DOMINGO 23 DE ABRIL DE 2000

MAR DE HISTORIAS

...Y no volverás

Ť Cristina Pacheco Ť

Desde que salieron del puerto y enfilaron hacia la autopista Virginia decidió fingirse dormida. Actúa de ese modo siempre que Miguel Angel, su marido, se pone al volante y trata de realizar, lo mismo en carreteras que en avenidas, sus frustrados sueños de corredor de automóviles.

Semanas atrás, a partir de que Miguel Angel le informó que este año sí saldrían de vacaciones, Virginia se empeñó en una discreta y constante tarea de convencimiento para disuadirlo de rebasar los límites de velocidad: "Promete que iremos despacio; se disfruta más". La respuesta fue clara: "Sé lo que hago. Acuérdate que me he pasado la vida manejando. Además, en las carreteras es mucho más peligroso ir despacio que rápido".

La primera parte de la argumentación de Miguel Angel es verídica. Desde los 11 años aprendió a manejar la camioneta en que su primo Artemio recorría los pueblos donde vender cosméticos baratos, utensilios de cocina y quincalla; a los 18 ingresó en una refaccionaria y hoy goza de prestigio como afinador en una agencia de automóviles. Virginia aprecia tan vasta experiencia, pero no le parece suficiente para que su marido actúe como si fuera Adrián Fernández.

La noche anterior al viaje Virginia hizo un último intento para convencer a su esposo de no convertir las carreteras en pistas de alta velocidad: "Mi amor, acuérdate: la vida no retoña. Tu y yo, como quiera que sea, ya vivimos; pero Itzel y Alex apenas están empezando. Imagínate si les pasara algo..." Miguel Angel comprendió que Virginia tenía razón, pero no cedió: "Si vas a querer que maneje a 60 por ahora, mejor nos quedamos en la casa".

Virginia imaginó la contrariedad de sus hijos si se cancelaban las vacaciones tanto tiempo esperadas y prefirió callar. Se distrajo arreglando las maletas, se acostó en el otro extremo de la cama, durmió mal y a la mañana siguiente tuvo que esforzarse para poner cara de "estoy lista para vivir unas felices vacaciones".

II

Recostada en el asiento delantero del automóvil, Virginia siente en el estómago la velocidad a que Miguel Angel toma otra curva. Sólo confía en que Dios aún no tenga determinado ponerle fin a su existencia. Aprieta los párpados para convencerse de que realmente está dormida; de modo que si algo ocurre pasará de un sueño a otro.

La idea la asusta y en seguida piensa en sus hijos. Aunque sabe que duermen en el asiento posterior, se vuelve a preguntarles: "ƑEstán bien?" Le responde sólo un balbuceo confuso. Virginia experimenta ansia de arropar a Itzel y Alex, como si aún estuvieran en sus cunitas, pero se abstiene. Comprende que ese cuidado es y será para siempre innecesario; y que si vuelve a cubrir a un niño tendrá que ser un nieto.

Virginia se reacomoda, dispuesta a hundirse en su sueño fingido. Se lo impide la emoción de pensar que algún día se convertirá en abuela. Su hermana Eugenia le ha dicho que esa condición se disfruta más que la maternidad; en cambio su prima Teresa le aseguró lo contrario: "Es terrible, porque ya no puedes meterte directamente en la educación de los nietos y tienes que callarte la boca aunque veas que los padres hacen tonterías".

La entrada vertiginosa en otra curva hace que Virginia se lleve las manos al pecho. Miguel Angel la ve y pregunta: "ƑQué pasa? ƑSigues teniendo miedo?" Virginia miente: "No por ti, sino por los salvajes que andan en las carreteras". No necesita mirar a Miguel Angel para saber que su respuesta lo dejó satisfecho y orgulloso: "Parece un niño..."

La ternura que en ese momento siente por su marido se acentúa cuando piensa que así como ella nunca volverá a embarazarse -"ni encomendándome a santa Ana"- él tampoco será corredor de automóviles. Su único nexo con ese mundo es la agencia donde trabaja. Cuando vuelve de allá animado y conversador es porque tuvo oportunidad de manejar un coche deportivo durante los escasos minutos en que lo puso a prueba. Recordar la expresión dichosa de Miguel Angel en esas ocasiones la fortalece para esconder su miedo a la velocidad: "Que al menos por un ratito sienta que se da el gusto".

Esta reflexión la lleva a otra muy personal: "En mi caso ni en sueños podré tener otro hijo. Para las mujeres hay ciertas situaciones en que nunca es nunca". Repite mentalmente la frase. Bajo los párpados cerrados, sus ojos se humedecen. En seguida piensa en Miguel Angel, en qué le dirá si advierte sus lágrimas. Cualquier mentira inocente, menos la verdad porque sonaría hasta ridícula: "Lloro porque acabo de comprender algo en lo que jamás había pensado. De aquí hasta el fin de mi vida hay muchas cosas ya imposibles para mí. Por ejemplo tener un jardín grande, embarazarme otra vez".

La gravedad de sus pensamientos la sofoca y le despierta la urgencia de compartirlos con su esposo: "ƑTe hubiera gustado tener más hijos?" Sorprendido, Miguel Angel casi pierde el control del volante. Cuando al fin lograr recuperarlo disminuye la velocidad y mira a Virginia con el rabillo del ojo: "Eso Ƒa qué viene?" Ella sonríe en silencio, arrepentida de haber preguntado. Miguel Angel, en cambio, insiste en el tema: "ƑTe hace falta algo? ƑNo crees que la nuestra es una familia perfecta?"

Virginia siente renacer la ternura hacia su marido y le acaricia el hombro: "Claro que sí. Tenemos problemas, como todo el mundo, pero en el fondo la pasamos muy bien. ƑTe parece mal que te haya hecho esa pregunta?" Al cabo de un minuto oye la respuesta: "Se me hizo raro que me la hicieras precisamente ahora, cuando nosotros ya estamos grandes y los muchachos están a punto de volar". Virginia se vuelve emocionada hacia sus hijos: "Ya lo sé, pero todavía falta, están muy chicos".

Miguel Angel sonríe: "ƑMuy chicos? Chaparrita, date cuenta: Itzel tiene un año menos de los que tenías cuando nos casamos". Virginia se sabe desarmada y hace un gesto de contrariedad. Divertido, Miguel Angel le da una palmadita en la rodilla: "Abuela Vicky. Así te dirán tus nietos. Suena bien, Ƒa poco no?" Ella asiente sin convicción y vuelve a mirar el velocímetro: "Ciento diez. ƑNo puedes bajarle otro poquito?"

No escucha la respuesta. La intriga imaginar cómo viviría si fuera madre de cinco o seis hijos. Una familia numerosa era su sueño, pero un mal parto y una realidad económica difícil le impidieron materializarlo. Por primera vez no le basta esa explicación. Otros superaron situaciones semejantes: su hermana Emérita se embarazó después de que supuestamente, por atrofia de un ovario, no podría tener más hijos; su compadre Raymundo, a pesar de que no gana fortunas como sastre, tuvo ocho hijos y a todos les dio estudios. Reconoce: "No supe luchar".

Una sonrisa involuntaria le descompone la cara. "ƑDe qué te ríes?", pregunta Miguel Angel. Ella no sabe cómo explicarse y guarda silencio. Transcurren unos minutos antes de que vuelva a oír la voz de su marido: "Pásame la cartera. Es la última caseta". "ƑEn serio ya llegamos?", dice Virginia, mirando por la ventanilla a los vendedores de golosinas y chucherías. Miguel Angel asiente con la cabeza y ella abre su bolsa para cerciorarse de que tiene a mano las llaves de la casa.

III

Cuando Virginia palpa el manojo de llaves sus dedos encuentran las conchitas que sus hijos recogieron esta mañana en la playa. Se pregunta cuándo volverán al mar. Entre esta y su última visita mediaron siete años. Itzel y Alex jugaron en la arena con palas, cubetas y una cebra de plástico. La nostalgia de aquel momento la hace pensar que sólo volverá a tener una experiencia semejante cuando la rodeen dos o tres niños que la llamen abuela Vicky.

Otra vez la asalta el temor de no haber disfrutado suficientemente la infancia de sus hijos. Se lo impidió el trabajo. Ni siquiera las tardes que pasaba en la casa, inclinada sobre la máquina donde cosía ropa a destajo, le quedó tiempo libre para mirarlos o acariciarlos. Abuela Vicky. Frota las conchitas, como si fueran amuletos, y de nuevo piensa en el mar, ya tan lejano. Pudo haberlo contemplado esta mañana en vez de quedarse en la habitación del hotel arreglando maletas. Se lleva la mano a la frente y murmura: "Qué tonta". "ƑMe hablaste?", le pregunta su marido mientras procura rebasar un auto. "Te preguntaba cuándo crees que volveremos a la playa". Miguel Angel sonríe: "Apenas estamos regresando y ya quieres volver. šQuién te entiende!"