La Jornada miércoles 3 de mayo de 2000

Arnoldo Kraus
Entre encuestas te veas

Cuando Charles Bukowski dijo: "la fama es la peor puta de todas", tenía razón. Pero no toda la razón. Sin duda, las encuestas son mucho más putas.

Al escritor estadunidense no le tocó vivir en épocas en las que los sondeos y su prima estadística pretendían regir entre casi todo y todo. El casi todo se refiere a las mismas encuestas: no suelen aplicarse encuestas para evaluar otras encuestas.

Quizá hoy, Bukowski hubiese agregado varios addendum a su idea original: a) la fama de las personas sujetas a encuestas es peor que la de las putas; b) pobres putas, su prestigio no tiene nada que ver con el de los encuestadores; c) las encuestas son más putas que el poder de los famosos; o d) los célebres han prostituido a encuestadores, encuestados y encuestas. Y hasta aquí con la profesión más antigua, quizá más noble y siempre perdurable trabajo: no merecen ser comparadas con las encuestas.

En un país, en donde a fuerza de tanto hurto, tanta mentira, tanta corrupción y tanta impunidad, en síntesis, tanto PRI, el nivel de credibilidad es, en general, pobre, y nulo cuando se refiere al Estado, Ƒqué hacer con los números y los datos aportados por esa nueva plaga denominada encuestas? Leer los datos, sin cuestionarlos, es un acto de fe cuyo parangón sería creer en las estadísticas sociales que el gobierno ofrece.

Han pasado varios meses desde que se inició la carrera contra la Presidencia. La ciudadanía se ha visto sometida al tormento psicológico de incontables sondeos (incluso ya innumerables para las calculadoras), y el hartazgo poblacional es un hecho. Fundar el Movimiento Antiencuestas es un sueño guajiro, pero, dudar de los resultados de las encuestas, es obligado.

Los supuestos frutos de estos ejercicios han sido tan diversos y tan contradictorios que, por ahora, excluyendo a los dueños de las compañías y los candidatos que se dicen presidentes gracias a la numerología, su utilidad, si es que alguna, es magra. Los medios de comunicación, lastimosamente, han contribuido a ungir los datos estadísticos en deidades y a las encuestas en una suerte de conciencia ciudadana. La comunidad debería ver estos datos con cautela. La no credibilidad, aunada a la pregunta: Ƒsirven, sirven realmente "de algo" las encuestas?, podrían ser los antídotos para menguar los posibles efectos de esta moda.

La cuestión previa puede responderse con otras similares: Ƒa quién le sirven las estadísticas?, Ƒquién las promueve?, Ƒexisten, para todas las compañías encuestadoras, comités de ética que valoran la responsabilidad de éstas?, Ƒcómo medir el sesgo o la mentira? Recuérdese, por ejemplo, lo sucedido con el affaire Valencia-Stanley: un día sí, otro no. Aunque Valencia no es una encuesta, el menosprecio hacia la población sí es norma.

Hay que desconfiar de las encuestas y de sus propósitos: tienen demasiadas caras. Hay que leerlas entre líneas porque convienen a quienes más poder tienen y porque, seguramente, su aplicación, sus tiempos e incluso la técnica y los blancos se ciñen, la mayoría de las veces, a los intereses de la autoridad. Sobran argumentos.

La veracidad de los sondeos no parece ser su mejor bandera. Los resultados entre una y otra encuesta difieren enormemente (lo cual puede explicarse pues algunas finalizan un minuto después); en ocasiones, son distintas incluso entre sí (algunas compañías entrevistan en la mañana por teléfono a los habitantes de las Lomas de Chapultepec y por las noches a quienes asisten a Garibaldi) y la técnica utilizada entre ellas es heterogénea. Amén de no ser sanas, las encuestas son manipuladoras.

Tenemos, por ejemplo, encuestas de entrada y de salida. Nos informan, por citar un caso reciente, lo que sucedió antes del debate y lo que se opinó cuando finalizó. ƑSe sabe si los encuestados oyeron --y entendieron-- todo el debate? ƑSe les preguntó si tienen filiación partidista? ƑEntrevistaron a la misma persona antes y después?

Se ha hablado reiteradamente de la ética de los medios de comunicación. Se ha sugerido, incluso, crear un ombdusman para estos propósitos. El manejo de las encuestas, debería apegarse a códigos ad hoc, lo cual parece imposible en una nación donde la mayoría, a fuerza de un trabajo constante de 70 años, carece de educación y, por ende, de medios "reales" para cuestionar.

La moral, en los medios de comunicación y en la arquitectura de las encuestas, no puede ser parte menor. Así como lo malo no es lo contrario de lo bueno, sino fenómenos independientes, las encuestas no son interpretaciones de la realidad sino momentos --e inventos-- circunstanciales de lecturas dudosas. ƑQuiénes ganan con las encuestas?