VIERNES 14 DE ABRIL DE 2000
* Leonardo García Tsao *
La danza de los viejitos
Ni el admirador más incondicional de Wim Wenders podría afirmar que los 90 fue una década propicia para su filmografía. El estancamiento expresivo del cineasta alemán se hizo evidente en una serie de obras presuntuosas y al mismo tiempo desorientadas, con sólo algunas instancias --en El final de la violencia, sobre todo-- evocadoras de sus buenos tiempos.
Quizá su afición por la música le sirva --como ha ocurrido con Carlos Saura, otro realizador atorado en su temática-- para cargar las pilas. Por lo pronto, Buena Vista Social Club es un muy disfrutable documental, aunque sus elementos de disfrute no dependan necesariamente de la inspiración de Win Wenders.
Como se sabe, el músico estadounidense Ry Cooder, colaborador constante de Wenders, fue el encargado de localizar a excelentes soneros cubanos, olvidados por décadas, y reunirlos bajo el nombre de Buena Vista Social Club en honor de un desaparecido salón de baile. Después de producir el popular cd epónimo, Cooder volvió a La Habana en 1998 para grabar otro disco con el cantante Ibrahim Ferrer; pero esta vez venía acompañado por el director y un reducido equipo, con el fin de hacer un documental sobre esa virtuosa banda, que incluyera sus exitosas presentaciones en Amsterdam y Nueva York.
El propio Wenders ha afirmado que Buena Vista Social Club es su primer documental (sus anteriores trabajos fuera de la ficción los califica como "diarios personales"), y por ello se mantiene al margen de las acciones. Su estrategia es simple: presentar entrevistas con los diferentes músicos intercaladas con sus interpretaciones, ya sea en concierto o en el estudio. Aunque las preferencias musicales de Wenders van por el lado del rock --no queremos imaginarlo intentando bailar un guaguancó, digamos-- su mirada intuitiva de cineasta le permite captar lo importante.
En atención a la brevedad, Wenders corta en ocasiones un número en un momento particularmente prendido; o quizá le presta demasiada importancia a su cuate Cooder, enfocándolo de manera constante como el padrino benévolo del asunto; y parecen excesivas las vueltas de la cámara de Jörg Widmer alrededor de los entrevistados. Pero son objeciones menores. La película funciona como un afectuoso tributo a hombres (y una mujer) que han dedicado su vida a la música por puro gusto. Y es admirable la sencillez de estos entrañables viejos para hablar de sí mismos y de su arte. No obstante su avanzada edad, hay en ellos una vivacidad --nomás vean a Compay Segundo, un jovenazo de 90 años-- que sólo puede explicarse por el efecto vigorizante de su música.
Además de las escenas en Amsterdam, un concierto filmado por la cámara experta de Robby Müller (que captura momentos íntimos como cuando Ferrer limpia las lágrimas del rostro conmovido de Omara Portuondo), son un gran acierto las tomas de la vida cotidiana de La Habana. La fotografía en video digital está sobrexpuesta, produciendo una curiosa saturación de los colores que expresa una suerte de nostalgia con imágenes del presente. Son como postales posmodernas de un mundo que el tiempo olvidó.
A pesar del contraste entre los paisajes de La Habana y Nueva York, Wenders no busca ningún significado político (aunque no puede resistir el detalle irónico que un par de viejos cubanos no puedan identificar una efigie de Kennedy). La única tesis de Buena Vista Social Club es que una música tan sabrosa y vital como esta, trasciende las diferencias culturales e ideológicas, trasciende el tiempo mismo.
Buena Vista Social Club
D: Wim Wenders/ F. en C: Jörg Widmer (La Habana), Robby Müller (Amsterdam), Lisa Rinzler (Nueva York)/ M: Canciones varias/ Ed: Brian Johnson/ I: Compay Segundo, Eliades Ochoa, Ry Cooder, Joachim Cooder, Ibrahim Ferrer, Omara Portuondo/ P: Road Movies Produktion, Kintop Pictures. Alemania-EU, 1998.