MARTES 18 DE ABRIL DE 2000

Ť Montaje de Rimas Tuminas en el Festival Iberoamericano de Teatro


Mascarada, escenificación que por su sencillez conquistó al público

Ť Obra basada en un poema romántico del siglo XIX, con el Lithuanian National Drama Theatre

Ť Mi creación parte de la violencia y la oscuridad que existen en Europa del Este, dice el director

Renato Ravelo, enviado, Santafé de Bogotá, 17 de abril Ť Como un aroma casi olvidado, con la mejor tradición del que era conocido genéricamente como teatro de la Unión Soviética, con magias sencillas en el escenario que no sorprenden a los ávidos técnicos de las nuevas expresiones, pero que conquistaron al público, se presentó Mascarada, de Lituania, obra basada en un poema romántico del siglo XIX, en el contexto del Festival Iberoamericano de Teatro.

Mikhail Lermontov, escritor ruso muerto a los 26 años en un duelo, hizo un poema con príncipes, apostadores, servidores e intrigantes, en el que la historia amorosa transcurre como una sinfonía.

O al menos así la hace creer el director Rimas Tuminas, quien en su montaje con el Lithuanian National Drama Theatre, utiliza como uno de los elementos dramáticos fragmentos de la obra de Aram Khatchaturian, compositor que como Shostakovich se tuvo que enfrentar a un Estado totalitario en el que era necesario mucho talento para poner arte frente a la disciplina del régimen.

Mascarada1 Cae nieve en San Petersburgo, a unos pasos del río Moyka. Mientras un hombre sencillo, casi un clown, recorre con su escoba el escenario, los nobles se preparan para emprender un juego de cartas.

Uno de ellos, Arbenin (Arvydas Dapsys) destaca sobre todos los demás por su frialdad, por la certeza que años de haber practicado el juego le otorgan. Los movimientos en escena sugieren una farsa: corren para un lado todos juntos, como si formaran un solo cuerpo, miran hacia el escenario con caras de circunstancia.

En la obra siempre será crepúsculo. Delante del escenario, unas sillas ofrecen el pretexto para los interiores y como un refuerzo de la atención para los momentos en que el relato, por lo demás muy sencillo, corre el riesgo de monotonizarse una especie de tanque, desde el cual lo mismo sale un pez enorme de madera, que uno de los nobles muerto y vuelto tieso casi en el mismo instante.

Es decir, todos los recursos escénicos para contar una historia que parece simple (y no es lo mismo que sencilla) cuando el príncipe Zvezditch (Vytautas Sapranauskas) viene abatido de una pérdida de juego, se encuentra con Arbenin, quien juega por él para que gane; una Mascarada se realiza y ufano llega el príncipe a presumir como trofeo de guerra un brazalete que al parecer es de la joven esposa de Arbenin (Nina), interpretada por Adrija Cepaite.

Comenta el director: ''Mi creación de Mascarada parte de esa rabia que nos rodea; mucha violencia, mucha oscuridad en la vida de Europa del Este, y en la escena. En todo el siglo XX no hubo lugar para el romanticismo. Es un error.

''Espero que un sentimiento como la dicha llegue a ser más profundo que el dolor del corazón. Este dolor es como el camino hacia la muerte. En cambio, la felicidad puede conducirnos a través del tiempo por siempre."

El dolor es un estado épico

No obstante que la historia de Mascarada es dura, este afán por suavizarla al contarla con los más diversos recursos que mantienen al público en constantes estallidos de risa, pareciera ser en la práctica lo que el director piensa.

El dolor es visto, con esa fuerza del acompañamiento de Khatchaturian, como un estado más bien épico. El cuadro de Arbenin solo en el escenario, con los acordes fuertes como única compañía, y la nieve más intensa que lo invade, como en un símbolo de la fatalidad, del destino que se voltea en la medianía de la edad, cuando al parecer ya se estaba del otro lado de la historia personal.

Y ese cuadro, no muy difícil de imaginar, convive con esa otra faceta de la representación, la amable, la poética y la cómica.

Como plantea Tuminas, que con Mascarada ganó el derecho a ser considerada la mejor obra hecha en Rusia hace dos años, uno encuentra de una manera extraña cierta sonrisa conmovida en los rostros, cuando termina de contar a su manera la historia de la tragedia romántica de una infidelidad que nunca ocurrió.