SABADO 22 DE ABRIL DE 2000
El próximo Acteal
* Luis González Souza *
México, y todo lo que es humanidad verdadera, están muy cerca de recibir otra puñalada. A la vuelta de la esquina nos espera otra masacre como la que, en diciembre de 1997, dejó sin vida a 45 indígenas en la comunidad chiapaneca de Acteal, en su mayoría mujeres y niños.
Con esa indignante certeza regresamos del recorrido que hicimos hace ocho días por Chiapas, incluyendo el propio Acteal. Hicimos el recorrido junto con senadores (Carlos Payán, Mario Saucedo), diputados (Fabiola Gallegos, Samuel Lara, Gilberto López y Rivas) y otra buena variedad de ciudadanos (Digna Ochoa, Paulina Fernández, Hugo Velázquez, Carlos Fazio, Ernesto Ledesma y Gustavo Castro, entre otros). Todos, sin embargo, con un mismo propósito: verificar por cuenta propia la situación de Chiapas, en lugar de engrosar las víctimas del silencio y la desinformación a cargo de los medios en su mayoría.
Firme ųsegún creoų quedó la verificación de que otro Acteal está a la vista. Las únicas dudas se refieren al cuándo, al dónde y a la extensión de los daños. Daños no sólo para la (anti)transición de México a la democracia y para su deseable renacimiento como una nación pluriétnica y multicultural. También daños para una humanidad que pudiera seguirse llamando así. De hecho, lo que pudimos verificar en Chiapas es la gestación de un Acteal gigante. O de una acumulación tal de masacres que obligaría a renovar los conceptos de genocidio y guerra de baja intensidad.
Del penal de Cerro Hueco a esa capital del refugio que ahora es X-oyep; del terror paramilitar de plano instaurado en lugares como Taniperla a la provocadora ocupación militar de Amador Hernández, crecen los ingredientes de un macro-Acteal. Es el caso, por decir lo obvio, de la inoculación sistemática de conflictos y fracturas en las comunidades, la descarada fabricación de delitos y el consiguiente encarcelamiento de los insumisos, el despojo y hasta la destrucción de comunidades enteras, la multiplicación geométrica ųen cantidad y tragediaų de los desplazados, su obligado hacinamiento en virtuales campos de concentración. Lo que vuelve a abonar el terreno para más y más conflictos "infracomunitarios" y... "accidentes" como Acteal.
Todo, bajo el asedio y el beneficio de las todavía impunes bandas paramilitares. Todo, cual irresponsable laboratorio de un militarismo hecho régimen y cultura, al tiempo que muchos siguen entretenidos con el debate sobre la transición o la normalidad democrática, sobre la continuidad o la alternancia electoral. Y todo, pues, para asesinar hasta el último deseo de los asesinados en el primer Acteal: "(M)orimos para nacer: si en vida fuimos olvido, la muerte nos hizo historia... Nuestro tiempo fue de muerte para florecer la vida, la dignidad, la justicia, la paz y la memoria..."
Si algo verificamos en nuestro recorrido, fue el olor a muerte. Y muerte de la mala. No la que sirve para renacer bajo flores dignas, justas, pacíficas y de tantos colores como culturas y etnias (todavía) tiene México. Más bien olimos la muerte que sólo busca aniquilar todo signo de vida digna. Y que lo hace para regocijo de quienes, de por sí muertos, sólo sueñan en gobernar a cualquier precio y sólo por el deleite de saberse "gobernadores".
Ayer ese precio fue el primer Acteal. Hoy lo es el sinnúmero de Acteales que ya se huelen. Y mañana, de no hacer algo, el precio será nuestra completa conversión en un México-Acteal. Es decir, un país donde la muerte mala sentará sus reales en todos los rincones del país, incluyendo el desplome de un Ejército otrora popular, nacionalista y hasta revolucionario. Tal vez los últimos en morir serán los cuervos paramilitares... tras sacarle los ojos a todos sus progenitores. A todos, salvo quienes logren escapar y rehacer su vida ųya no como "gobernantes"ų en lugares como Dublín o Miami.
Por fortuna, todavía somos mayoría quienes no queremos un México-Acteal. Y esa mayoría viene desde abajo, tiene raíces profundas y poderosas. Incluye a personas como la tzotzil Lucía Hernández, que al recordar Acteal en X-oyep, nos lo dijo claro: "No muy puedo hablar, porque mi corazón todavía vive la tristeza".
Mientras haya corazón y capacidad de entristecer ante el pasado y el próximo Acteal, México tendrá tantas esperanzas como Lucías ya tiene. Lo que restaría es convertir la tristeza en lucha alegre e indeclinable. Y, por supuesto, restaría no dejar que Chiapas regrese al olvido (ni que la UNAM sea militarizada). *
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