La Jornada lunes 17 de abril de 2000

León Bendesky
Banco de México y la inflación

La inflación es un tema recurrente en la discusión sobre la economía nacional. En los periodos en que el aumento de los precios es muy rápido se provoca incertidumbre por la volatilidad de las tasas de interés y del tipo de cambio. Cuando se reduce el ritmo de crecimiento de los precios, la misma estabilidad va provocando una presión que tiende, también, a generar incertidumbre, en este caso asociada con la capacidad de sostenerla.

En general, la experiencia reciente de la economía mexicana asocia el control de la inflación con el manejo del tipo de cambio. Cuando era fijo, por ejemplo, en la segunda mitad del sexenio salinista, servía de control ya que abarataba las importaciones y junto con la apertura comercial forzaba los precios hacia abajo. La estabilidad provocó desequilibrios financieros, tanto por el lado de la expansión del crédito interno como por el lado del déficit comercial y se terminó en el episodio de la fuerte crisis de 1995. Después de esa crisis se descubrió que lo que antes era virtud ahora es pecado y se estableció un régimen cambiario flexible, que sirve para casi todo: no sólo se puede bajar la inflación y con ello las tasas de interés, sino que incluso el propio peso vale más frente al dólar.

Ahora, en medio de la estabilidad de precios resurge la preocupación sobre la política monetaria que favorece la apreciación del peso y, otra vez, abarata las importaciones. Es más, esa misma estabilidad no sólo vuelve a crear un debate en torno al efecto de un dólar barato (es decir, de un peso sobrevaluado), sino que hasta hay algunos argumentos que apuntan hacia un sobrecalentamiento de la economía, que significaría que la demanda crece más aprisa que la disponibilidad de productos. Todo esto ocurriría en una economía en la que el crecimiento está concentrado en las actividades exportadoras y, entonces, al parecer, la producción interna no responde de modo flexible al aumento de la demanda, o bien, no hay suficientes pesos para importar al ritmo necesario.

El Banco de México hace su trabajo controlando la cantidad de dinero (y de crédito) que hay en la economía con el fin de bajar la inflación. No parece haber un análisis suficientemente amplio acerca de cómo se forman los diferentes precios en la economía y se usa la apertura y la flexibilidad del tipo de cambio para reducir la inflación. El banco central sostiene que no interviene en el mercado cambiario y que en caso de que el mercado (que parece un ente abstracto) lo exija dejará que se ajuste el precio del dólar cuanto sea necesario. Pero es más fácil sostener esa vocación liberal de la autoridad monetaria cuando hay recursos suficientes para apuntalar un peso fuerte que cuando éste tienda a depreciarse de manera tal que ponga en entredicho la metas fijadas para la inflación y que, además, el Banco de México tiene que cumplir por mandato constitucional.

En virtud de estas cuestiones es muy llamativo que el gobernador Ortiz sostenga que para el año 2003 la economía mexicana podría estar operando con niveles de inflación de 3 por ciento anual, similar al que puede esperarse para la economía de Estados Unidos. Esta idea, por cierto, es repetida por el candidato priísta Labastida en toda ocasión en la que se refiere a su proyecto económico. Como el Banco de México no ofrece ningún diagnóstico teórico o algún análisis empírico sobre la formación de los precios y el impacto que provoca la disparidad de nuestra economía con la que administra el señor Greenspan, debemos suponer que no le interesan las restricciones de tipo estructural, que hacen casi imposible que esta economía funcione de modo sostenido con una inflación tan baja como 3 por ciento anual. Debemos suponer, también, y por la misma razón, que hay algo en lo que se pueda sustentar esa osada oferta, pero que no se hace explícito, y eso puede ser la dolarización.

Puesto que el sector exportador es por mucho el más dinámico de la economía mexicana, puesto que es el mismo que realiza la mayor parte de las importaciones, y puesto que está controlado por empresas que operan en ambos países, es razonable pensar que se quiera eliminar el riesgo cambiario que generaría tarde o temprano nuestra rígida estructura productiva.

Así, adoptar alguna especie de unión monetaria sería muy benéfico para ese sector y aseguraría una mayor estabilidad en su propia dinámica sin que ello significara una reducción de su rentabilidad. Sería mejor que en aras de ser consecuentes con la política de transparencia con la que se ha comprometido el banco central como institución y que expresa repetidamente el gobernador Ortiz, se hiciera explícita la manera en que se pretende alcanzar una meta de inflación como la señalada y qué efectos tendría sobre la economía en su conjunto. Eso sería cuando menos más elegante que la imposición de las políticas, como ocurre en el caso del petróleo o la electricidad.