Se exhibió en el Zócalo Buena Vista Social Club, de Wenders


El cine más grande de México

César Güemes * A veces la noche coincide con el cansancio o con la mitad de un trabajo o con una esquina de la soledad. Otras, con lo opuesto, con la fiesta que suspende el tiempo. Como este domingo en el Zócalo, por ejemplo, cuando a las 20:20 en el reloj de Catedral, en esa carretera recta y larga que era la noche, apareció un rectángulo de luz y sonaron los primeros acordes de la banda sonora que es buena parte de la cinta Buena Vista Social Club, de Wim Wenders.

No habría modo, en principio, de comenzar tarde la esperada proyección pública de la cinta, propuesta para las 20 horas en punto por el gobierno de la ciudad. Pero al Sol, por proyeccion-social-clu-jpg fortuna, no le hace falta palabra de honor y su resolana sirvió al menos para que quienes llegaron en punto consiguieran hacerse de un lugarcito en la plaza. Porque al cuarto para las siete de la noche, mientras allá arriba comienza a percibirse la luz interna de los campanarios, acá abajo es evidente que la expectativa de los anfitriones quedó superada con creces: las personas de a pie, que se multiplican exponencialmente, se ven atrapadas en el embotellamiento que provoca la necesidad de ver, con todos, a los maestros cubanos en la pantalla. Hasta aquí la convocatoria ya había sido un logro redondo: el cine más amplio del país está al doble de su capacidad, que ya es decir.

La defeña asistencia, aunque multitudinaria, hace valer sin muchos trámites el derecho de apartado y reivindica la posibilidad de consumir alimentos y bebidas, de fumarse un cigarro en plena "sala" o marcar el ritmo con hombros y caderas sin que, dijeran los más antiguos en esto, nadie se llame a ofensa. La espera, pues, es musical: a través de las bocinas que ya auguran un buen sonido para la cinta se escucharán a lo largo de un considerable lapso piezas alusivas a la película.

Pero, como sea, es espera. Ante la Luna llena, con el cielo despejado y vientos ligeros de este a oeste, la presencia de al menos 5 mil personas obliga a que las filas de sillas se recorran, nada más tantito, cosa de dos metros, para que los de a pie dejen reposar el cuerpo directamente sobre el piso. De poco sirve gritarle sus verdades al proyeccionista, la luz solar no cede. Y entonces Alejandro Aura, canchero, toma el micrófono para solicitar un poco de paciencia ante las condiciones climatológicas. De paso, consigue a medias que algunos parados accedan a sentarse. Se relaja el ánimo y de esa manera da comienzo, formalmente, una emisión más del ciclo Zócalo de Estreno, que, dice el titular del Instituto de Cultura de la Ciudad de México, es uno de los modos de redistribuir los bienes en la urbe.

La jefa de Gobierno se encuentra entre nosotros, anuncia Aura, ante lo cual Rosario Robles, en una de las filas de adelante, se levanta, sonríe franca y recibe un cálido y prolongado aplauso. Otro tanto ocurre cuando se menciona al embajador cubano, Mario Rodríguez, a dos de sus funcionarios y al productor discográfico Eduardo Llerenas.

El Sol se apresura, pero no mucho. Aura alcanza a informar que se perdió la niña Gaby Puebla, que por favor se dirija hacia el área de las estatuas. La jefa de Gobierno se interesa de inmediato por el caso y pregunta, aunque sin micrófono, de qué edad es. Ahorita la encontramos, dice Aura, palabras más, palabras menos, a fin de tranquilizar a los familiares de la menor y apoyar la búsqueda. Lo que era espacio de la protesta, continúa Aura a las 20:19, se ha convertido en un área para la creatividad y la convivencia.

Y entonces sí dejan de volar los cometas, cesan de bailar los concheros, se apaciguan los inquietos repartidores de volantes de las causas más disímiles. Entonces sí, de la mano generosa de Ry Cooder y ante la mirada de Wenders, toman posesión del Zócalo capitalino Compay Segundo, Omara Portuondo, Ibrahim Ferrer, Rubén González, Eliades Ochoa y músicos que los acompañan.

El silencio de 5 mil personas se convierte en dulce acompañamiento de las melodías que conforman las cinta. Suena el mar fuerte de La Habana en la pantalla y llena con facilidad la Plaza de la Constitución.

Y se escucha Buena Vista Social Club a a todo vapor, un recuerdo vuelto realidad actuante por unos personajes que, si sumáramos sus edades, completaríamos poco más de cinco siglos.

Cooder, Wenders, los entrañables maestros cubanos y los 5 mil que estuvieron presentes lo saben: mientras haya cine, hay esperanza.