, país que ejerció un papel decisivo en la transición a la democracia en Europa central y oriental. Los polacos trabajan con empeño para consolidar la democracia y modernizar su economía, con la esperanza de entrar a la Unión Europea (UE) en 2003 o 2004. El reto es mayor, pero los polacos han ganado batallas más duras.

El costo social de la modernización es muy alto, especialmente para los 2 millones de granjas familiares que habían resistido victoriosamente los intentos de colectivización comunista. Eso explica que el deseo de entrar a la UE haya decaído en la opinión pública de 80 a 50 por ciento. Es de notar, sin embargo, que la integración europea figura en el programa de todos los partidos políticos, así como la participación en la OTAN. Por lo pronto, la economía polaca hace la envidia de todos sus vecinos con un crecimiento sostenido de 5 por ciento anual. Ese éxito explica las inversiones masivas de capital extranjero: 8 billones de dólares en 1999 que totalizan ya 40, o sea 40 por ciento de todas las inversiones foráneas en el ex bloque soviético.

Pero muchos polacos odian la creciente desigualdad socioeconómica que acompaña la modernización y la entrada de capitales. Es un problema mundial (lean el excelente libro de Pierre-Noël Giraud, La desigualdad del mundo, FCE, 2000), pero especialmente resentido en un país marcado por el comunismo y el catolicismo, los cuales comulgan en este punto: la preocupación por los pobres, los parados, los enfermos, los ancianos, los campesinos desplazados por la marcha de la economía. En ese contexto la creciente prosperidad de unas regiones, de unos segmentos sociales es tanto más inaceptada, cuando va acompañada de fraude y corrupción.

Hace dos años que Polonia tiene un presidente socialdemócrata (antiguo líder de las Juventudes Comunistas, luego ministro comunista) y un gobierno de centro-derecha, fruto de la difícil alianza entre el Partido Unido de la Libertad y la Acción Electoral Solidaria. La convivencia ha sido exitosa y ha tenido como curioso resultado beneficiar al presidente y dañar a la actual mayoría parlamentaria. Es que el gobierno es el responsable de las grandes reformas realizadas, indispensables (P.N. Giraud no estaría de acuerdo) al crecimiento económico. Por lo mismo eso le ha costado el apoyo popular. Hoy en día, en todos los sondeos de opinión, el presidente Alexander Kwasniewski, uno de los 12 candidatos a la presidencia, tiene 60 por ciento de las intenciones de voto. Y para las legislativas del 2000, de seguir las cosas así, los ex comunistas deberían conquistar la mayoría parlamentaria; tendrían así el control del Ejecutivo, del Legislativo, de todo el aparato estatal.

La derecha y el centro no han sido capaces de unirse en uno o dos verdaderos partidos y presentan varios candidatos presidenciales, en orden disperso. A diferencia del ex PC, quien sigue unido detrás del presidente y ha sabido realmente transformarse en partido social-demócrata, sin nostalgia de la era soviética y mucho menos de la alianza con Rusia.

Si Kwasniewski primero y luego su partido triunfan, Polonia seguirá fiel a la OTAN, a Europa, a la economía de mercado, pero el gobierno se preocupará un poco menos del presupuesto y de la inflación y un poco más de la educación, de la salud y del empleo. El centro y la derecha, para no perder, deberían seguir el ejemplo español y formar una verdadera unión partidista. Creo que es tarde y que el tiempo les viene encima.