VIERNES 28 DE ABRIL DE 2000

El debate

 

* Horacio Labastida *

Luego de casi 190 años de luchar denodadamente por establecer en México un Estado democrático, sin lograrlo salvo episodios históricos muy transitorios, no cabe duda que en los últimos lustros hacemos esfuerzos a la vez serios y cómicos por crear escenarios que de algún modo reflejen ante los demás nuestra obturada vocación libertaria. Fracasado el socialismo real con la estrepitosa e inesperada caída de la Unión Soviética e izadas por todas partes las banderas del triunfo que la propaganda del Tío Sam difunde ostentosamente entre los pueblos del planeta, apuntaladas tales banderas en los descomunales arsenales atómicos y no atómicos del gobierno de la Casa Blanca, existe hoy una exigencia, llamémosla universal, en favor de la democracia, y a Estados Unidos ha tocado, en las postrimerías del siglo XX, establecer el paradigma que las naciones deben satisfacer para designarse democracias. ƑCuáles son las características principales de este paradigma? Con certera visión las han señalado altos funcionarios del país de las barras y las estrellas. Si un pueblo quiere o aspira a la democracia, para lograrlo tendrá que satisfacer dos requisitos. El primero consiste en elegir a los titulares del gobierno en las urnas comiciales, de modo que el voto ciudadano y las casillas son elementos sustantivos de la democracia. En segundo lugar, el aspirante a demócrata deberá aceptar la abierta e intocable circulación de los bienes en los mercados, a fin de que las leyes de éstos estimulen la producción y distribuyan la riqueza. Si el pueblo asimila esos modelos exaltados por las élites estadunidenses y occidentales de nuestro tiempo, entonces será demócrata sin importar por supuesto que el voto se vea pervertido por quien puede comprarlo o inclinarlo en su favor, y sin importar tampoco que las leyes de los mercados gesten por un lado angostas castas multimillonarias y por el otro masas enormes de miseria; si éstas se inconforman, entonces todo el aparato militar defensor de las democracias lanzará el fuego necesario para reducirlas a cenizas.

Ahora bien, en el enorme teatro democrático en que deseamos hallarnos, especialmente por la cercanía del 2 de julio, el debate del pasado martes resulta atractivo si se analizan los puntos convergentes de los candidatos. En lo político reconocieron que estamos en un tránsito a la democracia, o sea que hay una ausencia de vida democrática y que tal ausencia nos daña gravemente, lo cual connota que la idea del sufragio independiente, postulado en dicho paradigma, no tiene realidad histórica, o sea que México no es un país demócrata; y esto es lo que los candidatos quisieran modificar. Otro punto convergente muy importante es el relacionado con la economía. Hasta la fecha, igual que en los añosos tiempos estamos divididos entre un puñado de acaudalados y una población harta de medios-pobres, pobres y famélicos, y los candidatos desearían que esto no fuera así, porque tal distribución del ingreso niega radicalmente los principios de justicia que hemos enarbolado desde los años en que afanosamente debatían los constituyentes de 1813. En lo relativo a educación hubo una tercera e importante coincidencia: desde la primaria hasta las universidades y tecnológicos, las instituciones educativas se encargarán, sin discriminaciones de ninguna clase, de instruir el talento nacional en todos los niveles, desde la preprimaria hasta los doctorados y las especialidades. Por cierto que esta propuesta se ha dicho tantas veces que por ahora nos parece un ritornelo al que acuden siempre los aspirantes a la administración pública; y dada la situación en que está la educación, viene de inmediato una pregunta indispensable: Ƒde qué manera o con qué medios resolveremos los aplastantes problemas educativos que ahora asfixian del mismo modo al alumno de primaria que al candidato a doctor? Y saltan preguntas coaligadas con el debate de los candidatos. Cierto, en México no hay democracia, debe haberla, y Ƒqué hacer para que nuestro presidencialismo autoritario se convierta en una democracia real y no formal?; y es obvio que las rentas están distribuidas de la manera más inequitativa que ha sido posible, que esta situación debe cambiar, pero Ƒde qué medios nos valdremos para transformar la inequidad en equidad? Y conste que todo esto viene a cuento sin tocar el aplastante asunto de la corrupción.

Esperamos que en el poco tiempo que les queda, los candidatos a la Presidencia nos ofrezcan respuestas claras y sencillas a las preguntas que su debate nos ha provocado. De otra manera pensaríamos que el debate no se corresponde con nuestras aspiraciones democráticas. *