Ť Adiós humanidad Ť
Ť Bárbara Jacobs Ť
En estos días empieza a circular en librerías Adiós humanidad, novela de Bárbara Jacobs. Con la autorización de editorial Alfaguara, ofrecemos a nuestros lectores un adelanto de este bello libro.
Capítulo uno
En su más simple expresión
Érase una vez una familia.
Tra la la la la. Érase una vez una familia bella. El Papá, la Mamá, los dos hijos pequeños. Un Cuchillo, una Cuchara de sopa y de plata. No había Tenedor. O, Ƒquién era el Tenedor? En orden, a los lados del Bien y del Mal, un vaso desbordado, manteles blancos sin remiendos salvo en una esquina. En otra, en el centro, la tranquilidad. Érase una vez una familia. De estación en estación, la familia cantaba, murmuraba, soñaba Tra la la la la. Un buen día, detrás del piano apareció un montoncito de trozos de porcelana, de plato hecho pedazos. Tra.
Érase una vez
que fui yo. Érase que fui el modelo de El grito. Érase un niño que mojó la punta del lápiz y llenó una Solicitud. No eras niño. Érase que la Solicitud se le desbordó. Porque era joven. Érase que fui joven una vez. Érase que cuando fui, fui niño y fui joven. Érase que fue El hombre que vio demasiado. Érase. Érase. Érase que escribió un Diario. No; escribió una autobiografía. Érase que dio un grito pronunciado griiii-to por la ventana abierta, una i sostenida en el río con la boca abierta. Érase que escribí mi vida. Érase que no sabía lo que estaba haciendo. Érase que soñé. Los sueños se desbordaron. Érase que amé. Érase que una vez fui.
Para no presentar la realidad tal cual
entré por la ventana al estudio del psicoanalista que se acababa de suicidar y abrí la puerta a su sobrino para que fuera él quien encontrara sobre el escritorio este manuscrito y lo leyera.
Quería (ƑQuién?), quería que dejara establecido que no se trataba de un expediente más sino de otra cosa. Se fue a caminar durante horas bajo la lluvia, entre la neblina. Pensó que habría que cambiar los nombres, porque a él no le constaba que fueran ficticios. Pero temió que los que diera a los personajes resultaran los que les correspondían en la realidad. Me costó lograr que entendiera que lo que había leído no era más que su propia vida, reservada por el tío para que no la conociera a menos que llegara la oportunidad.
En estas páginas aparecía, ya al final, como una niña, hija del hermano del protagonista y de una modelo con la que su papá no se había casado y que se llamaba igual que su mamá (ƑDe quién?). O el que yo veía era mujer. O era hombre y aparecía como hombre. ƑQuién era? ƑPor qué me persigue?
No importa. Sí, que venía a ser el único o el último representante de la quinta generación cuando todo esto se acabó; los restantes nos mudamos de país, y empezamos a partir de lo ganado y de lo perdido, sólo que en otros idiomas.
Pero entonces, a riesgo de torcer su propio destino, vimos entrar a la vagabunda, que deambula contenta por grandes ciudades, cargada de faldas y de bolsas, y que, de tanto en tanto, duerme en la esquina de dos calles elegantes de las capitales del Primer Mundo, para estropearlas un poco y ser por lo tanto más feliz.
Vende incienso. Si se enoja, grita improperios en arameo.
Partí diciendo que en mi última visita a Madrid no había visto las cobijas de Louella en las calles de Velázquez y Goya, y que entonces había hecho una averiguación en los bares cercanos para ver qué me podían informar.
Desde Velázquez y López de Hoyos, una esquina ya mucho más al norte, un vagabundo más alto que ella, flaco, de nombre Peter, bajaba a visitarla a veces, se aco-modaban en una banca sobre la acera, de espaldas a la avenida, y conversaban en holandés.
Desaparecen, reaparecen. Desprovistos de teorías, con los disfraces enredados en los tobillos, sin instrumentos, vimos que no contábamos sino con estas páginas escritas a lápiz, algunas por ambas caras, otras con anexos, que empezaban a borrarse.
ƑPasamos? No es hora de retar ningún principio ni de arriesgar ningún otro. Si no te das prisa, el barco zarpa sin ti.
Glosario
Momentum es impulso o ímpetu. En mecánica, cantidad de movimiento. No hay tiempo o hay todo el tiempo. La hora ha llegado.
Empezaba a ar-
mar estas páginas cuando se topó con la frase de Flaubert que proponía escribir con la espada desenvainada o no escribir, intención o actitud que le pareció una especie de segunda naturaleza que podía haber incorporado a la suya. En otra lectura se detuvo en una reflexión de Aben Hazam que reflejaba la razón de ser y de no ser y de dejar de ser precisamente de sus personajes, pero no quiso entresacar las citas ni encabezar con ellas el manuscrito; pensó que en cualquier caso ya formaban parte de él y de su trabajo, y que entonces para qué inscribirlas, cuando además había perdido las fuentes originales. O nunca las había tenido.
Así dejó pasar la ocasión de orientar o de advertir, bueno, inclusive de aconsejar. Estuvo caminando de arriba abajo por su estudio a la orilla del mar (ƑUn estudio a la orilla del mar? ƑHay una mesa con papeles encima, estantes en donde él se encuentra y que tú llamas estudio?). Se tendió en el diván (Ah, bien.), leyó, sí, pero sobre todo se miró las uñas, tarareó, luego hizo trizas las hojas con los epígrafes pasados en limpio y vueltos a pasar en lim-pio, y arrojó el montón o lo dejó caer en la papelera de mimbre tejido.
Sin duda, cosas que lo pintarían como cobarde. Todo apuntaba a que lo era, y lo que faltaba lo señalaría más todavía, lo era, lo había sido. Lo único por lo que luchó en cada momento y hasta el final fue por el té que tomaba, la calidad, la temperatura. Tomarlo sin interrupciones o no tomarlo más.
(Qué manera de empezar.) O de terminar.
Lo buscaba en una ciudad desconocida,
en un desierto con una que otra casa dispersa. Había viento y calor; por alguna razón no recuerdo haber visto nubes. Era el amanecer o el anochecer. Un beduino me señalaba un edificio bajo, color arena, hecho de bloques de rectángulos conectados por puentes unos con otros en un orden irrastreable. Cool Charlie estaba acostado en una especie de catre grande, cubierto con una cobija a cuadros grises y azules, de lana, a la entrada de uno de los departamentos en un segundo piso. Dormía, pero al percibir que alguien se acercaba a él, abría los ojos, bostezaba, me miraba. Sin sonreír ni hablar, se levantaba de la cama y me hacía un gesto con la cabeza para que lo siguiera. Caminaba delante de mí. Nos adentrábamos hacia el resto de la casa, que era amplia y luminosa y que se encontraba prácticamente vacía, no obstante lo cual era cálida. Pasado el vestíbulo, Cool Charlie giraba a la derecha. Atravesábamos una especie de estudio, en el que había un escritorio y, al lado, un excusado. Intenté comentar a Cool Charlie la incongruencia, pero él hizo un ademán con la mano en el sentido de que no me detuviera en tonterías y lo siguiera. Cruzamos un vestidor sin ropa. Al fondo había una puerta cerrada, de vidrio opaco y marco de madera. Cool Charlie la abrió. Vi la oscuridad. Entró. Lo seguí.
Si una estrella de cuatro picos,
anoto, sin saber casi lo que hago, es un fenómeno que implica una advertencia solemne, qué gravedad no contendrá una del doble, es decir, de ocho. Traduzco y si puedo comento. Qué gravedad no contendrá una del doble, es decir, de ocho. Podría titular mi cuaderno La vida inesperada de Cool Charlie. Un laberinto, muros de piedra pintada de azul oscuro. Me gusta la palabra gravedad.