JUEVES 4 DE MAYO DE 2000

 


* Margo Glantz *

El viaje dentro del viaje

En un libro, llamado El enigma de la llegada, el narrador trinitario de origen indio V.S. Naipaul afirma que el escritor y el hombre son una y sola persona. Sin embargo en el relato de su primer viaje fuera de su isla, poco antes de cumplir los 18 años, al describir una larga jornada que lo llevaría en un avioncito minúsculo primero a Puerto Rico, luego a Nueva York donde tomaría un barco para dirigirse a Oxford, afirma:

''Ese día en que había experimentado la aventura y la libertad, el viaje y el descubrimiento, el hombre y el escritor estaban unidos en un intenso deseo. Pero la naturaleza de las experiencias de ese mismo día propiciaba la separación de los dos elementos en mi personalidad. El escritor, o el muchacho que viajaba para convertirse en escritor, era una gente educada, había tenido una educación formal y conocía que era noble el llamado que lo impulsaba a viajar para dedicarse a ese oficio. Pero el hombre, del cual el escritor era sólo una parte (la más importante porque lo impulsaba), el hombre en su más profunda realidad, como ser humano, no estaba educado."

Y lo menciono porque viene al caso, estuve en Nueva York el fin de semana pasado, en un coloquio sobre el viaje que organizó la escritora argentina Sylvia Molloy, a manera de intermedio de mi viaje dentro del viaje. En el coloquio se indagaba el sentido político, ético, literario y filosófico de los viajes, actividad predominante en el llamado Primer Mundo, con fines de dominio y expansión como lo demostraron con creces los viajes de los europeos que ''descubrieron", exploraron y conquistaron distintos territorios de lo que sería el Tercer Mundo. Hoy una actividad negociada por las grandes internacionales del turismo, y además una actividad académica propiciada por los congresos donde se reúnen sistemáticamente los universitarios del mundo occidental y algunos del mundo en vías de extinción o desarrollo. Y en ese viaje para estudiar el viaje yo hablé del viaje estático, este viaje que interminablemente describo en mi columna desde hace varios años.

Y justamente los que participábamos en ese coloquio, todos viajeros, asimismo, éramos casi todos latinoamericanos, muchos de ellos residentes en Estados Unidos, personas que por necesidades económicas o políticas hacen su vida en el extranjero, nostálgicamente dedicados a investigar sobre sus propios territorios de origen desde la desterritorialización de la academia.

El trabajo más certero fue el de Silviano Santiago, brasileño, versaba sobre los Tristes trópicos de Lévi Strauss, etnógrafo por casualidad para quien Brasil y por extensión toda América Latina ųera un continente adolescente pero decrépito, un lugar donde desde el principio la vida civilizada se convierte en ruina, tema también de otro trabajo notable de la brasileña, Flora Susekind, y de un libro del hermano menor de Naipaul, Shiva, muerto muy joven en 1985, en Londres, y como su hermano escritor venido desde Port of Spain, Trinidad, para poder ser escritor, y a quien S.V. dedica el libro que mencioné al principio de este texto. Shiva hace un viaje como periodista a Africa en 1975, descrito en su libro intitulado El Norte del Sur. Allí narra sus experiencias en dos países africanos descolonizados, Kenia y Tanzania, esas ruinas construidas por el contacto infamante del desarrollo europeo y el subdesarrollo africano. Shiva, proveniente de esa colonia británica adonde fueron trasladadas muchas familias desde la India para trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, desde donde, a su vez, los hermanos Naipaul se dirigieron, en distintas épocas, a la madrastra patria inigualable y otro color de piel, definido en la Metrópoli con el adjetivo swarthy, ese color despreciable, sospechoso que hace que los hindúes y los coloniales en general estén siempre ''entre" todo, sin nunca poder ser lo que los otros, los que colonizan: Shiva entre los negros y los blancos empeñados en su lucha maniquea, donde los hindúes, también trasladados por el imperio al Africa ųrecordemos al Mahatma Gandhių son los extranjeros, los otros, los del color atenuado no por el mestizaje sino por el exilio original.

No cabe duda, el viaje estático.