SABADO 22 DE ABRIL DE 2000

* Son del siglo *

 

* Hermann Bellinghausen *

Buena Vista vuelto a visitar

 

Los fenómenos culturales contemporáneos pasan, como nunca antes en la historia, por el cedazo del consumo masivo, lo que en ningún caso los dota de aval artístico más allá de las modas, fugaces y caprichosas como el capital mismo. No obstante, hay ocasiones en que el mercado, por así decirlo, acierta, descubre y engulle la belleza verdadera, intemporal; el arte que es, y punto.

El mundo globalizado se encontró de pronto, al cuarto para las 12 del milenio y cuando ya nada parecía sorprender la conciencia cultural planetaria (dada a la fusión y la síntesis de los paraísos perdidos) con una ''novedad" que uno dice, bueno, pero verdaderamente... Una música ''virgen" y poderosa que allí estaba y, desde cuándo, tal cual de ilimitada: el son cubano.

Hoy la historia es conocida. Va de la mano del propio fenómeno masivo. Un día de 1996, Nick Gold, productor inglés de World Circuit y uno de los mejores sabuesos musicales de la actualidad, citó en La Habana al palomero universal Ry Cooder a una sesión entre la vieja guardia de la trova y el son cubanos, y ''músicos africanos", de ésos que hoy gozan de merecido buen cartel. Los africanos nunca aparecieron y así surgieron Buena Vista Social Club y Afro Cuban All Stars, para sorpresa de los productores anglosajones, quienes se creían al tanto de lo que encontrarían en Cuba.

El estreno (tardío) del documental de Wim Wenders, también llamado Buena Vista Social Club, permite revisar el acontecimiento y el encantamiento que produjeron los músicos cubanos, que incluso para ellos resultó insólito y completamente fuera de sus planes en caso de que tuvieran otro además de sobrevivir.

Con esta sublimación de sus rutinas soneras, Compay Segundo, Ibrahim Ferrer y Rubén González se sacudieron el polvo y la artritis, y se reunieron con Eliades Ochoa, Cachaíto López, Barbarito Torres y otros experimentados instrumentistas y cantantes en activo de la ininterrumpida tradición del son cubano. El filme de Wenders sólo reproduce en 1998 las sesiones que tuvieron lugar dos años antes en los vetustos estudios EGREM, las casas de los músicos y las calles de La Habana. El documental, tan candoroso e ignorante como la moda misma de Buena Vista, produce la falsa impresión de que todo se lo debemos a Ry Cooder y a su hijo Joachim, quien no pierde en ningún momento su facha y su actitud de turista con suerte.

Juan de Marcos González, antiguo miembro del grupo Sierra Maestra, eslabón del son en el periodo revolucionario de la isla, fue quien reunió, ordenó y dirigió la banda. El productor mexicano Eduardo Llerenas, quien llevaba más de una década grabando, produciendo y promoviendo el son de Santiago (y otros sones latinos y afroamericanos) localizó para Nick Gold a sus viejos conocidos y los atrajo al estudio.

Especialista en desjubilar a los músicos jubilados, lo mismo en las huastecas mexicanas que en las costas caribeñas, Llerenas por medio de Discos CoraSon ayudó a ponerle la mesa a míster Cooder.

Los fuertes del virtuoso guitarrista y mandolinista estadunidense eran el blues negro, el folk sureño, la música norteña mexicana y el rock propiamente dicho, si bien fue world antes que la moda existiera. Hace 30 años ya andaba en Hawai con Gabby Pahinui, pero sólo en los años noventa sus antenas de explorador guitarrístico se dirigieron a la India de los ragas y el Mali de Ali Farka Touré. Cuando llegó a La Habana, sus maletas traían todavía los sellos de Timbuctú. A la hora de la hora, no le sirvieron para nada.

 

Cantar no es un paseo

 

Hoy no existe una casa yupi culturalmente correcta en el mundo, sea Nueva York, París, Berlín o Mexico City, sin sus CD de los Buena Vista y Los Afro Cuban, que ya son verdaderas trademarks, aunque eso sí, garantizadas. Y sin necesidad de fusión ni de conservadores.

Mientras la música devocional sufi (qawwali) de Nusrath Fateh, Ali Khan, el canto senegalés de Youssou N'Dour y la buenavista norteña música de Los Lobos necesitaron de la fusión y la tecnología para hacerse oír, y abrir caminos a su creatividad, los soneros cubanos no han hecho otra cosa que sonar tal cual, acústicos.

Quizá las grabaciones madrileñas de Compay Segundo (y su pretensioso aflamencamiento) y la sesión de descarga de montuno que tuvieron en París Eliades Ochoa y el Cuarteto Patria con el sax camerunés Manu Dibango, antes de Buena Vista, hacían suponer una futura transfusión de world y beat al son. La limitada, pero memorable huella de Ry Cooder en las sesiones originales de Buena Vista, hacen suponer que también eso esperaba él. Pero sus slides en Orgullecida y Alto Songo no pasaron de una invitación de los viejitos al gringo, de quien en 1996 ni el nombre conocían. (Caso aparte es la mítica versión de Chan Chan, de la que se hablará dentro de un rato).

Que hoy Eliades le permita al lobo David Hidalgo un palomazo con el Cuarteto Patria o que haya arrastrado a Dibango en Cubáfrica al terreno santiaguero no sólo se debe a la extraordinaria fuerza de su voz, su guitarra y su versión sonera, sino al origen mismo de todos los músicos americanos, africanos y europeos que han salido tras él. Todos tienen deuda (y que lo digan los músicos africanos de la costa atlántica, incluido Dibango). Nusrath Fateh no necesitaba ciertamente de Peter Gabriel, Michael Brook ni de Masive Attack, pero el hecho es que éstos le dieron pasaporte para salir del ghetto folclórico y new age.

Un montón de gente en México, como en Colombia y Estados Unidos, se sorprendió de que Miguel Matamoros, Arsenio Rodríguez o Benny Moré fueran músicos ''por descubrir". Si aquí han estado siempre. No hacía falta la moda. Donde sí cayó en blandito fue la clase media alta y la burguesía, que nutrían su vena tropical con la salsa de Fania, y su sed de aventura en las discoteques. Que aprovechen, pues.

Ya no se diga la sorpresa en la propia Cuba, donde todo mundo alzó las cejas y, ahora, que tienen de nuevo estos viejitos. El son es una cosa sencillamente hereditaria en la isla. Que de pronto Rubén González o Ibrahim Ferrer, muertos en vida y compadres históricos de Arsenio y Benny, grabaran como solistas por primera vez en su octogenaria vida, o que Silvio Rodríguez tuviera que ir a Madrid como comparsa de Compay Segundo, era una locura. De cuándo acá.

Los músicos jóvenes, soneros como el que más, aunque también le metan al heavy metal (tipo Grage H, roqueros de La Habana), a la música clásica o al rollo pop, sienten incómoda esa irrupción de las momias. Además, como si el Cuarteto Patria no fuera ya uno de los abanderados oficiales de la Revolución.

Bien sabía Eliades en 96 en las que se estaba metiendo al cantar El yerbero con Manu Dibango: ''Y cuando Castro lo oiga, qué vamos a hacer".

Pues nada: gozar y aprovechar. Hoy Eliades y el cuarteto son estrellas de la empresa Virgin y los retrata Anton Corbijn como si fueran Captain Beefheart, U2 o Tom Waits. ƑAcaso no merecen que los traten bien, si son unos de los mejores músicos vivos del planeta, así nomás, con su sombrero guajiro y su guitarra campesina?

La nueva vieja trova cubana no ha hecho otra cosa que tocar lo que sabe, música hecha a mano con los mismos treses, contrabajos y tumbadoras de siempre. No será en Cuba donde a la gente se le caiga la babita. El son es maravilla de todos los días.

 

Milagro en Manhattan

 

La paliza que puso la vieja guardia cubana a las modas previas se oyó especialmente fuerte en Miami. Y no es que en Cuba hayan olvidado a Celia Cruz o a Cachao (un Cachao López más, de una larga tradición), sino que eso no era todo. Tan ardidos quedaron los salseros que tuvieron que secuestrar al pequeño balsero. El horroroso sainete del niño ''salvado por los delfines", ''nuevo Eleguá", nuevo instrumento corporativo de la mafia cubanoestadunidense es, quizá, una venganza tardía contra la inundación del son auténtico que trajo a los mercados Buena Vista Social Club. ƑIbrahim versus Elián? ''Oye Aguaje, toca el trombón como es./ Benny Moré, qué bandona tenía usted".

Uno de los aciertos del documental de Wim Wenders es haber entendido la imagen emblemática de la sesión original. El símbolo es Ibrahim, en el otoño de su dulce voz.

El esmirriado cantante camina por La Habana, tan escueta y detenida en el tiempo como él. ''Yo soy carabalí*, negro de nación. Sin la libertad, no pue'o viví". Del delta del río Níger al barrio Cayo Hueso, en La Habana Vieja de todos los periodos especiales, el mundo descubre a Ibrahim al mismo tiempo que Ibrahim descubre el mundo. Su encuentro con Manhattan es conmovedor de tan virginal.

Después de dos años de jubilación, de siete hijos, trece nietos, cinco bisnietos y un baúl de recuerdos románticos a la vera de Benny Moré, Ibrahim Ferrer vio al mundo girar en torno de él por primera vez. Wenders lo acompaña a la casa que tiene con su mujer Caridad, se sobrepone a la jeta conyugal de la doña, retrata la ausencia de cosas de un departamento habanero cualquiera y es admitido a la vista del santo Lázaro del hogar y luego lo mira admirar por primera vez los rascacielos de Nueva York y filma su apoteosis en el Carnegie Hall. ƑQué más?

Nacido en un baile, en 1927, en Santiago de Cuba, despidió el siglo dándole la vuelta al mundo con su saco rojo, su boina y el bastón santero que heredó hace 57 años de su mamá, cuando ella murió.

Hoy lleva por segundos a puros primeros: Omara Portuondo, Pío Leyva, Manuel Puntillita Licea, Lázaro Villa, Teresa García Caturla, la joven Michelle Alderete, de Gema Cuatro, y José Antonio Maceo Rodríguez del grupo Sierra Maestra. Una sesión que ya no se suponía que fuera a suceder.

Y esto nos lleva al milagro original: las primeras notas de Chan Chan, el corte inicial de Buena Vista Social Club, versión 1996. Ya Eliades había grabado varias veces la tardía obra maestra de Compay Segundo, el último de Los Compadres, cuando Ry Cooder hizo una memorable aleación con Eliades, Compay, Ibrahim y los muchachos para obtener la más limpia y dramática versión de este son definitivo.

La magia del disco original de esta aventura en el World Circuit del son nacido en Siboney, está en la soltura de esos músicos inspirados de la isla solitaria, de pronto salidos del olvido para tocar como los dioses y cantar como ángeles caídos en el último paraíso del corazón: el son donde Cuba nació.

Hoy, a la hora de los cover transglobales, el scout Nick Gold tiene que volar a Dakar en pos del oro, para que el gran músico musulmán de la nueva generación, Cheikh Lo, se apropie de El carretero (''M'Beddemi'', en el disco Bambay Gueej, World Circuit, 1999) como lo hubiera hecho, 20 años atrás, la Orquesta Baobab. También Senegal es un suburbio cubano.

Que no le digan, que no le cuenten, el bolero vive, la descarga manda y Cienfuegos tiene su guaguancó.

 

* Carabalí: término genérico que alude a los esclavos que llegaron a Cuba de Nigeria y el delta del Níger, de acuerdo con las notas de Sigfredo Ariel para el disco Ibrahim Ferrer, CoraSon, circa 1998