VIERNES 28 DE ABRIL DE 2000
Las apariencias engañan
* Jorge Camil *
Los observadores internacionales están de plácemes. A escasos tres meses de la elección presidencial campea la libertad de expresión, los candidatos "se dicen sus verdades" y todos los mexicanos repetimos mecánicamente, con optimismo, que ésta será la elección más limpia de la historia. Una encantadora adolescente le reclama al Presidente de la República en televisión nacional el incumplimiento de los acuerdos de San Andrés, y la jefa del Gobierno capitalino, mujer que no se anda por las ramas, conmina al Presidente a observar la división de poderes en la acusación sub júdice contra Oscar Espinosa Villarreal. Las puertas del IFE parecen rehiletes: bajo sus dinteles entran y salen quejas y resoluciones sobre tecnicismos electorales que harían palidecer al instituto electoral suizo (suponiendo que exista): se impugna la foto de un candidato en las boletas, las pintas hechas por otro en las bardas de una escrupulosa delegación municipal y los repartos proselitistas de leche subsidiada; la burla injustificada, el escarnio, la diatriba, los spots publicitarios, el apellido materno de los candidatos, y hasta las señas indecentes, son objeto de reclamaciones inmediatas que mantienen al respetable en ascuas frente a las noticias de la noche. Hay quienes comienzan a olfatear en el aire cadavérico de la capital el dulce aroma de la democracia.
Pero resulta que los observadores internacionales sí se chupan el dedo: son incapaces de leer entre líneas las sutilezas de nuestro venerable sistema político: la milagrosa pavimentación de poblados olvidados de la mano de Dios, el súbito relajamiento de las disposiciones aduanales, el arte de las contribuciones políticas indirectas y las patadas por debajo de la mesa. Para eso, hay que ser mexicano. En otras partes del mundo politólogos y periodistas acaparan los espacios televisivos en época de elecciones. En el México de hoy, sin embargo, esos valiosos espacios son generosamente ofrecidos al elenco variopinto de una siniestra trama que envidiaría el más avant-garde productor de telenovelas. En otras partes del mundo los medios interpretan, revelan, educan. En México, el elenco mencionado y algunos medios son utilizados como peones en el refinado arte de la desinformación.
Nadie parece darse cuenta que vivimos en el filo de la navaja. La democracia que percibimos en el aire está sujeta a los caprichos de la madre de los vientos. Vendrá, como dice Gabriel Zaid, "cuando la economía deje de ser presidencial, la ley deje de ser presidencial y el sufragio presidencial deje de ser el sufragio efectivo". Cuando el Poder Judicial recupere la dignidad que le confió la Constitución y el país viva inmerso en un estado de derecho; cuando los medios electrónicos respeten a sus televidentes. ƑVendrá?
Hoy tenemos un presidente tolerante que deja hacer y deja pasar. Mañana, pudiésemos despertarnos abrazados a un fantasma del pasado. šAtención!, aún no se desmantela el omnipotente aparato del señorpresidencialismo: la cargada, el servilismo, el voto de miedo y la lealtad acrisolada de las fuerzas armadas. Todos nos hacemos estas preguntas: Ƒqué pasaría si gana Vicente Fox? ƑSe frustraría nuevamente la llegada de Cuauhtémoc Cárdenas? La primera nos planta, temerosos e incrédulos, ante el mundo fantástico de lo desconocido: el cómo, cuándo, dónde. (La inercia apabullante de setenta años nos impide imaginarnos la voz estentórea de Vicente Fox iniciado el rito sacramental: "Honorable Congreso de la Unión...") La otra nos recuerda el día en que llegamos, pero nos quedamos en la puerta: el día en que un miserable sistema de cómputo salvó a un sistema político en picada.
Los mexicanos somos eufemistas e inescrutables. La primera virtud nos impide llamar al pan, pan y al vino, vino. Y, por virtud de la segunda, nos reservamos la verdadera intención de voto en el fuero interno alegando: "el voto es secreto". Por eso es imposible confiar en las encuestas. Habrá que esperar, pues, al 2 de julio, cuando en el solitario cubículo de una casilla electoral asumamos, frente a nosotros mismos, la enorme responsabilidad de votar por el México de ayer o el México del mañana. *