JUEVES 4 DE MAYO DE 2000

 


* Olga Harmony *

Medea

Esta tragedia de Eurípides es probablemente la más representada entre nosotros. Sin estrujar excesivamente mi memoria recuerdo al personaje encarnado por Ofelia Guilmáin, Ana Ofelia Murguía y Marta Verduzco, por no hablar de la Medea de Jean Anouilh que consagró a María Douglas. La historia de la reina maga opaca desde hace mucho tiempo la saga de El vellocino de oro y fue contada por Séneca para inaugurar el llamado teatro de sangre ųporque el degollamiento de los niños ocurre en una escena que, como se sabe, sólo se conoció de lectura, y por dramaturgos más modernos, como Lennormand, en Asia, para reconstruir todo el subtexto del enfrentamiento de dos culturas. Para los mexicanos resulta un tema conocido, con la leyenda de La Llorona del Virreinato recogida dramáticamente por Carmen Toscano. Ver otra versión escénica de la tragedia ofrecía dos disyuntivas: o bien el aliento trágico que es el que eligen la mayoría de los directores, o bien el tono coloquial e íntimo que propuso José Caballero cuando la escenificó.

La versión que hace María Muro (no se nos especifica con base en cuál traducción) en su dramaturgia consiste en peinar lo más posible el texto de alusiones que serían incomprensibles actualmente. Su dirección oscila entre dos extremos no compatibles, si vemos algunos elementos utilizados en diferente tono. El tono trágico está dado al inicio por esa especie de prólogo ųque combatieron tanto los críticos decimonónicos de Eurípidesų en que se resume la historia de la protagonista, dado por la Nodriza, una excelente Socorro Avelar. El manejo del coro (que a algunos inteligentes espectadores les pareció ''operístico"), cumple con la idea de Gilbert Murray, ya antes enunciada por Schiller, de dar una dimensión poética al drama, un respiro al espectador o un momento de reflexión. Cabe recordar que los coros en Eurípides nunca o casi nunca fueron directos, muchas veces se alejan del tema, como en esta tragedia, cuando irrumpe el recuerdo de una versión del mito de Io.

El contraste lo establece el tono de Jasón, encarnado por Juan Carlos Remolina al que se pide ųy lo da, de manera muy emotivaų una actuación realista. Es verdad que el Jasón de Eurípides está muy lejos del legendario héroe griego y sale bastante mal parado ante los, precozmente feministas, reproches de Medea. Es un ambicioso marido que busca coartadas para hacer un nuevo casamiento provechoso, olvidado de que todo se lo debe a su primera esposa. Es muy difícil darle una dimensión trágica, aunque su sufrimiento final, su patética soledad y privación de todo resulte la verdadera peripecia de la tragedia. Quizá la intención de la directora, al quitar en Jasón el tono trágico sea contrastar su maleable esencia humana con la semideidad de Medea. Pero entonces no se explica por qué razón propone esos movimientos estilizados para los otros ųtodosų personajes humanos, éstos sí tan mal actuados (Honorato Magaloni como Creón, Fernando Jaramillo como Egeo, José María Negri como el Mensajero y Alejandro Rábago como el Pedagogo) que parecen paródicos.

La indudable capacidad como actriz de Marta Aura logra conjuntar los estilizados movimientos, que se suponen propios de la tragedia y que en casi todo el elenco rayan en lo ridículo, con los momentos de duda y de intenso sufrimiento. Nos hace olvidar que el amor loco de Medea por Jasón era resultado de un artificio de Hera y Afrodita, para darnos una mujer herida en su orgullo, desesperada y titubeante al acometer su monstruoso crimen. Es gratificante verla en un papel trágico.

La directora no halló la forma de aglutinar las actuaciones de Socorro Avelar y, sobre todo, de Marta Aura con la tesitura que imprimió a Remolina. Tampoco integró su muy interesante concepción del coro y el diseño sonoro ųdel que no se da créditoų ejecutado por las tres percusionistas (Tania Govea, Violeta Ortega y Eloísa de Medina) en un todo armónico con un claro concepto de puesta en escena. Tuvo que luchar, y eso es evidente, con una mezquina producción; la precaria escenografía de Octavio Vázquez ųplataformas con pequeñas escalinatas y cortinas que simulan columnasų no es digna de un montaje profesional, además de que vuelve muy confusa la topografía del lugar ųcasa de Medea y palacio de Creónų, dificultad que Muro no resuelve con elegancia en su trazo escénico. La tragedia griega tiene requisitos ųpor lo menos grandeza, un sentido ritual y solemneų que no es tan fácil satisfacer, lo que el presente ciclo está demostrando.