Carlos Montemayor
Globalización y nacionalismo
Varios hechos destacan en la reciente reunión de primavera del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en la ciudad de Washington. Uno, por supuesto, la bien organizada protesta de miles de manifestantes contra las políticas económicas de ambas instituciones, como corolario de las manifestaciones de protesta en Seattle y Davos. Otro, las insólitas declaraciones iniciales del Banco Mundial contenidas en su informe a la asamblea.
Por vez primera, el Banco Mundial asentó en ese informe que no elogia ni condena la globalización ni el nacionalismo, aunque reconoció que ambas tendencias de política económica suscitan fuertes reacciones a favor y en contra. Por vez primera, repito, los miró "como un fenómeno que ninguna agenda del desarrollo debe ignorar". Y fue más allá al afirmar que "la pobreza que afecta grandes sectores del mundo puede abatirse si en el siglo XXI se canalizan de un modo constructivo las fuerzas de la globalización y el nacionalismo".
El Banco Mundial elogió la globalización "por las posibilidades de progreso que ofrece asociado a la transferencia tecnológica". Pero en el mismo informe encomia el nacionalismo porque "ofrece a los pueblos una participación más directa en las decisiones que afectan sus vidas".
Sorprendente postura del Banco Mundial. Sobre todo, porque el único nacionalismo efectivo en el mundo ha sido el de Estados Unidos. Más sorprendente aún sería que el Banco Mundial estuviera refiriéndose a otro. En efecto, Estados Unidos ha sabido extender perfectamente el libre comercio en todos los países del mundo, salvo en el suyo. Ha logrado cancelar casi todos los procesos de nacionalismo económico en el mundo, particularmente en Latinoamérica, pero no dentro de sus fronteras.
El Banco Mundial quizás podría aplaudir la capacidad nacionalista de la administración del presidente Bill Clinton y la gira internacional de trabajo del señor Bill Richardson como el mejor ejemplo del sano equilibrio entre globalización y nacionalismo. Ambos se propusieron impedir que sólo el libre juego de las fuerzas del mercado fijara el precio del petróleo. Convencieron a los secretarios de energía de los países petroleros a aumentar la producción de crudo y así bajaron los precios del petróleo. Y los bajaron, en principio, para beneficiar a la economía mundial. Lo sorprendente es que la economía mundial fue entendida en este caso concreto como la economía estadunidense, no la economía de los países pobres ni de los países petroleros.
Ejemplos suficientes del nacionalismo estadunidense los vemos en el freno al atún mexicano que no puede utilizar un rótulo de protección al delfín, restricción equivalente a un nuevo embargo. Un buen ejemplo de la sugerencia del Banco Mundial es la imposición del nacionalismo estadunidense sobre nuestras dóciles autoridades de comercio: aceptar las causas nacionalistas de Estados Unidos a costa de nuestra economía regional es común día con día en la desigual importación de la carne, la fructosa, los cítricos, la manzana, la leche o los transportes. La Secretaría de Comercio, con nulo sentido crítico y con nulo sentido de la soberanía y la economía mexicanas, acoge dócilmente estos principios del nacionalismo económico estadunidense y lo confunde con la acelerada modernización de México. La recomendación del Banco Mundial se sigue tomando aquí, por desgracia y por ineptitud, al pie de la letra.