La Jornada miércoles 26 de abril de 2000

Arnoldo Kraus
La enfermedad como historia

Cuentan los enfermos historias. Historias de sus padres, narraciones de sus vidas, recuerdos de su infancia. Cuentan porque deben contar. Desde el útero, hasta la última palabra, deberían hablarse.

Lo de en medio --Ƒqué es el medio?-- también importa: aquel intento de violación, el acné de la adolescencia que minó la juventud y paralizó el deseo, el diván del analista porque la gordura era el demonio, o las palabras calurosas de aquel viejo doctor que respondía --y curaba-- los miedos, con una palmada, con una palabra. Importan, no menos, los ires y venires con la madre, con el padre. Esos "por tu culpa", "porque nunca estabas en casa" son también tabiques de --y para-- la historia. Después de Freud, todo hijo, toda hija, sabe que los padres suelen ser también enfermos. Incluso, algunos son culpables...

Esos "en medios", que contienen los momentos de enfermedad y noenfermedad, son muchas piezas. Son incontables engranajes que unos denominan cierta arquitectura, otros una forma de literatura y los más una especie de vida. No hay límites cuando se habla de células dañadas, derrotadas.

La noenfermedad no sólo es ese estado amorfo y difícil de delinear al cual llamamos salud. Es el bienestar que baña la conciencia, la cotidianidad, de quien abandonó el mal y sanó, pero que se sabe vulnerable. Es un estado de salud que germina cuando se han reparado los daños. Vulnerabilidad es un término que debería acompañarnos. Es también un estado que inflama la conciencia.

Por eso, los "en medios" son inagotables. El final, con o sin enfermedad, suele ser el evento "de la vida". Pero los interludios son memorias primigenias, recuentos indispensables. Con o sin mal, con o sin dolor. No hay muerte sin historia. No hay deceso sin vida.

Por lo mismo, suele ser la enfermedad, poca o mucha, una resina. Pega el alma con el hígado, restaura la piel lacerada, enfría el calor de la herida, es pilar de la voz. Es un espejo sin bruñir.

Es cierto que uno es muchas historias. Lo es también que uno se piensa dueño de sí, de sus días, pero el mal --eso es la enfermedad-- no acepta que se le encuadre. El correr de la patología es impredecible y la estela de sus daños siempre desigual. No hay ni dos seres humanos iguales, ni dos cánceres similares. Ni siquiera la mitad izquierda del cuerpo es igual a la derecha. ƑPor qué se inflama la mano derecha y no la izquierda? ƑPor qué las células cancerosas ocupan el pulmón derecho y olvidan que contiguo habita otro? ƑPor qué un hijo crece loco y otro camina recto? Sólo el alma se lacera toda.

Regresamos: de la salud a la inexactitud, de los tropiezos al daño. Por eso, uno puede, pero sobre todo debe inventarse sus orillas, sus en medios. El autoengaño es una forma de cura contra la abrumadora realidad y una vía para penetrar esos intermezzos. Ser sano, siempre sano, es una aburrida mentira.

En cambio, la enfermedad --el cuento-- es un espacio amorfo, proteico, inacabado. Un lugar, a veces único, pero, en ocasiones, universal: permite que estallen muchos seres escondidos. Muchos sentimientos agazapados. Puede permitir el paso a la locura. Pero puede decirnos también que la vida es una enfermedad. Eso es: la vida es una enfermedad. Curarla toda, sanar la vida, sería mala medicina: Ƒqué preguntas o búsquedas quedarían? ƑDe qué serviría erradicar toda la enfermedad? Se camina mejor la vida con una dosis de enfermedad.

Los cuentos para niños no sirven si no contienen ilustraciones. La vida es yerma si no sabe de patología. La vida salpicada de mal deviene luz. La enfermedad es una lectura de la vida, una suerte de poesía. Un camino que se entiende sobre si los "en medios" han sido visitados.

Proust se quejaba de que su médico no sabía que él había leído a Shakespeare. Y tenía razón. ƑCómo puede servir la aspirina si el doctor ignora esa historia? Las células enfermas aguardan otras curas.