VIERNES 28 DE ABRIL DE 2000

 


* Carlos Bonfil *

Las reglas de la vida Las reglas de la vida

St. Clouds, estado de Maine, Nueva Inglaterra. Año, 1943; otoño, naturalmente. En este lugar idílico existe un orfelinato donde no sólo se recogen y protegen niños abandonados, sino también se practican abortos clandestinos para evitar, justamente, la proliferación de otros niños no deseados, los futuros huérfanos. Al mismo tiempo, en el frente bélico, miles de jóvenes pierden la vida. El doctor Wilbur Larch (estupendo Michael Caine), director del orfanatorio, se arroga el deber de proteger y de sacrificar vidas, ''juega a ser Dios", porque alguien tiene, alguna vez, que hacerlo en esta vida, en ciertas circunstancias. Larch adopta así a un niño huérfano dos veces rechazado, Homer Wells (Tobey McGuire), lo vuelve su favorito en su pequeña corte de ''príncipes del Maine", y su posible sucesor; al mismo tiempo le inventa una insuficiencia cardiaca para evitar que arriesgue su vida en la guerra, para impedir que abandone el feudo patriarcal.

Basada en una novela de John Irving, Las reglas de la vida (The cider house rules), del director sueco Lasse Hallstrom (Mi vida como perro, What's eating Gilbert Grape), semeja un relato dickensiano, una educación sentimental con la parábola transparente del hijo pródigo. Hay incluso la lectura en voz alta del primer pasaje de David Copperfield, una lectura muy socorrida en el cine, tanto en Lo que el viento se llevó (Fleming, 1939) como en Fahrenheit 451 (Truffaut, 1966). El personaje del doctor Larch consigue con su mezcla de adalid humanista y pícaro irlandés adicto al éter y a las faldas, rebasar una caracterización convencional y azucarada. El cine de Hallstrom ha jugado siempre con un engañoso registro de sentimentalismo, mismo que rompe después abruptamente, con imágenes de la muerte vista por ojos infantiles en Mi vida como perro, o con la complejidad en la relación de un joven con su hermano menor con discapacidad mental (Johnny Depp y Leonardo Di Caprio en What's eating Gilbert Grape, de 1993, sin exhibición comercial en México).

En Las reglas de la vida, el itinerario romántico del protagonista huérfano, muy a lo Oliver Twist, se ve interrumpido por una experiencia violenta: la necesidad moral de interrumpir un embarazo por razones de salud y por tratarse del producto de un abuso sexual y de un incesto. Y aunque la polémica cuestión del aborto no es el tema central de la cinta, sí resulta un contrapunto interesante en esa rutina laboral de recolección de manzanas que el joven Homer Wells se empeña en considerar una experiencia liberadora. Nada más banal que esa sucesión de crepúsculos en el extremo norte de la costa estadunidense; nada más previsible que la tímida iniciación sexual del joven en un autocinema, como en cualquier comedia romántica de los años cincuenta, o como en el propio sueño-pesadilla de Pleasantville, en la cual el mismo Tobey McGuire es protagonista.

Homer Wells ha elegido así como nuevo lugar de residencia un sitio poblado de librepensadores tolerantes donde no hay espacio para los conflictos raciales, y donde el resentimiento social se conforma con desobedecer las reglas de la casa (no fumar en la cama, no dormir a la intemperie), y con un breve gesto de rebeldía: un joven negro escupe su cigarro en la tina donde se prepara la sidra. La cinta transcurre aquí con morosidad y sin mayores relieves, hasta el momento en que estalla el drama de violencia intrafamiliar, donde la promiscuidad y la violación de tabúes corre por cuenta de los trabajadores.

El tema del aborto no es central en la narrativa de Hallstrom, porque tampoco lo es el de la libre decisión de la mujer de proteger su propio cuerpo. Hay sólo una doble mirada paternalista (la del doctor Larch y su discípulo) decidida a proteger la vida, cada uno con métodos distintos, sólo en apariencia opuestos. Y como la acción se sitúa al comenzar los años cuarenta, una época muy anterior a la de las reivindicaciones feministas en materia de una libre interrupción del embarazo, es interesante la manera sutil en que el realizador incorpora la temática dentro de un horizonte más amplio, sin tomar partido, pero mostrando las aristas de una situación dramática.

Hay en el nexo maestro-discípulo ecos de la cinta inglesa de Anthony Asquith, Odio que fue amor (The Browning version, 1951), aunque Hallstrom no puede evitar edulcorar el asunto un poco más de la cuenta. Por otra parte, la historia de amor de Homer Wells semeja a su vez un trámite inconsistente, un extraño paréntesis en su naturaleza esencialmente virginal. No hay en la cinta presencias femeninas fuertes, sólo satélites girando en torno de una voluntad masculina: una joven que no se acostumbra a estar sola, enfermeras incapaces de remplazar al patriarca envejecido, o las víctimas del maltrato sexual y la indiferencia social, solitarias siempre y aterradas. Las reglas de la vida describe este paisaje melancólico e inerte, con dos actuaciones muy sólidas y con una sensibilidad de autor digna de apreciarse detenidamente.