VENTANAS Ť Eduardo Galeano
El unicuerpo
Con la ayuda de sus bastones blancos y unos cuantos tragos, ellos se abrían paso, mal que bien, en los callejones de Tlaquepaque y en las oscuridades del mundo.
Parecía que estaban a punto de caerse, pero no: cuando tropezaba ella, la sostenía él; cuando él se bamboleaba, lo enderezaba ella. A dúo andaban, y a dúo cantaban. Se detenían siempre en el mismo lugar, a la sombra de los portales, y cantaban, con voz castigada, viejos corridos mexicanos del amor y de la guerra. Algún instrumento los ayudaba, quizás una guitarra, no recuerdo; y también hacían sonar, entre canción y canción, la latita donde recogían las monedas del respetable público.
Después, se iban. Precedidos por sus bastones blancos, se perdían en el gentío bajo el sol.
Yo los vi marcharse, destartalados, rotosos, pero bien agarraditos el uno al otro, pegados el uno al otro en el vaivén, y pensé: ƑHasta que la muerte los separe? La muerte se va a ahorrar la mitad del trabajo, pensé: matando a uno, mata a los dos.