La Jornada domingo 23 de abril de 2000

Bárbara Jacobs
La sociedad de los libros

Si no es en su autobiografía, en dónde va a parecer buena persona un agente literario. O un editor. Ciertamente, no en el diario íntimo de ningún autor que se respete. Graham Watson tiene la ventaja para mí de ser un desconocido; de ahí que, si me place, me anime a explayarme sin tapujos respecto de sus recuerdos de agentes literario de la, tengo entendido, prestigiosa Curtis Brown, de Londres, Inglaterra.

Una ganancia del escritor de cualquier país del tercer mundo es que se ríe por lo bajo de que en el primero existan agencias literarias, en sí, ya no digamos de prestigio. Mientras que a mí me da confianza recordar al levantarme cada mañana que cuento con un zapatero (le brillan los ojos cuando, a la puerta de mi casa, me habla de las pitayas que se dan en las montañas de su pueblo, en Zamora, Michoacán, grandes y jugosas, que hay que saber preparar), a mis colegas primermundistas lo que los empuja hacia la máquina de escribir más moderna del día es tener presente que el agente literario tal los tiene bajo sus alas.

ƑCómo traducir el título inglés del libro de Watson, el atractivo y acertado Book Society?: Sociedad del libro, La sociedad de los libros, La sociedad alrededor de los libros... En la calle de Velázquez, en Madrid, cerca de Alcalá y del Retiro, hay empotrada una placa de bronce al lado de la puerta en un viejo edificio, que indica que The English Group está en la segunda planta. Nunca he querido averiguar de qué podrá tratarse; a lo largo de los años en que, por una u otra circunstancia, he pasado enfrente y leído el letrero, he preferido imaginar diferentes posibilidades que dar con su definición real.

El carácter permanente de la placa es un elemento que indudablemente refuerza mi confianza; sea lo que fuere, The English Group está, sigue activo. El de la familiaridad es un matiz paradójico. Confirmar cada vez que la placa sigue ahí, me relaja tanto la expresión que, si de pronto intentara averiguar a qué se refiere el familiar The English Group, la expresión se me alteraría y me haría parecer sospechosa. ƑCómo es posible que no sepa qué es lo que, al constatar una vez más que ahí sigue, me hace sonreír, complacida, a pesar de mí misma?

Si The English Group representara un instituto de enseñanza de lengua inglesa, no se anunciaría de forma tan conservadora y estable como lo hace mediante una placa de bronce inalterable; o, en tal caso, se llamaría simplemente English Group. Si, por otra parte, The English Group identificara a un grupo de ingleses esotéricos en un sentido o en cualquier otro, ni siquiera se anunciaría, pues todo lo esotérico mantiene cierto principio de clandestinidad.

Algo por el estilo me ha sucedido desde 1980 con Book Society. A través de los años, he visto el título en el lomo del libro en un estante y, debido a consideraciones similares a las que he aplicado a la placa de bronce de Madrid, he preferido imaginar posibilidades de interpretación alternativas, en lugar de, con la falangeta del índice, con un ligero y rápido movimiento, entresacarlo y leer de qué podrá tratarse. Jalón que le doy ahora y, sí, libro que finalmente leo.

La verdad es que Watson, su autor, me tiene sin cuidado, y según lo que relata de su vida de agente literario de escritores famosos, no tengo por qué considerarlo una mala persona; habría que conocer la versión de los famosos de los que habla y comparar. Lo cierto es que, en un pasaje determinado, incluso llegó a conmoverme. Cuenta que aun cuando únicamente en presencia de Noel Coward llegó a caerse de una silla, Gore Videl, al que con toda razón concede tan buen aspecto como a Coward, igual inteligencia creadora e idéntico ingenio devastador, lo intimida al grado de temer que, en su presencia, sea inminente el momento en que la silla en que se siente se desvencije y él golpee el suelo con un sentón.

Me conmueve que admita su inferioridad, su falta de confianza en sí mismo, y su inseguridad frente a creadores del tamaño de los mencionados. No crea el lector que se adentre en las memorias de Watson que encontrará una sola palabra dañina contra ninguna de las personas que circulan por su recuerdo; insisto en que no tengo por qué dudar de la bondad de este autobiógrafo.

Pero al leer que firma el libro en Lamb House, o sea La Casa del Cordero, no puedo evitar preguntarme si, como en el dicho popular, la piel del cordero/Watson no oculta al lobo/agente literario. Recuerdo, en este sentido, el vino alemán llamado "Leche de la mujer amada", que en cierta ocasión me tiró de una silla en un bar de Londres, precisamente; o el vino chileno llamado "Santa Carolina", que me tiró de otra en Madrid, precisamente ante mi agente literario. Ambos vinos, por cierto blancos, en copa pequeña para dama.