JUEVES 20 DE ABRIL DE 2000

* Astillero *

* Julio Hernández López *

Vicente Fox ha desplegado dos tácticas excluyentes que dan buenos indicios de la manera autoritaria y altanera como gobernaría México en caso de ganar el próximo 2 de julio: respecto al priísta Francisco Labastida, ha dado por asociarlo a él y a sus ideas con la calificación de chaparro; ahora, a Cuauhtémoc Cárdenas pretende cargarle la culpa de una eventual derrota panista y posicionarlo como cómplice del PRI y del labastidismo por no apoyarlo a él, que se considera irremediablemente la única opción opositora real en el país.

 

La conducta de Fox es absolutamente coherente con el estilo de gobierno que han mostrado en los años recientes las corrientes empresariales y de extrema derecha que han ido ganando el control de la estructura panista, de sus candidaturas y de los cargos públicos, ya de gobierno o legislativos.

 

La mentalidad de Fox, y la de su grupo central, es altamente discriminatoria para con los mexicanos promedio, a quienes critican entre otras cosas por su falta de éxito y de "actitud positiva". Más allá del discurso público, en la intimidad suelen pensar esos foxistas que los mexicanos están pobres porque quieren, porque no saben o no desean trabajar, y están convencidos de que el mundo está lleno de oportunidades aprovechables, como las que a ellos les ha permitido ser altos ejecutivos empresariales y formar parte de la élite económica y social.

 

La anemia democrática del país, y su desbordada búsqueda de curaciones milagrosas, de pócimas mágicas, de remedios veloces, ha permitido que el cuerpo político nacional haya sido infectado, sin reacción ni defensa oportunas y proporcionales, por el virus de la extrema derecha empresarial que, jugando al chiste y a las irreverencias, se ha colocado peligrosamente en la antesala presidencial. Tanta necesidad tiene el pueblo mexicano de creer en alguien, de toparse con una esperanza de salvación, que se ha dejado llevar en buena parte por los virajes, los despropósitos, los excesos y los zigzagueos de un producto comercial y publicitario llamado Vicente Fox, que no tiene más propuesta que la exageración y la caricaturización. Todo en el lenguaje foxista se reduce a la lucha entre los malvados priístas y los benditos panistas: resolviendo ese punto crucial, el paraíso llegará por añadidura, empleos, crecimiento económico, prosperidad, Primer Mundo. Entre otros de los cuentos de exageración que circulan por Internet, hay uno, larguísimo, en el que una persona despierta veinte años después de haberse quedado dormida por accidente; es tal el México que encuentra, con tales cambios y tal avance (que desde luego son detallados con fascinación por los promotores foxistas) que pregunta deslumbrado cómo se lograron tantas cosas. La clave proselitista viene al final, cuando quiere pagar el servicio del taxi que le llevó a recorrer la ciudad, y el chofer le dice el costo del viaje en la nueva moneda mexicana: los foxes...

 

La réplica natural a los peligrosos desbordamientos del foxismo, que debería correr a cargo de priístas y perredistas, no ha sido ni suficiente ni convincente. El PRI vive sus peores momentos, con graves divisiones internas y con una élite dirigente insensible y falta de oficio político. Pero, aún peor, el partido tricolor vive en la más absoluta aridez ideológica. Urgido como está de resolver lo inmediato, es decir, de tapar los hoyos en la embarcación por los que diariamente se fugan cuadros medios importantes, y de urdir las maniobras (electorales, mediáticas, financieras) con las que se intentará impedir la derrota anunciada, el PRI ni siquiera se concede la oportunidad de entender lo que está pasando y de intentar respuestas profundas, de corte doctrinal, ideológico, sino que prefiere mantenerse a la defensiva, ideando maniobras publicitarias burdas como la de la ida al mandado de la mano de la esposa. Con toda la carga de desprestigio que tiene, y a pesar de lo difícil que le es decir verdades bíblicas sin que sean tomadas como demagogia y mentira, el PRI podría haber intentado el enfrentamiento del derechismo foxista con ideas y con análisis serio, pero en lugar de ello ha debido seguir aferrado al timón sin control en la tormenta.

 

Ni el PRD ni su Cuauhtémoc están en un lecho de rosas. Cárdenas ha debido pagar caro el haber ganado el gobierno de la capital del país. Su figura disminuyó electoralmente luego de haber salido del barril de ácido que son los problemas de la ciudad de México. El partido del sol azteca, por su parte, sigue sujeto a los vaivenes de los grupos, las corrientes, las tribus. No son exageradas las quejas de quienes creen, incluso, que los principios y el espíritu originales del PRD fueron desplazados políticamente en la elaboración de las recientes listas de candidatos a cargos legislativos, en las que unos cuantos grupos se apropiaron del capital político global de ese partido.

 

A ese panorama adverso habrá que agregar los problemas internos que han impedido desplegar a plenitud la campaña cardenista, y el costo electoral que ha significado el intento original de mantener esa campaña en un punto geométrico más cercano al centro inodoro e incoloro que a la posición de izquierda que ahora ha sido retomada, ya a sabiendas de que la senda del triunfo está virtualmente cancelada para el sol azteca en ese nivel presidencial.

 

Pero ambos partidos, con sus virtudes y sus defectos, forman parte obligada del escenario político nacional. La contienda electoral los incluye necesariamente, y su confrontación civilizada, con el momento culminante de la emisión del voto en las urnas, es la única vía posible para intentar la compostura de esta nación. Sin embargo, Fox, el foxismo, actúa con sentido discriminatorio, burlón, despectivo: a Labastida no lo acusa machaconamente a partir de consideraciones políticas o ideológicas, sino de su condición chaparra. Fox, hijo de español, hombre rico, alto, de botas vaqueras y fortuna económica suficiente para comer y vestir con desahogo, ve hacia abajo a quien tiene menos centímetros que él. El es alto, los demás son chaparros, y si alguien se ofende él asume la actitud del patrón de hacienda confianzudo que juguetea con sus peones. Chaparro, es la acusación, como los güeros vecinos califican de chaparros, gordos, prietos y grasosos a los mexicanos pobres que tratan de cruzar clandestinamente la frontera.

 

Y ahora ha puesto en el paredón de la historia a Cárdenas. Le ha dado de plazo hasta junio para decidir si le hará el juego al sistema, apoyando a Labastida tácitamente al no declinar a favor de Fox, o si se decide a apoyar a la única especie política valiosa que quedará en México después de la explosión nuclear de 2 de julio. Cárdenas, según el arcángel Vicente, sólo tiene esas dos posibilidades: declinar para apoyar a Fox, y entonces recibir como premio las diarias oraciones de las beatas de la iglesia guanajuatense de la Coca Cola y el Fobaproa, o recibir el golpe flamígero que le convierta en enemigo de la democracia, en colaborador del régimen, en priísta embozado...

No son asuntos ni expresiones menores: es el anuncio claro de los tiempos de intolerancia y autoritarismo que esperan a México si gana quien desde ahora se apunta para engrosar la lista de mandatarios latinoamericanos como Bucaram o Fujimori...

 

Astillas: Ayer, de gira por Cintalapa, el presidente Zedillo no tuvo frente a sí hojas de libreta escolar con reclamos por la falta de cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, como le pasó semanas atrás en Comitán, con la estudiante de preparatoria Tania Ocampo. En cambio, fue ahora el propio presidente quien se mostró al ataque, pues en su discurso oficial criticó a quienes han hecho de la defensa de los débiles un pretexto para la violencia, y dijo, sin especificar que se dirigía a los zapatistas, que serían felices si el gobierno federal se convirtiera en represor de indígenas... Pues nada, que el Partido de la Democracia Social no postulará a Eraclio Zepeda como candidato a gobernador de Chiapas (ya para que hasta en el PDS le hagan el feo a don Eraclio). Según Ricardo Aguilar Gordillo, quien preside el comité chiapaneco del partido en el cual la gobernación está a cargo de Gilberto Rincón Gallardo, el candidato a gobernador deberá tener, sobre todo, "honestidad política"...

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