VIERNES 14 DE ABRIL DE 2000
ƑCuba, USA?
* Jorge Camil *
Para quien vuelve a Miami como yo, después de doce años de ausencia, la ciudad está irreconocible. Es un paraíso caribeño incrustado en territorio de Estados Unidos. Las calles, autopistas y rascacielos están construidos a la usanza estadunidense y con tecnología de punta. El sabor, sin embargo, ese factor intangible que le imprimen a cualquier sitio la música, la comida y las costumbres de los hombres y las mujeres que lo habitan, es inconfundiblemente cubano. Aquí, el visitante se encuentra con una comunidad vibrante y trabajadora que ha reclamado un lugar preponderante en su patria de adopción, con el mismo tesón con el que rescató del mar esos islotes separados de la bahía donde hoy se levantan mansiones espectaculares, apenas conectadas con tierra firme por puentes suspendidos en el aire o caminos que parecen flotar a ras de las olas.
Las suculentas tortas cubanas son preferidas a las hamburguesas, y los aromáticos rones del Caribe calman la sed de gargantas que en otras ciudades estadunidenses se tendrían que conformar con las insípidas cervezas tipo light. En muchas oficinas públicas y privadas se ofrece a los invitados pequeños sorbos del fuerte y azucarado café cubano, servido en dedales de papel encerado made in USA. Es natural que, después de algunas horas, el visitante espere encontrar en cualquier momento los letreros de english spoken, porque los más prominentes políticos, empresarios, cirujanos y abogados, casi todos de ascendencia cubana, hablan perfectamente el español. Todos respetan los usos y costumbres laborales del pueblo estadunidense, pero después de las obligaciones cotidianas constituyen una sólida congregación latina, unida por fuertes lazos familiares y sociales traídos por "los viejos" desde Cuba como cordones umbilicales que continúan uniéndolos a las tradiciones y añoranzas de la famosa isla del Caribe.
El amor a la familia y el apego a las tradiciones no son, desafortunadamente, los únicos factores que unen a esta pujante comunidad convertida en la puerta de la latinidad hacia Estados Unidos y el mundo. Más allá de la salsa y Gloria Estefan y Rubén González y el Buenavista Club se esconde en cada exiliado (y a veces en los hijos y nietos de los exiliados) un demonio personal que cada quien maneja como puede: el dolor del exilio. Un dolor que ha dividido injustamente a los cubanos, a pesar de una misma manera de hablar y de ser, en comunistas y gusanos, ricos y pobres, isleños y continentales.
Hace varios meses Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, puso el dedo en la llaga con palabras que resultaron una premonición. Se preguntó en una entrevista concedida a CNN: "Ƒqué Miami ha dejado de ser parte de Estados Unidos? ƑEs acaso un país independiente?". Sus palabras mostraban frustración por el desacato de la comunidad cubana en Miami a la procuradora de Justicia de Estados Unidos en el asunto de Elián González. Hoy, cuando una veintena de alcaldes del condado desafió a Bill Clinton en los medios de comunicación, y lo amenazó con responsabilizarlo "de lo que pudiese ocurrir" entre los marshalls federales y la muralla humana alrededor de Elián, las preguntas de Ricardo Alarcón adquieren una mayor relevancia.
El balserito cubano se convirtió en un anacrónico símbolo de la guerra fría: un peón en el empolvado ajedrez del capitalismo contra el comunismo y un factor de sedición frente al gobierno federal. La comunidad cubana de Miami está dispuesta a todo: ha reclutado a las personalidades de la música latina para que arremetan contra un sistema político "que es enemigo de la familia". "Los comunistas arrancan a los hijos en la pubertad y los envían a campos de concentración para indoctrinarlos en el comunismo", afirmó la otra noche Gloria Estefan mostrando los estragos que causa el demonio del exilio. Y un día después, la hija de Fidel Castro, hoy refugiada en Madrid, atacó por control remoto con amargura, dibujando a un padre de historieta que me recordó a John Foster Dulles y a Nikita Kruschev pegando con el zapato en la mesa de la sede de las Naciones Unidas. *