SABADO 15 DE ABRIL DE 2000

Ť Ponencia de Sánchez Vázquez en el Ateneo


Con el franquismo, el exilio español devino transtierro

Ť Durante los primeros años sólo se vivió como destierro, dijo

Angel Vargas Ť Sólo un largo y complejo proceso supeditado al tiempo y los acontecimientos pudo determinar que los españoles exiliados en México, tras el triunfo del franquismo, asumieran su condición como un transtierro y no un destierro.

Tal fue la conclusión de Adolfo Sánchez Vázquez en su conferencia El exilio de 1939: del destierro al transtierro, dictada anteanoche en el Ateneo Español de México, en la víspera del 69 aniversario de la Segunda República española:

''Durante los primeros años, sobre todo, el exilio sólo existió y se vivió como destierro. Pero, el exilio duró casi 40 años, tiempo más que suficiente no sólo para enterrar a casi todos los exiliados, sino también para acabar, en los que sobrevivían, con la perspectiva siempre anhelada de la vuelta. La posibilidad real de volver llegaba demasiado tarde. Con el tiempo, el desarraigo había dejado paso a nuevas raíces, a la integración del exiliado en la tierra que le acogió, compartiendo en ella las alegrías y los sufrimientos de su pueblo, sin renunciar por ello a los ideales por los que un día se vio arrojado al exilio. El destierro se convierte, sin dejar de ser totalmente tal, en transtierro".

Tras puntualizar algunos de los rasgos distintivos del exilio español en tierras mexicanas -entre ellos su carácter masivo y plural, así como su larga duración de 36 años-, el reconocido filósofo y catedrático universitario explicó que la condición de exiliado supone una doble relación: con la patria de la que éste se ve arrojado y con la tierra que lo acoge. Cada uno de ambos nexos, prosiguió, se vivirá o se interpretará de distinta manera, según que el exilio se conciba como destierro o transtierro.

Sánchez Vázquez recordó cómo a los pocos años de iniciada la emigración, entre 1942 y 1943, el filósofo José Gaos hizo constar que la naturaleza del exilio español en Hispanoamérica no era la propia del destierro y de allí que éste acuñara el término transterrado para expresar la peculiaridad de aquel acontecimiento.

'''Transtierro' significa para Gaos integración del exiliado en su nueva tierra o 'patria de destino', pero no como resultado de un largo y contradictorio proceso, sino 'desde el primer momento'. De acuerdo con esta concepción, el transterrado no se siente extraño en su nueva tierra, sino arraigado en ella", dijo.

Más que el presente, se valora el pasado

Esta concepción gaosiana puede objetarse, subrayó el pensador, pues respondió a una visión ideal o idealizada de la América hispana ajena a su historia y a su realidad, además de que no correspondía al modo efectivo de sentirse de los exiliados, los que se asumían más como desterrados que transterrados; esto es sobre todo muy evidente en el trabajo de los poetas.

Abundó: ''Vivir el exilio como destierro significa no sólo verse forzado a abandonar la patria, sino también sentirse sin raíz ni centro en la tierra que le acoge. Por ello, lo que el desterrado valora no es lo hallado, sino lo perdido; no el presente, sino el pasado que vivió y que ahora reaparece en sus sueños hecho futuro".

Esto incide en su comportamiento, ya que su patria ''perdida, idealizada, se hace presente y determina su modo de sentirse español, muy español, tanto dentro de la tierra que le acoge y con respecto de ella, como fuera de la tierra de la que ha sido arrojado y con relación a ésta". De allí el exaltado nacionalismo del exiliado español, apuntó.

De la relación del desterrado con ''la España realmente existente", el autor de Las ideas estéticas de Marx indicó que estuvo determinada durante largo tiempo por una visión estática, en la que el exiliado no consideró los cambios económicos, político-sociales y culturales en la tierra madre.

Pero, señaló, ''esa actitud, mentalidad y sensibilidad, a la vez va a cambiar a medida que, con el tiempo, la muerte va adelgazando las filas de los exiliados. Lo que cambia, en definitiva, es el modo de sentirse español, por un lado, ante la tierra a la que se va integrando al echar en ella nuevas raíces y, por otro, ante la España efectiva en la que dejó sus viejas raíces".

Esos cambios quedaron determinados cuando la España franquista ingresó a las Naciones Unidas, pues con ello se disiparon las esperanzas de un retorno pronto y digno. Explicó: ''A partir de este momento crucial, los exiliados desencantandos se instalan en el presente y abren sus ojos a la tierra que pisan. La política -sobre todo la que sólo miraba hacia el exterior- pierde toda credibilidad. Un sector numeroso del exilio la abandona; otro, desilusionado, se repliega en su vida cotidiana mexicana.

''Y en cuanto a la actitud ante la cultura que se hace en España, lo que se descubre y se sabe de ella, lleva al reconocimiento -no sin resistencias- de que la cultura ya no está sólo en el exilio. Depués de largos años de desconocimiento, se reconoce que una nueva generación, alzándose en el erial de las condiciones más adversas, releva a la del exilio. León Felipe, el mismo que había proclamado que España se había quedado sin canción -es decir, sin poesía-, se retracta ahora, en 1956 (...) Y de acuerdo con este reconocimiento, en el exilio, se hacen esfuerzos, especialmente por la Unión de Intelectuales Españoles en México, para estrechar sus lazos con los intelectuales del interior, se propagan sus voces críticas y sus denuncias y se divulga la obra que hacen contra viento y marea".

Sánchez Vázquez recalcó que el reconocimiento mutuo entre intelectuales exiliados y del interior llegó, ''aunque el del exiliado, por parte del Estado Español, ha sido más bien, hasta ahora, materia del olvido".