La Jornada sábado 15 de abril de 2000

Sergio Rodríguez Lascano
Jesús Piedra Ibarra

Hace 25 años, el 18 de abril de 1975, Jesús Piedra Ibarra, un joven estudiante de medicina, fue detenido en las calles de Monterrey, para ser torturado y enviado posteriormente, y de una manera totalmente ilegal, al Campo Militar número 1.

Desde ese día, su madre Rosario Ibarra, su padre (hoy muerto) y sus hermanos comenzaron una lucha que ha dejado una huella imborrable en México. En la búsqueda de su hijo, Rosario logró generar una conciencia nacional sobre la importancia de la defensa de los derechos humanos y, en especial, de la lucha en contra de la más terrible práctica que se pueda hacer en agravio de un ser humano y de sus familiares: la desaparición.

Esta práctica ha sido considerada como crimen de lesa humanidad por la Organización de las Naciones Unidas, más aún: el gobierno mexicano es uno de los firmantes de esa definición. Sin embargo, esa práctica fue y sigue siendo llevada a cabo por este régimen político que ante la menor insubordinación ciudadana amenaza con la utilización de "toda la fuerza del Estado".

El estado de derecho no implica únicamente un buen número de leyes, sino también, y sobre todo, que esas leyes sean producto de un pacto social estable entre el poder y los ciudadanos. La detención-desaparición representa una forma extrema que revela la ausencia del estado de derecho en México, cuestión que no se puede resolver, como han pretendido algunas personas, con el olvido y el pago de una indemnización para los familiares. ƑCuánto cuesta un hijo, una esposa, una madre?

El Estado mexicano, representado por el gobierno del PRI, ejerció una acción terrorista en contra de cientos de ciudadanos, los cuales fueron detenidos y nunca presentados frente al Poder Judicial para ser juzgados. En el caso de la desaparición de Jesús, esa acción de terrorismo de Estado tiene responsables de carne y hueso, entre otros: Luis Echeverría Alvarez (el "compañero presidente"), Fernando Gutiérrez Barrios (hoy candidato del PRI al Senado de la República --Ƒpago a servicios prestados?--), Mario Moya Palencia (actualmente encargado de buscar engañar al pueblo italiano), el capitán Luis de la Barreda (padre del actual presidente de la Comisión de Derechos Humanos del DF; no estaría mal comenzar por su propia casa).

Recientemente, muchos nos hemos llenado de alegría al saber que es muy probable que el gran poeta Juan Gelman haya encontrado a su nieta después de años de búsqueda. Ese y otros ejemplos representan demostraciones evidentes de que la ciudadanía debe ser entendida como soberanía, como titularidad de un poder constituyente de alguien que define las normas y las leyes y que no está a expensas del poder. Pues bien, la odisea de Gelman y la de muchos familiares de detenidos-desaparecidos representa una demostración de que es fundamental no olvidar.

Jesús no ha estado físicamente con nosotros en estos últimos 25 años. No pudo ver cómo muchos de sus compañeros son ahora destacados dirigentes del partido más numeroso de izquierda; no pudo percatarse de cómo ahora ese partido está postulando a un torturador como senador de Sinaloa; no pudo enterarse de cómo una familiar de uno de sus compañeros presos es ahora presidenta del PRI.

Tampoco pudo ver cómo su madre se ha convertido en una centinela de la defensa de los derechos humanos y cómo ha logrado --según diría un viejo revolucionario ruso-- hacer de la ética política una estética. No pudo presenciar cómo en la alborada de 1994 un ejército revolucionario de indígenas tomó las principales ciudades del estado de Chiapas ni cómo los niños de un poblado emblemático de la selva de Lacandona, La Realidad, asisten a una escuela rebelde llamada: Jesús Piedra Ibarra.

No olvidar a Jesús representa la posibilidad de que la memoria le dé sentido a la historia. Vivo se lo llevaron, vivo lo queremos.